El escandalo del perdón y la reconciliación

couple, hug, together-2563424.jpg

Elisabeth Elliot escribió en uno de sus libros que no es parte de nuestra naturaleza perdonar. Queriendo decir que no es algo que surge de nuestro interior, como si lo hacen otras cosas como la supervivencia, el temor o la alegría.

Y creo que tenía razón. Nuestra cotidianidad es prueba de ello. No hablamos mucho del perdón ni lo promovemos más allá de las conferencias psicológicas que lo enseñan, pero al revés. No como un acto de amor hacia otros sino hacia uno mismo. No es común que la conversación de pasillo sea cómo Fulano perdonó a Zutano, ni el consejo de una amiga hacia otra el de perdonar. Les enseñamos a los niños a pedir perdón a otros, pero no les explicamos exactamente qué es lo que están pidiendo. Así que pronto aprendemos que pedir perdón o perdonar es simplemente una petición que remitimos o que recibimos, sin arrepentimiento o dolor, y aun con una sensación de obligación incómoda, para que una relación particular deje de sentirse rota. Y así, sin mucha reflexión, y como quien no quiere la cosa, recibimos y damos solicitudes vacías de perdón. Falsificamos el perdón y nos conformamos con ello. Con dar y recibir un perdón raquítico, fingido y mezquino porque perdonar de verdad, generalmente, no es posible para los seres humanos.

Sin embargo, la Biblia nos cuenta acerca de dos historias de perdón y reconciliación escandalosas. La primera promovida por la segunda. La primera involucraba un hombre llamado Filemón, la segunda a uno llamado Jesús. La primera retará tus convicciones, códigos de conducta, normas de comportamiento e ideas de bondad más profundas. La segunda no solo te hará cantar y llorar, sino que cambiará tu vida, si es que no la ha cambiado ya.

Estas historias harán esto porque el perdón verdadero, puro y robusto es en realidad un milagro. Es una respuesta interna absolutamente extraordinaria. Es absorber el daño del otro sin cobrarle nada, y, en cambio, ofrecerle todo: reconciliación, amor, amistad, entre otros. El perdón es un ejercicio en el que aceptamos el mal recibido y en lugar de buscar retribución, venganza, justicia o retaliación, ofrecemos un borrón y cuenta nueva y un amor inmerecido. El perdón es decir “tú me haces mal, y yo a cambio te hago el bien que no mereces”.

El perdón es algo que solo podemos dar cuando nos has sido dado. Algo que solo podemos imitar de alguien más, pues en nuestro interior ni siquiera hay referentes. Nuestro interior nos empuja constantemente al orgullo y la amargura y nos indica una y otra vez que alguien debe pagar por el mal causado. Nos aferramos a la ofensa y retenemos el perdón. No estremecemos de ira y nos rehusamos.

¿Entonces cómo aprendemos a perdonar?

Todo empieza conociendo a ese alguien más. A esa persona que es el referente, el ejemplo de perdón, no solo porque perdona a otros sino porque nos perdona a nosotros. Esa persona es Dios mismo. El Dios de la Biblia se llama a sí mismo un Dios de perdón. Esa es su naturaleza. Muy contraria a la nuestra. En Él se halla perdón y a Él pertenecen, como dice en el libro de Daniel, la compasión y el perdón. Son de Él para dar. Y nos los dio por medio de su Hijo Jesucristo. Esta es la segunda historia. Pero antes de ahondar en esta, quisiera abordar la primera.

La primera historia tiene que ver con una petición del tipo de perdón “tú me haces mal, y yo a cambio te hago el bien que no mereces”. Pedir a alguien este tipo de perdón podría llegar a ser un insulto, e incluso, algo indignante. O al menos ese podría haber sido el caso de Filemón, un ciudadano romano acomodado y dueño de esclavos en una ciudad llamada Colosas. Esta primera historia podemos leerla en el mini libro de una página de extensión que lleva su nombre: Filemón, y que se encuentra en el Nuevo Testamento de la Biblia. A pesar de su longitud, según estudiosos de la Biblia, es la carta más explosiva del Apóstol Pablo. Es una carta en la que se le pide a Filemón, algo que para muchos no sería considerable.

Filemón tenía muchos esclavos, entre ellos uno llamado Onésimo, quien al parecer le había hecho algún mal, lo había robado o engañado y al final se había escapado. Y aunque la historia podría haber terminado ahí, para que nadie tuviera que perdonar y listo, no fue así. Onésimo se encontró con Pablo, mientras estaba preso en Roma, y al pasar un tiempo con él, Onésimo creyó en el evangelio de Jesucristo, convirtiéndose, al igual que Pablo y Filemón, en un cristiano y, por ende, en hermano espiritual de ambos.

Pablo había llegado a amar a Onésimo, tal como a un hijo, y conocía que las cosas con su amo Filmeón no estaban bien, por lo que luego de haber creído, Pablo envía a Onésimo de vuelta a donde su amo a fin de que todos hicieran lo correcto.

Yo, Pablo, ya anciano y ahora, además, prisionero de Cristo Jesús, te suplico por mi hijo Onésimo, quien llegó a ser hijo mío mientras yo estaba preso. En otro tiempo te era inútil, pero ahora nos es útil tanto a ti como a mí. Te lo envío de vuelta y con él va mi propio corazón. Yo hubiera querido retenerlo para que me sirviera en tu lugar mientras estoy preso por causa del evangelio. Sin embargo, no he querido hacer nada sin tu consentimiento, para que tu favor no sea por obligación, sino espontáneo (Filemón 1:9-12).

Pablo envía a Onésimo para que este se reconcilie con su amo, pero no sin antes rogarle a Filemón que lo perdone. El apóstol aunque tiene la suficiente franqueza en Cristo para ordenarle que haga lo correcto, prefiere rogarle que annhyyyyycepte a Onésimo, y no solo eso.

Le pide que lo perdone, y que ahora lo reciba, no como un esclavo más, sino como su hermano. Como si fuera Pablo mismo a quien recibe.

Tal vez por eso Onésimo se alejó de ti por algún tiempo, para que ahora lo recibas para siempre, ya no como a esclavo, sino como algo mejor: como a un hermano querido, muy especial para mí, pero mucho más para ti, como persona y como hermano en el Señor. De modo que, si me tienes por compañero, recíbelo como a mí mismo (Filemón 1:15-17).

Pero Pablo no solo le rogó esto con toda su fuerza e influencia, sino que le prometió pagarle por todo el daño que Onésimo hubiese causado. Es decir, Pablo estaba dispuesto a pagar una deuda que no era suya para que estos dos hombres fueran reconciliados.

Si te ha perjudicado o te debe algo, cárgalo a mi cuenta. Yo, Pablo, lo escribo de mi puño y letra: te lo pagaré; por no decirte que tú mismo me debes lo que eres (Filemón 1:19).

¡¿Qué?!

Pablo le estaba pidiendo a Filemón algo nunca oído. Algo escandaloso e incluso vituperable. ¿Que yo, señor y dueño de mis esclavos, no solo perdone y reciba como a un amigo a un esclavo que me robó, engañó y se escapó, sino que ahora lo considere como mi hermano por que compartimos la misma fe? Sí. Retener el perdón a Onésimo, según Pablo, no era una opción. Y no era una opción a causa de la segunda historia. La historia del Dios que reconcilia pecadores consigo mismo.

Si hay alguien que podría darse el lujo de no perdonar y condenar a alguien es Dios. Él de verdad podría decir yo soy perfecto y tú no, tú me has ofendido y yo no, y, por tanto, desecharnos. Él puede de hecho echarnos al infierno ahora mismo por causa de nuestras ofensas. Pero es justamente el único Santo, libre de pecados, y a quien ofendemos cada día, el que nos enseña sobre el perdón. Dios, pudiendo cobrarnos cada falta y condenarnos por nuestra maldad, nos extiende una oferta de perdón. Esto suena a locura, pero la Biblia llama a esta la locura evangelio: las buenas noticias de lo que Dios hizo en favor de los pecadores a través de Jesucristo. Y esta es la buena noticia. Viene primero con una mala: Has estado lejos de Él, pecando y dañándote a ti y a otros, reteniendo el perdón y esparciendo la división y el odio, por tanto, eres digno merecedor de su juicio, condena e ira. Sin embargo, en su misericordia Dios te ha extendido una invitación, por medio de Jesús, quien dio su vida en tu lugar, para ser perdonado, limpiado e incluido en su familia.

Filemón había recibido esta invitación llena de gracia de parte de Dios. Filemón había sido perdonado y limpiado por Jesucristo. Pero ahora su esclavo también lo había sido. Lo cual los ponía a ambos sobre el mismo terreno llano. Ambos estaban postrados frente a la cruz de
Jesús. No había distinción entre el esclavo y el dueño. Ambos tenían el mismo Señor y Dios. Ambos eran pecadores necesitados. Ambos habían sido beneficiarios del perdón y la reconciliación que fluyen abundantemente de las llagas del Salvador sufriente. Ambos habían sido tocados por la segunda historia y sus vidas habían sido trastocadas. No había vuelta atrás.

¿Qué quedaba ahora?

Vivir conforme a la segunda historia. Vivir conforme a lo que Jesús había hecho por ambos. Vivir obedeciendo el mandamiento de Jesús: “que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros”(Juan 13:34).

Filemón estaba siendo exhortado a ofrecerle a su esclavo el mismo perdón que Jesús le había ofrecido, e incluso, Pablo estaba dispuesto a retribuirle por los daños causados, lo cual también apuntaba a lo que Jesús había hecho también por él: cargar con la ira de Dios Padre para que pudiera ser reconciliado. Pablo, casi cerrando su carta, le dice:

Te escribo confiado en tu obediencia, seguro de que harás aún más de lo que te pido (Filemón 1:21).

No sabemos qué ocurrió al final de la primera historia. Anhelo que efectivamente Filemón le haya extendido a su hermano Onésimo ese perdón precioso, profundo, costoso y robusto que él también había recibido de su Salvador. Lo que sí sabemos es que la segunda historia, la muerte del Hijo de Dios en favor de los pecadores, terminó en Su Resurrección y reinado en gloria. Hoy Jesús no solo sigue reinando e intercediendo por los pecadores ante el Padre para que seamos perdonados, sino que Él sigue llamando personas de toda tribu, lengua y nación a hacer parte de esta nueva humanidad, con corazones y voluntades renovadas y con su Espíritu Santo. Que ya no viven para sí mismos, ni para sus propios placeres, sino para la gloria del que los perdonó y limpió.

Si hemos creído en el evangelio, reitero, esta buena noticia debe retar, cuestionar, transformar y hasta erradicar nuestras creencias y arraigos más profundos que son contrarios a nuestro Dios y lo que ha hecho por nosotros. Ya no podemos vivir más por lo que nos parece, lo que sentimos, o aun profunda y erroneamente creemos. Con la ayuda del Señor y por su gracia, el evangelio irá inundando nuestra vida, se irá apoderando de cada rincón. Nos humillará y doblegará. Nos llevará a hacer lo que para nuestro mundo y cultura es sorprendente e inaceptable.

Esto será así porque Dios nos salva para transformarnos, para ensanchar nuestro corazón, no para que sigamos amando y viviendo como el mundo y no como Cristo. Siguiéndolo en unas cosas y otras no. Nuestra respuesta al evangelio en las diferentes áreas de nuestra vida
mostrará y expresará la nueva humanidad que Dios quiso para nosotros. No limitada por el amor propio, los formalismos, las normas de conducta, el moralismo, ni el temor al hombre.

Esta clase de perdón al que fue exhortado Filemón, el que extendió Cristo a los pecadores, y el que Él mismo nos llama a ofrecer como creyentes, es escandaloso, y aun para muchos, condenable. Ese pudo haber sido el caso de Filemón. Acceder al ruego de Pablo y someterse y obedecer a Dios era escandaloso. Y tiene sentido. Seguimos a un Salvador escandaloso que amó de maneras nunca oídas y por las que fue vituperado: enseñó la verdad a todos por igual, lavó los pies de sus discípulos, se sentó a la mesa con pecadores, perdonó adúlteras, aceptó la adoración de mujeres con reputación dudosa, lloró con simples judíos y dio su vida por sus enemigos. El Dios santo se mezcló con pecadores sucios y sufrió la penumbra y el dolor de este mundo caído para que fuéramos perdonados. Se despojó de su trono de gloria para hacerse un siervo hasta morir la muerte que todos, excepto Él, mereciamos.

¿Quiénes somos nosotros para no perdonar, y en cambio cobrárselas, al que como yo, fue objeto del mismo amor perdonador de Dios?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra
Scroll al inicio