Relaciones rotas

Por eso, aunque como apóstol de Cristo tengo derecho a ordenarte lo que debes hacer, prefiero rogártelo en nombre del amor.
Filemón 1:8

En Japón, cuando las piezas de cerámica se rompen, son reparadas con una técnica ancestral que, en lugar de hacer desaparecer la cicatriz, la hace más notoria y remarcable. La práctica se conoce como kintsugi o carpintería de oro y nació hace 5 siglos cuando Ashikaga Yoshimasa vio romperse contra el piso un precioso objeto indispensable para la ceremonia del té, y lo mandó a arreglar a China, donde se limitaron a asegurarlo con grapas. Este hombre no estaba contento con el resultado, así que acudió a los artesanos de su país, quienes pusieron un barniz espolvoreado de oro. La cerámica recuperó su forma y uso original, con cicatrices doradas y visibles que transformaron para siempre aquel objeto en uno con una historia.

Los objetos de cerámica son ciertamente bastante útiles; platos, vasos, jarras, bandejas, cántaros… Pero la cerámica también es muy frágil y cuando se rompe puede cortar y hacer daño. Recuerdo cuando dejé caer la taza del café caliente de la mañana y al correr a lavarme la quemadura, puse mi pie sobre la cerámica rota y gané un pasaje de ida al hospital y 14 puntos de sutura. No tengo nada dorado que eleve al punto de belleza la cicatriz, pero un dolor en la planta del pie me recuerda cada tanto aquel incidente.

Pero cicatrices tenemos todos, no me refiero a aquellas de la infancia que dejaron los recuerdos de juegos con los primos en la casa de la abuela, ni la cesárea, la apendicectomía y otras que se van sumando a la cuenta con los años… Me refiero a las que nos van quedando en el corazón, fruto de las relaciones rotas. Todos nos hemos quebrado, tenemos astillados, desportillados y marcas en nuestro frágil corazón, porque así como la cerámica, también podemos hacernos daño unos a otros fácilmente y hasta rompernos.

La breve carta de Pablo a Filemón nos es dada como un regalo. Primero, porque nos revela pistas de esa primera iglesia cristiana emergente, así como las reuniones en las casas para enseñar la palabra. Y también, porque nos muestra a humanos rotos y dañados por relaciones del pasado que, a la luz del Evangelio, son llamados a perdonar y comprender desde otra óptica. Con lo cual es fácil sentirnos identificados y creo que precisamente Dios permitió que hiciera parte del compendio de libros que hoy leemos y aceptamos dentro del Canon bíblico.

Esta carta, como muchas otras, hace parte de una serie de epístolas que Pablo envía a sus amigos a través de Asia Menor mientras estaba en cautiverio. Filemón es un hijo espiritual de Pablo, nos lo deja saber el mismo texto, pero también Onésimo; un antiguo “esclavo inútil” que en algún momento había servido mal a su amo Filemón y que hoy regresaba a su puerta, no solo con el pergamino de la carta en su mano, sino con una vida, una mente y un corazón transformado. No sabemos cómo, pero de alguna manera este esclavo había llegado hasta Pablo, y allí con él había conocido la verdad de Cristo. Se había quedado sirviendo a Pablo en la cárcel y ahora regresaba con una súplica, una fábula viva que nos ilustra justamente el perdón que cubre multitud de pecados.

Piensa por un momento en esta escena, una persona que te ha herido, traicionado y se ha apartado regresa a tocar la puerta para entrar de nuevo en tu vida con la premisa de una vida transformada y una nueva naturaleza. Seamos sinceros, no siempre es fácil abrir la puerta. Generalmente nos gusta quedarnos con la posición de víctimas, que de alguna manera nos hace sentir superiores a ese otro que se equivoca, a ese otro que peca, a ese otro que es a la misma vez tan como yo, pero que no me gusta reconocerlo.

Creo que esta carta nos suplica desde el amor y nos recuerda que hemos sido todos perdonados. Nos invita a escuchar y comprender y nos muestra el amor completo de Cristo donde toda deuda está saldada. En el versículo 18 leemos lo siguiente: “Si en algo te ha dañado, o te debe, ponlo a mi cuenta.” Para que pensemos en Cristo mostrando su acuerdo con ocupar nuestro lugar y en tener todo nuestro pecado imputado a Él. Nosotros debíamos, nosotros dañamos y Él pagó nuestra cuenta.

Ahora, en el versículo 17, Pablo le pide a Filemón que lo reciba no como a esclavo, sino como a él mismo, “Así que, si me tienes por compañero, recíbelo como a mí mismo.” Es decir, que le diera un lugar que no se merecía, así como nosotras mismas hemos recibido.

En un mundo de relaciones desechables, el Evangelio nos llama a dedicarle tiempo a la reparación. Nos invita a recordar que hemos sido perdonadas primero y que Jesús ha pagado nuestras deudas. Nos invita también a que si alguien nos debe o nos daña, lo pongamos a la cuenta de Cristo y a hacer esto no por miedo o por obligación, sino por amor.

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