La escasez que no sabía que tenía

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Me acerco a los 50. Si viviera en la edad media sería considerada longeva y posiblemente sería la “anciana” admirada del pueblo. Por el contrario, si estuviera en la época de los patriarcas, Sara, la esposa de Abraham me diría que apenas empiezo la vida, que vivo un
maravilloso momento de equilibrio entre vitalidad y sabiduría. Pero no, heme aquí, en pleno siglo 21 siendo bombardeada por sugerencias de apps para verme mejor: “siente los cambios en la primera semana y los demás los notarán al mes” ¡Qué emoción! Lo único que no advierten, es que además de las rutinas de ejercicios, debo sacrificar el 80% de las ganas de vivir comiendo la mitad de las calorías de hoy. Otras apps prometen ayudarme a mejorar los síntomas de la premenopausia que no sabía que tenía, ni que debía hacer algo por ella y otras ofrecen ayudarme a vestir con prendas “sin edad” para verme joven pero no patética ni monótona. Esto sin mencionar las imágenes de parejas perfectas, románticas y comprensivas que todas deberíamos ser y tener; las exigencias de éxito
económico y de libertad financiera que nos bombardean a cualquier edad; o las super mamás de Instagram que tienen más de 3 hijos, educan en casa, trabajan y ¡hornean pan de masa madre!! … (‘suspiro’) No lo supero.

Vivir en esta época implica que, así estés aislada en una casa sin vecinos y pases la mayor parte del tiempo en ella; las tendencias de moda y las exigencias del mundo moderno se asomarán a tu ventana, por alguna de las tantas “Windows” que navegas en tu smartphone, y te gritarán que tienes escasez, que no das la talla y que no eres suficiente.

Tampoco nos vamos a victimizar, no es algo nuevo creado por las redes sociales: compararnos y sentirnos insuficientes es algo tan antiguo como la caída de Adán y Eva en el Edén. Pero sí me atrevo a pensar, que vivimos épocas más agresivas en las exigencias y en la facilidad como éstas entran a nuestras vidas.

Por lo anterior te invito a leer mi libro sobre cómo sentirte regia y exitosa, titulado “Finge ser feliz mientras aparentas amar tu ordinaria vida” …

¡Es broma! Pero tristemente es lo que muchas vivimos: el mundo siembra en nuestros corazones una sensación permanente de escasez, mientras, al mismo tiempo, nos vende filosofías positivas que nos invitan a pensar que no debemos cambiar nada, solo abrazar el ser maravilloso que somos. Esta paradoja cruel nos deja confundidas, llenas de queja, apabulladas y ansiosas; mientras las palabras de Pablo en Filipenses parecieran no tener sentido en el mundo actual:

“Regocíjense en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocíjense!”
Filipenses 4:4

¿Cómo sentir gozo si lo que tenemos no alcanza? ¿Realmente estamos en déficit? tal vez, ¿tenemos carencias? Probablemente, ¿somos suficientes y perfectas? …

La carta a los Filipenses aparece en el Nuevo Testamento como un oasis, lleno de palabras de gratitud a una congregación amada. Sin muchos regaños, sino más bien con exhortaciones a vivir como Cristo, Pablo deja ver su amor a la primera iglesia cristiana en
Europa, con una redacción fluida que anima a cualquier creyente a disfrutar de su fe; y con una teología aparentemente sencilla que facilita su lectura.

Y si, es en esta alegre carta donde Dios nos da luz para nuestro diagnóstico:

¿Estamos en déficit? Pablo nos revela que sus muchos méritos humanos son insuficientes. A pesar de que a los ojos de los hombres tiene mucho de qué sentirse orgulloso, nada de eso tiene peso eterno: no hay apellido, alcurnia, cuna, religión o voluntariado que sumen a nuestro favor. Y si estos valores sociales son basura, también lo serán la cuenta bancaria, el éxito profesional, la familia de revista, el cuerpo de verano y el closet de marca. Pablo lo expresa magistralmente:

“Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo”
Filipenses 3:7-8

La gloriosa luz de Cristo opaca cualquier brillo de este mundo, su profundo e inagotable amor nos seduce, perderlo todo para ganarlo a Él es nuestro mayor tesoro y superávit ¡Cristo es nuestra meta!

¿Tenemos carencias? Sí, pero no las que creemos. Si el balance lo hacemos con los estándares de este mundo, estaremos pensando en nuestros vacíos emocionales o en el anhelo de realización personal; en la tranquilidad financiera o en la urgencia de ser oídas y
comprendidas; en las desigualdades salariales, el acceso inequitativo a los cargos de liderazgo, la ingratitud de los hijos o la falta de consideración del esposo; en fin, la lista es larga. No estoy diciendo que lo anterior no sea importante, ni que no haya que hacer algo
al respecto, pero ese es otro artículo.

Lo que la palabra de Dios nos revela con amor y misericordia es que todas esas aparentes carencias palidecen frente a nuestra necesidad de Cristo y que nuestros verdaderos anhelos deberían estar centrados en Él.

Servir a Dios en armonía como le urge Pablo a Evodia y a Síntique, es un camino más excelente que un buen cargo con un jugoso salario; ser bondadosas tiene más trascendencia que un objetivo egoísta de realización personal; crecer en nuestra vida de
oración, entrando a la presencia de Dios con acción de gracias y súplicas, es fuente de plenitud para no vivir angustiadas y en queja; llenar nuestro pensamiento de todo lo verdadero, digno, puro, justo y amable, que no puede ser otra cosa que anhelar la mente de Cristo, nos trae la refrescante presencia de nuestro Dios de paz. ¡¿Hay acaso mayor riqueza que tenerlo a Él?!

Así Pablo nos va enseñando, en el capítulo 4 de la carta a los Filipenses, un mejor camino, unos mejores anhelos y va transformando nuestro balance de escasez y nuestro sentir de insuficiencia por una sed porque Dios cumpla Su propósito en nuestras vidas. Hasta llegar al versículo culmen conocido por la mayoría:

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
Filipenses 4:13

Pero Pablo no hace esa declaración mientras redacta sus planes de principio de año, ni antes de montar empresa; tampoco lo dice previo a decidir una inversión o como recomendación antes de una charla difícil ¡No! Pablo lo dice en un contexto de gratitud
por la ofrenda que le enviaron a la cárcel; pero aclara que su agradecimiento y alabanza a Dios no es por la ofrenda en sí porque él no tiene escasez. Las circunstancias pueden ser de pobreza o de riqueza y Pablo vive pleno, con igual gozo en ambas, porque él tiene el
secreto para gozarse: ¡CRISTO! Y ahí exclama: ¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!
Qué precioso versículo con su verdadero sentido: puedo tenerlo todo, perderlo todo, carecer de todo, pero no de Cristo, ¡Él es mi tesoro!

Aun así, estas líneas serán más fáciles de digerir para mujeres con carencias impuestas por la sociedad, que para aquellas con aprietos reales. Porque qué pasa con las que no saben ¿cómo van a comer? ¿con qué van a pagar el arriendo? o ¿cómo van a pagar el bus para ir a la entrevista de trabajo? Si ese es tu caso, déjame decirte algo: la Palabra de Dios también es para ti y sus promesas son en Él sí y amén. Esta palabra es tan válida para ti como para una mujer que esté en la cárcel, porque donde sea que te encuentres, si rindes
tu vida a Cristo y buscas primeramente el reino de Dios y Su justicia, El tendrá cuidado de ti como lo tiene de las aves del cielo, te vestirá como los lirios del campo y podrás tener paz y gozarte en tu Hacedor. Te lo dice alguien que podría llenar páginas contándote cómo Dios ha provisto de manera milagrosa para mi familia, una y otra vez, porque Él no nos deja desamparadas y anhela tu corazón.

Conocerlo a Él y atesorarlo nos permite exclamar como Habacuc:

Aunque la higuera no eche brotes,
Ni haya fruto en las viñas;
Aunque falte el producto del olivo,
Y los campos no produzcan alimento;
Aunque falten las ovejas del redil,
Y no haya vacas en los establos,
Con todo yo me alegraré en el SEÑOR,
Me regocijaré en el Dios de mi salvación.
El Señor DIOS es mi fortaleza;
Él ha hecho mis pies como los de las ciervas,
Y por las alturas me hace caminar.
Habacuc 3:17-19

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