Historia de un fracaso

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“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.”
Filipenses 3:7

Hay dos cosas que tienen en común las historias de éxito, esas que venden best sellers, esas que se convierten en seminarios, talleres y coaching para ejecutivos y cargos de gestión, esas que a veces llegan al cine como películas taquilleras y que finalmente atraen a muchos y venden sueños. Estas historias comienzan en escenarios difíciles, si no imposibles. Los personajes suelen no tener fortuna o haberlo perdido todo, encontrándose en una situación desesperada. Ninguna empieza diciendo: “todo iba bien y luego mejoró…” No, comienzan mostrando claramente las dificultades. Y el segundo elemento es que terminan claramente en algo plausible o admirable. Llegan a la cima, ganan multitudes, superan límites; son los primeros, los mejores, los que cuentan historias de éxito, lo demás son simples anécdotas que no merecen páginas de libros. ¿Estamos de acuerdo?

La Biblia, varias veces, rompe con toda narrativa de la lógica humana. En un mundo politeísta, nos revela un solo Dios, en lugar de hacer un blanqueamiento del pasado de los héroes de la fe, nos los muestra como no merecedores de la gracia, débiles de carácter y pecadores. En un mundo donde los hombres quieren consultar al oráculo y llamarse a sí mismos dioses, nos presenta a un Dios hecho hombre, humillado al máximo y tentado en todo, pero sin pecado: Jesucristo. En un Israel esperando un mesías liberador de la opresión romana por vía de la espada, nos expone a un cuerpo flagelado y humillado en un madero entregando su vida por nosotros. En un mundo donde el testimonio de una mujer no valía en un juicio, son las mujeres las primeras que ven y dan testimonio de Jesús resucitado, entre otros ejemplos como estos.

En la carta a los Filipenses, Pablo expone un poco esta idea del fracaso y el éxito, y nos invita, a ellos y a nosotros, a gozarnos en las dificultades y vivir de acuerdo a una lógica diferente a la propuesta por la cultura reinante. Una lógica donde el Vivir es Cristo, el morir es ganancia y en la que todos los tesoros de este mundo pueden considerarse basura; todos los títulos, los aplausos, los logros, los likes, los seguidores, los premios y reconocimientos no valen nada al pie de Cristo.

Para empezar, la ciudad de Filipos era una colonia romana donde predominaba un nacionalismo patriótico. Allí hubo mucha persecución contra la iglesia primitiva por parte de los romanos. Pablo comienza esta carta escribiendo desde la prisión con gratitud, precisamente porque, a pesar de las dificultades de profesar una fe perseguida, los miembros de esta iglesia seguían firmes en las enseñanzas del apóstol.

Luego, además de agradecer por un regalo monetario que le enviaron los fieles de la iglesia, Pablo nutre la carta con experiencias personales que nos hablan de cómo se sentía y experimentaba su fe, para alentar a los seguidores de Cristo. Él mismo estaba siendo perseguido y pasando tiempos de dificultad, pero se goza y se regocija en Jesús.

En un momento de la carta, Pablo confiesa que hubo una época en su vida en que lo que más valoraba era su herencia judía, sus logros y su celo por la ley. Pero al recibir la salvación en Cristo, encontró que este era un tesoro más valioso que esas credenciales humanas y por eso todo lo anterior había perdido su valor.

Pero atención, que su nueva identidad en Cristo no llegó cargada de gloria ni fue un camino fácil. Este hombre que escribió 13 de los 66 libros de la Biblia, realizó múltiples viajes misioneros a más de 20 ciudades, plantó iglesias y debatió con eruditos defendiendo la fe en Cristo, también fue encarcelado, perdió en el viaje a uno de sus acompañantes, vio cómo se desmoronaban sus enseñanzas en iglesias que tan pronto él partía, los fieles olvidaban el camino, naufragó y casi es asesinado en una isla, inició revueltas y no terminó sus años gozando de placeres terrenales o siendo aclamado con aplausos.

Pablo supo y enseñó que ninguna de sus obras, ni aquellas que antecedieron a su salvación, ni lo que hizo en su Ministerio compartiendo el Evangelio de Jesús, podría conseguir el favor de Dios y que su salvación era un regalo, una gracia. Él sabía que las buenas obras no son suficientes para salvar al pecador. Él reconocía que todo eso solo lo obtenemos solo por la justicia de Cristo.

“Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de
Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”,
Filipenses 3:9 LBLA.

Y finalmente, en el capítulo 3, Pablo nos recuerda que somos extranjeros en este mundo y que el cielo es nuestro hogar.

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor
Jesucristo”,
Filipenses 3:20 LBLA

Querida mujer, esta carta nos recuerda que debemos poner los ojos en la Cruz, para no olvidar que como no pertenecemos a este mundo, no debemos angustiarnos por cosas que no tienen valor. Que la Gracia del Señor es suficiente y el sacrificio de Cristo nos acerca a Dios para que podamos ser libres de gozarnos en Él sin importar la circunstancia y que podamos decir con gozo: “para mí el vivir es Cristo”. Te invito a meditar en esta expresión y, si todavía no la ves como una verdad en tu vida, busca una mujer en tu iglesia que lleve más años caminando con el Señor y pídele que te cuente cómo buscar más medios de gracia y disciplinas de fe que te
ayuden a crecer en tu relación con Jesús.

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