¿Recuerdas los antiguos votos matrimoniales que solían incluir un texto que decía algo así como: “en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en lo bueno y en lo malo”? Muchos desearíamos que dijera solo “en lo bueno”, “en la riqueza”, “en la salud” y “en la abundancia”; cuando hay trabajo, hijos obedientes, acuerdo en todo, y cuando los planes salen como queremos, y cuando la familia extendida no se entromete… Pero tú y yo sabemos que entonces no sería un amor completo ni un amor que refleja a aquel quien dio su vida en un madero por nosotros. El matrimonio es un escenario de santificación, está diseñado para crecer estando de rodillas.
No es fácil encontrar datos sobre matrimonios y divorcios en América Latina. En Ecuador, según el Instituto Nacional de Estadística en 2022 se registraron 55,345 matrimonios y 24,595 divorcios. En Brasil y México se separaron 80,573 y 149,675, respectivamente. En Colombia, los divorcios son mucho menos frecuentes que en estos países, sin embargo, hubo un repunte en 2021, según la Superintendencia de Notariado y Registro, con un total de 26,519 vínculos matrimoniales disueltos. Y las cifras son alarmantes cuando miramos países como Estados Unidos o Rusia, donde se superan el medio millón de matrimonios que llegan a su fin cada año.
Casarse es la parte fácil; mantenerse casado, lo difícil. ¿Y por qué pareciera tan difícil para algunos? ¿No es acaso una idea de Dios el matrimonio? ¿No nos revela el tamaño inmenso de su perfecto amor llamando a la iglesia su esposa? ¿No nos dice la Biblia que el hombre y la mujer se hacen uno en el matrimonio, cómo entonces pueden un día de repente dejar de serlo?
“Amados, no os sorprendáis del fuego de la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciera”
Sí, claro que el matrimonio es idea de Dios. Incluso fue instituido antes de Génesis 3, cuando se nos relata cómo el pecado entró al mundo. Pero el matrimonio también sufrió como toda la creación, cuando Eva escuchó a la serpiente. Así que el sufrimiento en el matrimonio hace parte de nuestra realidad a este lado de la historia. Y atención que hablo de un sufrimiento y no de maltrato o abuso físico o psicológico. Ninguna violencia física debiera ser tolerada. Pero los roces en una relación de dos pecadores, que halan cada uno para su lado y velan por sus propios intereses, generarán tensiones, dolores y rencillas. Así que, si alguien está escribiendo sus votos matrimoniales, considere la opción de prometer miles de discusiones, pero en la misericordia de Dios y por Su gracia, un millón de disculpas y perdones.
Alguien me dijo antes de casarme que el matrimonio podría ser lo más parecido al cielo o al infierno. Para ser honesta, en casi 17 años de matrimonio hemos experimentado ambos extremos. Días en los que hemos visto cómo el orden de Dios para el matrimonio garantiza que las necesidades de cada uno están cubiertas y que podemos sostenernos el uno al otro, y otros días en los que me he visto frustrada, alterada e incomprendida, simplemente porque mi esposo es un simple pecador y yo también. No podemos llenar en el otro el vacío que solo completa la presencia de Dios y su Espíritu Santo, no podemos dar la seguridad que solo aporta la Fe en aquel que hizo el Universo y no podemos amarnos de la manera perfecta que nos amó Cristo.
Pero sí podemos prestar atención a lo que la Palabra de Dios tiene para decirnos sobre el amor, el matrimonio y el sufrimiento.
Sobre el amor:
“Dios es amor.” 1 Juan 4:8 Dios es la fuente del amor, Él nos ama primero, eligiéndonos para su Gracia y nos ama a través del sacrificio de Jesucristo para acercarnos a Él. Teniendo esto en cuenta, estamos de acuerdo en que es útil acudir a él para aprender del amor, aprender a amar y ser amados.
Y sobre la naturaleza del amor, la Biblia tiene un pasaje muy conocido que es útil revisar a la luz de nuestro matrimonio y nuestro amor para nuestro esposo.
“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso, no es presumido, no es orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
Sobre el matrimonio:
La Biblia nos establece roles que protegen el corazón de los esposos. Esta 1ª. carta de Pedro, capítulo 3, versículos 1-7, es muy clara al hablar del carácter sumiso y casto de la esposa y del cuidado y la comprensión que deben tener los esposos con sus esposas. Pero los versículos 8 y 9 son instrucciones prácticas y alentadoras para hacer de la convivencia cotidiana algo más parecido a un cielo, teniendo cuidado de nuestras palabras, que no sean insultos, sino bendiciones.
“Vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes. No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición.”
Sobre el sufrimiento:
El sufrimiento es una realidad en esta vida porque vivimos en un mundo caído causado por el pecado de la humanidad. Sufriremos, pero podemos regocijarnos en ello.
“Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables.”
Veamos las dificultades y pruebas del camino como oportunidades de santificación y crecimiento.
Por eso, aunque por algún tiempo tengan que pasar por muchos problemas y dificultades, ¡alégrense! La confianza que tienen en Dios es como el oro: así como la calidad del oro se pone a prueba con el fuego, la confianza en Dios se pone a prueba con los problemas. Si pasan la prueba, su confianza será más valiosa que el oro, pues el oro se puede destruir. Así, cuando Jesucristo aparezca, hablará bien de la confianza en Dios, porque una confianza que ha pasado por tantas pruebas merece ser alabada.
Para resumir: el matrimonio es un plan de Dios, y que podamos superar juntos las dificultades manteniendo nuestra mirada en Cristo es parte del plan para nuestra santificación. El cuidado de nuestras palabras, el dominio propio que es un don del Espíritu Santo, nos ayudará a vivir lo cotidiano del matrimonio como algo más parecido al cielo que al infierno.
Apasionada por compartir a Cristo.