Amo al SEÑOR porque escucha mis oraciones; me escucha cuando le pido ayuda. Por eso le seguiré pidiendo toda mi vida (Salmo 116: 1-2).
El mundo nos dice muchas cosas cosas a las mujeres. Nos dice que hagamos todo por buscar la belleza, y al mismo tiempo nos grita con una retórica feminista radical que derribemos los “estereotipos patriarcales” y las estéticas al servicio del machismo.
Nos dice que estamos mal, que nos vemos mal, que no somos suficiente, que debemos ser como aquella que se ve mejor, que hace todo con más gracia, que es mamá, modelo, esposa, empresaria, y siempre está bien peinada, y logró bajar todos los kilos de más de su último embarazo dos semanas después de dar a luz.
Nuestra sociedad al mismo tiempo nos dice eres única, res suficiente, no necesitas a nadie ni a nada, no te compares, tú te pones tus límites.
Nos dice que debemos ser exitosas y construir una carrera en la que nos fijemos entre ceja y ceja superar a nuestros colegas masculinos, y al mismo tiempo nos aturde con ideas de libertad, de dejarlo todo a un lado, viajar por el mundo y no “someternos” a las dictaduras del éxito convencional.
Nos dice que no estamos obligadas a ser madres, que el cuerpo nos pertenece y podemos decidir sobre él; y si somos mamás nos insiste en que tenemos que preparar comida orgánica, enseñar y aplicar en casa el método Montessori y nunca, nunca, nunca alzar la voz sino “empoderar” a nuestros hijos porque será únicamente culpa nuestra si no son seres humanos plenamente felices y realizados.
Nos llenan la cabeza de mentiras envueltas en filtros de colores, frases de superación personal de pacotilla y bajo la tiranía de los “me gusta” en las redes sociales amplifican el eco de su mensaje.
El mundo es muy ruidosos y nos dice muchas cosas; ideas que se yuxtaponen y contradicen entre sí; ideas absurdas y a veces tan evidentemente tontas y que aún así escuchamos.
Y ¿sabes qué? el problema no es el mundo, pues ya sabemos que es un escenario caído, separado de la presencia de Dios donde la naturaleza que reina es el pecado (Efesios 2:2); el problema es que muchas veces escuchamos, contemplamos como cierto, e incluso actuamos conforme a esas mentiras y corremos tras espejismos como un hámster en la rueda poco aceitada dentro de su jaula.
Durante mi vida yo he creído y vivido conforme a muchas mentiras. Y sólo por la gracia y misericordia de Dios, y a través del amor y el buen consejo de la Palabra del Señor, de mujeres y otros en la iglesia, he podido identificarlas y alejarme de algunas de ellas. Y hoy miro para atrás sintiéndome libre de muchas ataduras y mentiras que me alejaban de disfrutar del gozo que Cristo nos ofrece.
Hay mentiras que son fáciles de identificar y otras que, como pequeñas zorras entran a nuestro huerto a daña la cosecha. Lo cierto es que llegan para llenarnos de culpa, de insatisfacción, de incomodidad, y lo más importante, alejarnos de la presencia de Dios.
La manera de combatir estas mentiras es buscar la palabra, orar y llevar toda angustia a Dios ¡Toda! (Filipenses 4:6).
Quiero hacer hincapié en esta ultima idea ¡toda angustia! Ya que nos creamos muy espirituales o no, todas tenemos temas que fácilmente llevamos a la cruz y en los que nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, pero guardamos ciertas áreas que consideramos menos espirituales, no tan importantes o muy banales y que no ponemos en oración, ni examinamos con el filtro de la Palabra.
Y la clave aquí es la palabra TODA. Si llevamos TODA angustia, todo tema, toda inquietud; si aprendemos a poner todo tema en la oración, seguramente vamos a ir despejando el camino con la mirada fija en Jesús.
Cómo te vistes, qué amigos frecuentas, cómo disciplinar a los hijos, o cómo esperar y gozar de la soltería, cómo ser paciente con los padres cuando se hacen viejos, cambiar de carrera, quedarse en casa, invertir en criptomonedas o cómo llegar a flote a final del mes.
Toda área de nuestra vida puede estar siendo conducida por la verdad, o podemos estar siguiendo una mentira. Ahora, no te angusties, Pues Cristo vino a mostrarnos LA VERDAD y a hacernos libres.
Así que, no hay que saberlo todo, más bien, preguntarlo todo al que sí sabe. Lo que si hay que saber es que estábamos muertas, que todos somos pecadores, que por cuanto pecamos estamos separados del amor de Dios, quien es justo pero también misericordioso, y que por esa misericordia envió a Jesús a salvarnos para reconciliarnos con El y poder acercarnos libremente a El como sus hijos, coherederos en Cristo de su gloria en el Padre.
Que no tenemos que vivir como el mundo nos dice que lo hagamos ,que hemos sido compradas con un precio muy alto, la sangre de Cristo, para seguirlo, para conocer la verdad y ser Libres en Él.

Apasionada por compartir a Cristo.