Cuando estamos niñas, se nos pregunta muchas veces: “¿Qué quieres ser cuando seas grande?” recuerdas tus respuestas? Yo soñaba con ser estilista o secretaria. Me encantaba la idea de saber arreglar a las personas; pero también admiraba la elegancia de las secretarias que veía: siempre bien vestidas, con tacones y ¡hundiendo el teclado de la máquina de escribir! eso a los 5 años parecía el trabajo… ¡perfecto!
Ah, pero esta pregunta no se queda en la niñez; va evolucionando y se convierte en “¿cómo te ves dentro de unos 5 años?” un cliché de las entrevistas laborales que nos ayudaba a planear toda nuestra vida en segundos.
Lo interesante de este juego de preguntas y respuestas en el que estamos sumergidas desde pequeñas, es que las respuestas nada tienen que ver con el SER, sino totalmente con el hacer: a la pregunta “¿qué quieres SER cuando seas grande?” contestamos con profesiones u oficios y a la variación de “cómo nos visualizamos”, normalmente seguimos contestando con cargos, ascensos o mayores responsabilidades, bien sea en el ámbito laboral o familiar. Pero ¿por qué?
“Sean de espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar” 1Pe 5:8
La Palabra de Dios nos revela un estatus permanente entre el príncipe de las tinieblas y los hijos de Luz: estamos en guerra. La victoria ya fue conquistada por Cristo, pero Satanás está al acecho para hacernos tropezar y frenar el avance del Reino de Dios. Y Satanás, como buen adversario, utiliza las mejores estrategias de destrucción: el engaño, la confusión y la distracción.
“Ustedes son de su padre el diablo y quieren hacer los deseos de su padre. Él fue un asesino desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira” Jn 8:44
Nosotras contestamos, con profesiones u oficios a la pregunta “¿Qué quieres SER?” porque el mejor engaño del diablo, en esta guerra, es hacernos pensar que en el hacer se encuentra la plenitud de nuestra esencia. De esta forma la vida del ser humano transcurre como una carrera incansable saltando de vagón en vagón de lo que se espera que hagamos: desde maternal, hasta guardería, brincamos por cada año escolar hasta llegar a la universidad y poder dar otro salto al trabajo y de allí a la jubilación y muerte. Pero ¡un momento! No se trata solo de eso, hay un punto en nuestra juventud donde debemos decidir acerca de otros vagones: ¿nos queremos casar o permanecer solteras? ¿queremos tener hijos o no? Cada generación les ha dado una respuesta diferente a estas preguntas; cada generación ha construido su imagen de mujer ideal a la que toda jovencita debería apuntar y la iglesia no ha sido ajena a estas influencias.
Hace algunos años tuvimos como referente aspiracional a las amas de casa abnegadas: madres amorosas que mantienen su hogar perfecto e impecable, mientras cocinan recetas fabulosas que se transmiten a hijos, nietos y bisnietos. En años posteriores la idealización se asemejó más a mujeres ejecutivas, inteligentes y profesionales de alto desempeño, que lograban encontrar la forma de sacar adelante tanto sus trabajos como sus familias de menos hijos y tal vez su mejor receta para heredar, se trate de los minutos de microondas recomendados para cada caja de comida preparada.
Las últimas generaciones, posiblemente, quieren alcanzar un ideal de mujer más ecléctica: profesional exitosa pero que tiene tiempo para sí misma; capaz de trabajar online desde cualquier rincón del mundo y de prepararse una deliciosa cena saludable; cosmopolita con matices de una “espiritualidad” moderna: respetuosa del medio ambiente y de los animales; es una consumidora eco-consciente, cuyas decisiones de vestuario, alimentación y vivienda, buscan frenar la amenaza del calentamiento global y la superpoblación mundial. Abanderada del empoderamiento femenino, ese referente idealizado de mujer es capaz de ser feliz completamente sola, mientras viaja por el mundo complaciéndose a sí misma.
El referente para las generaciones futuras es muy incierto, toda vez que la definición de mujer se desdibuja más con el paso del tiempo y lo que este mundo tiene para ofrecer en términos de familia o trabajo, está en jaque.
Gloria a Dios que el propósito de nuestras vidas no reside ahí; te quiero dar una gran noticia: cualquier referente aspiracional que tengas de este mundo o si te has identificado con alguno de los enumerados anteriormente: ¡no va a darle plenitud a tu vida! Si te casas o no; si tienes éxito laboral, profesional, académico o eres ama de casa; si tienes uno, muchos hijos o ninguno; si le das la vuelta al mundo o a la cuadra; nada de esto le da sentido a tu vida ni define quien ERES, solo se trata de lo que haces.
“Déjenme decirles lo siguiente, amados hermanos: el tiempo que queda es muy breve. Así que, de ahora en adelante, los que estén casados no deberían concentrarse únicamente en su matrimonio. Los que lloran o los que se alegran o los que compran cosas, no deberían ser absorbidos por sus lágrimas ni su alegría ni sus posesiones. Los que usan las cosas del mundo no deberían apegarse a ellas. Pues este mundo, tal como lo conocemos, pronto desaparecerá.” 1Cor 7:29-31
No se tú, pero yo siento un gran alivio al escuchar eso; porque en ocasiones, por los afanes de este mundo, he bajado la guardia y he permitido que el enemigo me distraiga del verdadero propósito de Dios con mi vida.
He perseguido tanto ser la gran ejecutiva en mis primeros años laborales, como el ama de casa abnegada en los más recientes y ¿sabes? He fracasado en ambos. No lleno el 100% de ninguno de esos ideales, ni siquiera sé cuántos minutos ponerle al microondas. Me casé a los 35 años y por tanto llegué a abrazar a regañadientes la posibilidad de quedarme sola; diseñé un plan de solteroncita feliz que incluía darme gusto en mis hobbies y aspiraciones: viajar, bucear, ir a conciertos y tener mi propio apartamento hicieron parte del listado con el que iba a sentirme realizada y cuando empezaba a conseguirlo todo reapareció un gran amor que ahora es mi esposo. Casarme con él reactivó la “Susanita” que vive en mí, ese personaje de Mafalda que sueña con casarse y tener hijitos para amar y cuidar y mostrarle al mundo lo buena mujer que es. Pero adivina qué: ninguna de esas versiones de mujer ideal que he sido me han traído realización.
Estar soltera o estar casada, tener hijos o no, darme gusto en mis ambiciones o vivir para cumplir las expectativas de otros; nada de esto trajo llenura a mis vacíos o plenitud a mis días; solo cambió la ecuación a resolver. El matrimonio trajo amor y compañía, pero también retos y desafíos a mi egoísmo. La maternidad me ha permitido descubrir lo mejor de mí, pero también lo peor y obviamente, en los momentos más agotadores de mi vida actual, puedo caer en sobreestimar mi vida de soltera: añorar el darme gustos sin tener que consultar otras agendas o presupuestos más que los míos; es sólo otro juego de la mente, porque obviamente olvido los fines de semana de soledad, el silencio del teléfono, la valentía de ir a cine sola y el anhelo de tener un bebé.
“Así que Dios creó a los seres humanos a su propia imagen. A imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó.” Gen 1: 27
Alabo a Dios porque El da sentido a mi vida. No soy un accidente cósmico ni polvo de estrellas evolucionado. Tengo un creador que me hizo con un propósito eterno.
Antes de que Dios nos diera su bendición para ordenarnos HACER cosas, nos creó con unas características que definen nuestro SER: somos imagen de Dios, creados para reflejarlo en nuestro existir, puestos en el Edén con un primer vínculo que habilita y da sentido a todo lo demás de hagamos: tener una relación con nuestro Creador y Padre.
Dios nos revela su propósito para nosotros a través de Su Palabra: en Isaías 43:7 leemos que todo el que es llamado por Su nombre, es creado para Su gloria y más adelante reitera: “Este pueblo he creado para Mí, mis alabanzas publicará” v.21.
Pablo en Efesios 1:6 nos recuerda que fuimos creados para alabanza de la gloria de Su gracia y en el mismo capítulo 7 de primera de Corintios Pablo concluye su discurso a solteros y casados: “Mi deseo es que hagan todo lo que les ayude a servir mejor al Señor, con la menor cantidad de distracciones posibles.”
No te dejes engañar por la cantidad de vagones que te falten por saltar, no caigas en la distracción del diablo que te engaña para que estés siempre haciendo esto o aquello, aquí o allá; no nos pertenecemos, no debemos vivir para complacer nuestro egoísmo. Pelea la buena batalla de la fe y como aconseja Pablo a Timoteo: ¡aférrate a la vida eterna! No quites los ojos de Cristo, no te distraigas: búscalo y anhélalo. Ten una relación con Dios a través de Cristo y por la obra del Espíritu en tu vida, todo lo demás te será añadido, todo lo demás que hagas será para reflejar Su carácter y darle gloria: sea que vivamos o que muramos somos del Señor.
Dicho esto, aprovecho para preguntarte nuevamente: ¿Qué quieres ser ya que eres mayor? Y ¿Dónde te ves en 5 años? le ruego a Dios que tus respuestas hayan cambiado radicalmente y esta nueva comprensión te llene de paz.
“Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien.” Sal 139:13-14