Deporte Extremo

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Si me preguntaran cuál ha sido el lugar del mundo más maravilloso que he visitado, diría
que el fondo del mar. Nada se compara con admirar de cerca las maravillas de Dios; justo
ahí, nadando a tu lado, puedes contemplar tiburones, bancos de peces, ballenas, peces de
arrecife, en fin, animales maravillosos que están al alcance de tu mano, sin huir ni
espantarse. Sí, bucear ha sido de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida y,
posiblemente, la más riesgosa.

Del curso de buceo recuerdo el énfasis del instructor con ser rigurosos cumpliendo todo lo
aprendido; porque tomarlo a la ligera podría significar un accidente fatal. Morir buceando
no es normal, pero el riesgo siempre está ahí; los protocolos previos a la inmersión deben
cumplirse sin falta, las listas de chequeo de equipos son tan importantes como las que
hace un piloto antes de despegar su avión.

Y es que curiosamente, son varias las actividades que el ser humano ha abrazado y
practicado sabiendo claramente que puede morir en ellas; pero asumiéndolas, porque la
recompensa vale la pena y porque, al fin y al cabo, son un privilegio.

Pero ¿por qué entonces nos escandalizamos cuando leemos pasajes bíblicos que muestran
el riesgo de tomar a la ligera las ordenanzas de Dios? Me atrevo a pensar que al ser
humano en su soberbia le parece bien si el riesgo de morir se lo impuso él mismo, pero le
parece altamente injusto o desproporcionado, si proviene de infringir las exigencias de
Dios.

“…Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron sus respectivos incensarios, y después de
poner fuego en ellos y echar incienso sobre él, ofrecieron delante del Señor fuego
extraño, que Él no les había ordenado. Y de la presencia del Señor salió fuego que los
consumió, y murieron delante del Señor.” (Levítico 10:1-2)

¡Wow! Sabía que hay actividades más riesgosas que bucear, pero no que el sacerdocio
fuera una de ellas; gracias a Dios eso está en el Antiguo Testamento y no tiene nada que
ver con nosotras, o si?

“Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para
posesión de Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las
tinieblas a Su luz admirable.” (1ª. Pedro 2:9)

Bien, resulta que sí, Dios nos ha hecho un reino de sacerdotes, y aunque sería mejor no
hablar del poco glamouroso final de Nadab y Abiú;¡, la verdad es que nuestros corazones
necesitan comprender profundamente el mensaje de este pasaje.

Pero ¿Quiénes fueron Nadab y Abiú? Si vamos a Éxodo 28, aprendemos que ellos fueron
apartados, ungidos y consagrados al servicio de Dios como sacerdotes, junto con su padre
Aarón; recibieron vestiduras distintivas de altísima dignidad para gloria y hermosura,
como estatuto perpetuo para ellos y su descendencia. Pero no sólo eso, unos capítulos
antes en Éxodo 24 encontramos uno de los pasajes más alucinantes del que poco he oído
predicar:

“Después Moisés, Aarón, Nadab y Abiú, y los setenta ancianos de Israel subieron al
monte. Allí vieron al Dios de Israel. Debajo de sus pies parecía haber una superficie de
lapislázuli de color azul brillante, tan clara como el mismo cielo. Aunque estos nobles de
Israel pudieron contemplar a Dios, él no los destruyó. De hecho, compartieron una
comida para celebrar el pacto, en la cual comieron y bebieron en su presencia.” (Éxodo
24:9-11)

¡Ellos vieron a Dios y celebraron en Su presencia!!! Esto sería suficiente para entender el
lugar de privilegio de estos hombres que Dios en su gracia seleccionó para Su servicio.

Solo imagina la escena: suben al monte y se encuentran la gloria resplandeciente,
magnífica, indescriptible de Dios y ¡no son consumidos por ella! sino invitados a comer y
beber para celebrar el pacto. Aún no tienen las vestiduras, ni la tiara, ni el manto, ni el
efod, ni la túnica, en fin, ni la ropa interior de lino, pero son invitados a regocijarse con
Dios y a celebrar CON ÉL comiendo y bebiendo.

Desde Éxodo 24 hasta Levítico 10 hay un enorme camino recorrido por estos sacerdotes.
Para este momento ya estaban ejerciendo plenamente su ministerio, después de todas las
ceremonias y rituales necesarios para ello. Han recibido leyes detalladas y específicas
acerca de cómo, cuándo, por qué y dónde se debía ofrecer cada ofrenda delante de Dios.

En Levítico 9 acaban de ser consagrados y el capítulo termina con fuego que sale de la
presencia de Dios y consume totalmente el holocausto y la grasa sobre el altar; todo el
pueblo aclama a Dios y se postra en tierra. Ahí, justo ahí, abre Levítico 10 y nos dice que
ellos “…tomaron sus incensarios, pusieron fuego en ellos y echaron incienso en él,
ofreciendo delante del Señor fuego extraño que Él no les había mandado…”.

Las preguntas son muchas, ¿exactamente, qué harían mal? ¿Erraron en la receta del
incienso que era precisa y exclusiva para Dios? ¿Tomaron sus incensarios para encender el
altar del incienso en un horario incorrecto? ¿Tomaron fuego de un lugar diferente al altar
del holocausto para encender el altar del incienso? ¿Estaban borrachos? Porque unos
versos más adelante en el mismo capítulo, Dios ordena a Aarón y a sus hijos restantes, no
beber vino ni licor cuando entren al Tabernáculo para no morir. Tal vez todo lo anterior lo
hicieron mal, el pasaje no entra en detalles, pero algo es claro: tomaron a la ligera las
ordenanzas de Dios.

En buceo aprendes que para no morir debes cumplir estrictamente con muchas
precauciones: bucear en óptimas condiciones de salud, aprender a mantener tu posición
en el agua evitando ascensos acelerados, planear tu inmersión, portar y dominar el
manejo de todos los equipos, entre otras ¡ah! y nunca, pero nunca puedes dejar de
respirar durante una inmersión.

Todas las advertencias asociadas al ministerio sacerdotal fueron dadas por Dios con
detalle. La posición de ellos era privilegiada y por lo mismo debían atesorarla con celo y
humildad delante del Todopoderoso, a quien habían contemplado. Pero al parecer, igual
que en uno de los riesgos de buceo, Nadab y Abiú no supieron mantener su posición,
¿exceso de confianza? ¿de licor? Lo que haya sido no los eximió de las consecuencias.
Ascendieron rápidamente tomando un fuego diferente al que Dios encendió en el altar del
holocausto, único permitido para ello y, nuevamente, salió fuego de Dios, pero esta vez no
hacia el altar, sino hacia ellos y murieron delante del Señor.

Y aquí está lo que nuestros corazones necesitan comprender más que nada: Dios es
precioso y Santo y se alegra con nosotras Sus escogidas y quiere celebrar Su pacto, Su
victoria y Su gloria. Pero solo hay una forma de ofrecer incienso santo de adoración
delante del Rey de Reyes, solo hay un camino para acercarse a Él y es a través de nuestro
Señor Jesucristo, quien se ofreció como Cordero perfecto sobre el altar, por voluntad de
Dios; encendiendo el fuego desde ese día y por los siglos, para que te puedas acercar
confiadamente al trono de la gracia por la obra redentora de Cristo y tu corazón sea
encendido por el Espíritu Santo, para ofrecer incienso delante de Él.

Temamos a Dios porque es Santo, pero anhelemos también Su fuego para santificación
nuestra enviado para salvación y confirmado con el sello del Espíritu; fuego que provee
transformación de nuestras mentes y gloria para el Altísimo y así ¡lo aclamaremos y nos
postraremos ante Él!

Es solo por la gracia de su Hijo y su sacerdocio perfecto que podemos entrar a
contemplarlo. No caigamos entonces en el pecado de Nadab y Abiú o de Ananías y Safira
en el Nuevo Testamento; quienes igualmente fueron consumidos por el Espíritu: no
tomemos a la ligera a nuestro Dios. No pensemos que nuestras glorias pasadas son las que
nos van a justificar ante Él, no es por nuestra justicia o nuestras obras, por nuestro fuego,
incienso o dádiva; es por la única ofrenda perfecta, completa y sin mancha que puede
agradar a Dios: Jesucristo.

“… que en cuanto a la anterior manera de vivir, ustedes se despojen del viejo hombre, que
se corrompe según los deseos engañosos, y que sean renovados en el espíritu de su
mente, y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en
la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22

Hoy te invito a meditar en la profunda santidad de Dios y en nuestra profunda necesidad
de Cristo para ser santificadas y habilitadas para disfrutar de Su presencia y clamar como
el salmista:

“Un abismo llama a otro abismo a la voz de Tus cascadas; Todas Tus ondas y Tus olas
han pasado sobre mí.” Salmo 42:7

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