La brújula rota

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No hay duda que somos unos seres complejos y maravillosos.
En el salmo 139 el salmista habla de cuán asombrosos y maravillosamente somos
tejidos en el vientre materno.
Ciertamente Dios nos creo y dotó de dones y talentos. Nos dio también un puñado de
emociones que los estudiosos de las ciencias sociales has intentado categorizar y
explicar.

En los años 70 Paul Eckman  un psicólogo norteamericano las categorizó y estudió, y
en su definición las explico como una serie de reacciones subjetivas al ambiente que
vienen acompañadas de cambios fisiológicos, orgánicos y endocrinos.
Miedo, asco, ira, alegría, tristeza y aversión son las seis emociones básicas que los
humanistas acordaron establecer como emociones primarias, pero son muchas las
sensaciones, y manifestaciones en cada individuo y situación.
Si hicieras un diario de emociones e intentaras recordar como te sentiste durante solo
una jornada, es muy probable que pasaras por todas estas emociones y además, sus
diferentes combinaciones.

La Biblia nos regala muchos pasajes en los que claramente podemos ver la emoción
que atraviesa al autor o personaje del que nos habla en la historia.
En los salmos, David derrama sobre Dios oraciones llenas de angustia, miedo, enojo,
agotamiento, debilidad. Dios no condena estas emociones en ningún momento, pero si
nos advierte sobre lo que hacemos con ellas.

La Biblia nunca nos esconde la naturaleza humana y pecadora de todos los hombres y
mujeres allí retratados, ni mucho menos sus emociones.  
Pero, al mismo tiempo nos recuerda que el corazón es engañoso y que las emociones
no pueden ser la batuta que guía las decisiones y nuestro actuar: “Engañoso es el
corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿Quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
En la carta a los Efesios, Pablo nos da un pista de cómo las emociones no pueden
controlarnos,  nos dice: “airaos pero no pequéis”, es decir, cuando la emoción de la ira
te gobierne, aún así debes estar en control de tus actos y no actuar conforme a ella,
sino de acuerdo al ejemplo de Cristo.
No podemos evitar sentir una emoción, pero con la ayuda del Espíritu Santo podemos
seguir poniendo la mirada en Jesús.  A esto lo conocemos como dominio propio.

Entonces, estas emociones nos permiten responder a estímulos externos, a situaciones
particulares,  pero no pueden ser nuestra brújula en este viaje que es la vida,
pues si nos guiáramos por las emociones, esta brújula un día apuntaría al norte, y otro al sur, e
incluso puede indicarme en la mañana el este y un poco más tarde el oeste.
Vivimos en la sociedad de la emoción, del instante: ¨Haz lo que te haga feliz. Sigue tus
instintos, tu corazón traza el camino”… Pero ¿cuál? Si un momento siento una cosa y
luego otra.

No podemos caminar con una brújula rota, o mejor, podremos caminar pero nunca
llegar al buen destino.
Querida mujer, tenemos un destino común al que queremos llegar, a la eterna
presencia del Padre, queremos correr la buena carrera y pelear la buena batalla,
nuestras emociones hacen parte de nosotras, pero no pueden ser nuestra guía, la guía
es Cristo, que no cambia, que es el camino al Padre quien es el mismo ayer, hoy y
siempre y que estará con nosotros hasta el final de los tiempos.
Toma un momento para agradecer a Dios por lo maravillosamente que fuiste creada, y
pídele que tome control de tu corazón, pídele gozo y dominio propio para hacer más
llevadero y fácil tu camino hacia Él.

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis pensamientos;
Y ve si hay en mí camino de perversidad,
Y guíame en el camino eterno.”
( Salmo 139:23-24)

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