“Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en
este mundo” Colosenses 3:23
En el mundo laboral hay todo tipo de historias. El éxito y el fracaso tienen múltiples formas y lo
que puede ser la cima para uno será la tragedia y el punto más oscuro de la historia de algún
otro.
Mi abuelo consiguió su primer trabajo a la 19 años y se desempeñó allí en múltiples funciones
hasta el día que se jubiló. Nos repetía, como por costumbre tienen los viejos, que él hizo parte
del primer grupo de hombres del país que instaló y manejó aquellas computadoras del
departamento de nómina del Ferrocarril que ocupaban dos habitaciones enteras.
Mi historia laboral es otra, a los 7 años y hasta el colegio vino a buscarme mi oficio… Un día
fueron a grabar de un programa de televisión a las niñas del coro, del que hacía parte, y una
fuerza que me empujaba desde por dentro me gritaba, es esto! Y así fue… aunque intenté hacer
otras cosas y por periodos de tiempo coordiné y dirigí eventos académicos, escribí para prensa,
coordiné comunicaciones en una empresa y acompañé a mi esposo en sus emprendimientos; la
televisión fue mi oficio la mayor parte de mi vida. Y el periodismo mi carrera y mi pasión.
Tan convencida estaba de que esto era lo mío, lo verdaderamente mío, que creo que un tiempo
no podía decir mi nombre sin explicar que era periodista. Esto, por supuesto es una
exageración, pero no demasiado alejada de la pura realidad.
No me lo preguntaba, pero de alguna manera mi identidad estaba puesta en eso que había
hecho tanto tiempo, que me gustaba tanto hacer y por lo que además me pagaban y disfrutaba.
Parecía, a mis ojos, apenas obvio.
Pero en mi corazón, Dios y trabajo, no iban de la mano; es mas.. me iba tan bien, nuevamente a
mis ojos, que para que iba yo a meter a Dios en este asunto. Un par de veces seguramente le di
gracias por un nuevo proyecto, un nuevo programa, un nuevo reto. Pero nunca, nunca, nunca
había pensado en eso de trabajar como para Él. Él que se iba ver esos programas, y además, yo
sabía muy bien lo que tenía que hacer.
A pesar de tantos años, tantos viajes, tantos amigos… Es en mi nuevo trabajo en donde creo
que más he aprendido. Pero no es fácil. Las condiciones de mi nuevo cargo son otras
completamente diferentes. No hay cocteles, ni reuniones, ni sala de maquillaje, no hay
aplausos, ni premios… Y las cartas de agradecimiento vienen con errores de ortografía y en
forma de corazón y no me llaman periodista sino mamá.
Y para dejarles claro que no soy la mejor, aquí solo algunos ejemplos: se me ha quemado toda
la producción de galletas en el horno, mandé disfrazado a mi hijo mayor al colegio el día
equivocado y me lo recuerda en cada preadolecente discusión, todavía no sé hacer el huevo del
desayuno exactamente como le gusta a mi esposo, aunque llevamos 15 años casados. Y tengo
en toda mi casa una decoración “minimalista” por el simple hecho de evitar la fatiga al sacudir.
Ahora que soy ama de casa y mamá de tiempo completo es cuando cada día no puedo dar un
paso tras otro sin recordar lo inmenso del amor de Dios y lo poco que puedo hacer yo en mis
fuerzas.
Es en este cargo en el que entre teteros, balones de futbol, curitas y shows de ballet que Dios a
venido a susurrarme al oído que me baste en su gracia porque su poder se perfecciona en mi
debilidad. Es el trabajo en el que más a menudo me encuentro ante nuevas situaciones y
preguntándome ¿y ahora qué hago?
No estoy capacitada para este trabajo, me quedan grandes muchos días y aunque no salgo
llorando de la oficina, si se me han escurrido algunas lagrimas que he limpiado con el trapo de
la cocina. Es aquí donde tengo trabajo por hacer, y es aquí donde la mano del Señor me
sostiene.
En Colombia tenemos una expresión para referirnos a alguien que ha pasado por muchos
puestos de trabajo, o que tienen muchas ocupaciones, decimos: ¡Tiene más puestos que un
bus! En otras palabras, hace o ha hecho de todo. Pero por más que hagas mucho, lo que haces
no te define.
Ese oficio que ejerces o la ciencia a la que te dedicas, no es lo que te llena de valor. Para un
segundo y piensa: lo que haces hoy puede terminarse hoy mismo. Eso en lo que pasas todo tu
día y en lo que debes ser esforzada es algo que Dios, quien da y quita, puede poner y quitar.
Algo tan sencillo es una verdad que se dice poco en un mundo de apariencias y donde el título o
cargo pareciera venir adherido al nombre.
Este mes me encargaron escribir sobre el trabajo y he estado reflexionando mucho al respecto.
No somos lo que hacemos, aunque debemos hacerlo de la mejor manera. Al final, una y otra
vez donde que hay que trabajar es en nuestro corazón.
Apasionada por compartir a Cristo.