Muchas de nosotras crecimos con un falso concepto de las emociones, o peor aún, con la
idea de que éstas no deben ser expresadas libremente. Aún recuerdo el día que uno de
mis hermanos me dijo: “No dejes que tus problemas afecten a los demás”.
Entonces debemos reconocer que emocionalmente arrastramos el trasfondo familiar y
cultural de donde venimos. También en el ámbito evangélico o cristiano muchas veces se
menosprecian las emociones a causa de que algunos basaban su fe en las emociones y
sentimientos y no en los hechos y las promesas de Dios, mostrando así una relación
inestable con Dios, lo que en algunos casos es verdad, pues vemos personas que creen
haber conocido al Señor, pero con el correr del tiempo descubren que fue algo puramente
emocional y no tienen ningún compromiso con él.
Pero la realidad es que las emociones se definen como una alteración del ánimo en el
individuo, de forma interna y pasajera, agradable o penosa. Las emociones son también
un interés expectante con que se participa de algo que está ocurriendo. Esto nos deja ver
que las emociones son inherentes al ser humano y no podemos hacer caso omiso a ellas.
Ahora bien, hay dos extremos con las emociones, por un lado pensamos que son
engañosas y exageradas, lo cual nos lleva a resistirlas y reprimirlas, teniendo así vidas
ásperas, negándonos a sentir y expresar nuestras emociones, lo cual impide una madurez
emocional y relacional en el pueblo de Dios, que por ende perjudica nuestro crecimiento
espiritual, porque al resistirnos a expresarlas no reconocemos nuestros errores y pecados,
no aprendemos a pedir perdón y nos volvemos criticonas, controladoras, usamos
máscaras en la iglesia aparentando una madurez espiritual que en el fondo no tenemos.
Muchas veces nos sentimos amargadas, resentidas, amenazadas, no valoradas, haciendo
cosas para Dios, escapando de nuestras realidades ocultas bajo las máscaras, luchando
con dificultades en lo íntimo de nuestro ser que por una falsa espiritualidad no revelamos.
Pero en el otro extremo, usamos las emociones para manipular y presionar a otros a hacer
lo que queremos.
Así que, lo que debemos hacer es expresar y controlar nuestras emociones sabiamente
con la ayuda del Señor ya que ellas influyen en nuestra vida y en nuestras relaciones y
sobre todo en las decisiones que tomamos. Esto nos libera para tener relaciones sanas y
transparentes.
En la Biblia vemos a los grandes hombres de Dios expresando sus emociones ya sea en
forma correcta e incorrecta. Vemos por ejemplo a los hermanos de José dando rienda
suelta a su envidia, pero a la vez, vemos a José llorando y expresando su dolor y perdón
(Génesis). También vemos a Moisés expresando su ira, a Esaú tomando malas decisiones
por causa del cansancio y el hambre de un momento.
Por otra parte, vemos a los salmistas expresando un cúmulo de emociones como alegría,
dolor, tristeza, cuestionamientos, fracasos, y otras a través de todos los salmos, lo cual les
generaba libertad y confianza en el Señor, llevándoles a adorarlo.
Por ejemplo, en el Salmo 6:3 y en el 42:4-5 el salmista expresa:
Cuando estoy turbado y molesto mi mente se llena de abatimiento, Señor restáurame
pronto. En el salmo 119:11 el salmista dice “en mi corazón he guardado tu palabra (he
memorizado) para no pecar contra ti”. En el salmo 137 el salmista expresa: “como cantar
salmos al Señor en tierra extraña” y muestra su angustia.
También vemos en medio de una situación crítica de su tierra al profeta Habacuc
expresando su temor reverente al Señor y adorándole en medio de la necesidad y la
escasez y le afirma que, aunque no haya cosecha ni animales, ni nada, con todo él se
regocijará en el Señor. Por otro lado, el apóstol Pablo en muchas de sus cartas expresa su
amor por sus discípulos como Timoteo y su preocupación y tristeza cuando no andan bien,
como los Gálatas.
Pero de manera significativa vemos a Jesús expresando sus emociones de una manera
natural y sencilla: llorando ante la tumba de un amigo (Juan 11:35), regocijándose ante el
Padre por sus discípulos (Lucas 10:21), se enojó (Marcos 3:5), se afligió (Marcos 14:34), se
compadeció (Lucas 7:3), mostró asombro (Marcos 6:6 y Lucas 7:9), se entristeció (Marcos
3:5 y Mateo 26:37) y sintió angustia (Lucas 12:50 y Mateo 26:37).
Con todo y eso Jesús supo apartarse de las expectativas de las multitudes, de su familia y
discípulos y ejercer su misión con libertad según la voluntad del Padre. Su relación
estrecha con el Padre le ayudó a ser libre de las presiones de los que le rodeaban.
Como dice un autor, hemos de reconocer la realidad de nuestro ser emocional, pero
además de ello, crecer en el conocimiento de Dios y de la Escritura y entender que la
madurez espiritual y emocional son inseparables, y como tales deben ser trabajadas en el
discipulado de la iglesia.