Mis hijos tienen fiebre, han estado enfermos por un par de semanas y cuando el
termómetro confirmó lo que mis manos ya habían detectado dije: tienen fiebre, sabiendo
muy bien que no era eso lo que tenían, pues la fiebre es un síntoma, no una enfermedad.
La fiebre se define como el aumento temporal en la temperatura del cuerpo en respuesta
a alguna enfermedad o padecimiento.
Así que, la fiebre no es el problema, sino la infección que la genera, los virus o bacterias
que están atacando nuestro organismo.
La fiebre solo me muestra que tienen algo más, aquello que sí es el verdadero problema y
de lo que me tengo que ocupar.
De la misma manera podemos hablar en relación con el dinero. La “fiebre” por
conseguirlo, mantenerlo y aumentarlo es un síntoma que nos habla de una infección
mucho más profunda.
El problema está en el corazón, y las verdades que atesoramos en él, moldearán la forma
en que nos comportamos y actuamos frente a todo, también frente al dinero.
De hecho, continuando con la analogía de la fiebre, pudiéramos decir que nuestros
pensamientos frente al dinero son un excelente termómetro para indicarnos cómo está
nuestra relación con Dios y qué tanto estamos confiando en Él, en Su gracia y Su cuidado.
Sobre el dinero, Jesús dijo en Mateo 6:24 “Nadie puede servir a dos señores, porque
aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No
podéis servir a Dios y al dinero.”
Para ilustrar mejor esta situación, vamos a hablar de dos ricos, y veremos lo que la Biblia
nos dice de ellos y su corazón.
Los dos ricos eran realmente millonarios de la época, uno, un judío reconocido en su
comunidad, seguramente de una familia muy acomodada.
Y el otro, aunque adinerado, rechazado, humillado y despreciado por la forma en que
había conseguido su dinero.
Al primero se le conoce como el joven rico y su historia puedes leerla en Marcos 10 del 17
al 30, y el otro era Zaqueo, un hombre de baja estatura, con un trabajo indigno y
dispuesto a dejarlo todo para seguir a Jesús, o al menos la mitad de sus bienes como
donación a los pobres, pues prometió devolver cuadruplicado a cualquiera a quien
hubiera engañado. Su historia está en Lucas 19 del 1 al 10.
Ambos se encuentran con Jesús, y del encuentro uno sale feliz y el otro sale triste. El que
sale feliz, reconoce que Jesús tiene para darle algo que es mayor que su dinero. Sabe que
cualquier cosa que dé es menos de lo que está recibiendo, pero aquel otro joven que se va
triste, no reconoce la grandeza de Jesús y su amor al dinero se evidencia cuando el
maestro lo invita a vender todo lo que tiene.
¿Luchas con el dinero? ¿Luchas con dar generosamente a otros? ¿Luchas con dar el
diezmo y la ofrenda en tu iglesia local? ¿Luchas con desprenderte de unas cuantas
monedas? ¿Eres de la que vive contando cada peso y revisando todo el tiempo la cuenta
bancaria para comprobar que no estás perdiendo tus riquezas?
Entonces, déjame decirte que todavía no te has encontrado con un tesoro mayor. Sólo
aquel que descubre una mejor fortuna, es capaz de soltar las monedas que tiene en su
bolsa para correr, abrazar y apropiarse de las riquezas que ha encontrado.
Eso fue lo que le pasó a Zaqueo, vio en Cristo un tesoro más valioso que los billetes
acumulados a lo largo de los años; eso fue lo que no logró contemplar el joven rico, y por
esa razón, salió triste y muy afligido.
Querida mujer, tus riquezas se oxidarán, la polilla se las comerá, o quizás otros se
quedarán con todo lo que has trabajado por tantos años; por eso, mi invitación es a que te
acerques humildemente a Cristo, y le ruegues que te permita ver Su belleza, Su esplendor,
Su brillo, a tal punto que quedes asombrada por el Gran Tesoro que Él representa, y
rendida en adoración empieces a servir a Dios con cada peso que Él te ha dado.
Cierra tus ojos y pídele a Dios que te permita agradecer por las bendiciones materiales
que has podido disfrutar, pídele sabiduría para administrar sabiamente lo que tienes, y
pon la mirada en Jesús, quien conoce tus necesidades.
No confíes en el dinero como la solución a tus problemas, o no te angusties por si un día
llegaras a perder tu seguridad económica, pues tu seguridad es el Señor. Él es tu porción, y
conoce tus necesidades.
Pídele que examine tu corazón y te recuerde el precio que Cristo pagó por ti, un precio
que no puede pagarse ni con todo el dinero del mundo.
“No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre echan a perder las
cosas y donde los ladrones roban. ¡Háganse tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que puedan corromper, ni ladrones que les roben!, pues donde esté tu tesoro,
allí también estará tu corazón.” (Mateo 6:19-21)
Apasionada por compartir a Cristo.
Hermoso y confrontante. Definitivamente me hace pensar en un tema que no considero un problema para mí, pero al leer el artículo me siento desafiada de examinar mis motivaciones y mis temores respecto a mi seguridad y mi futuro.
Gracias Juliana; Pertinente y relevante.