Si eres cristiana, es probable que en algún momento hayas pensado que la vida de un
cristiano debería estar desprovista de cualquier clase de angustias financieras; libre de
deudas, escasez, limitaciones y necesidades que parecen aumentar mientras nos
esforzamos por vivir vidas que honren a nuestro Padre y con las cuales podamos reflejar la
vida abundante que Cristo prometió en el Evangelio de Juan, capítulo 10 verso 10.
La realidad financiera de un gran número de verdaderos discípulos de Cristo, redimidos
por su obra salvífica en la Cruz y en cuyas vidas se evidencias los frutos de la obra
santificadora por el Espíritu Santo de Dios, no es la de autos lujosos, casas
ostentosamente ornamentadas, cuentas bancarias con depósitos constantes de cifras con
más de seis ceros a la derecha, hijos educándose en las mejores universidades del mundo
y recursos abundantes para suplir sus necesidades propias, dar a otros en necesidad y
bendecir también a nuestra iglesia local con diezmos y ofrendas.
Entonces, ¿dónde queda la promesa de vida “abundante”? El diccionario de la lengua
Española define “abundancia” como: una gran cantidad de algo, prosperidad, riqueza o
bienestar y gozar de un gran bienestar económico; en conclusión, todo gira en torno a la
riqueza o bienes materiales que nos brinden comodidad y estabilidad presentes y
tranquilidad futura; pero en el griego significa: “excesivamente, más allá de la medida, una
cantidad tan abundante como para ser considerablemente más de lo que uno esperaría o
anticiparía”; entonces podemos entender que la promesa de Jesús trasciende más allá del
plano de lo económico y hace referencia a todos los elementos espirituales, físicos,
emocionales, relacionales y financieros que hacen parte de la vida de sus discípulos.
Podemos hacer una nueva lectura del texto; si escudriñamos las condiciones económicas
de nuestro señor Jesucristo desde su humilde cuna, la profesión de su padre, su ministerio
rodeado de pescadores con redes rotas y devotas mujeres que ayudaban a cubrir las
necesidades para hacer su ministerio entre los pobres.
No fue entonces primariamente una promesa de vida económica sin penurias, sino la vida
abundante de quien, al venir al encuentro con Cristo como su Señor y Salvador, pasa de
muerte eterna a la vida eterna, y entonces podemos empezar a disfrutar de este lado de la
eternidad, de todas las promesas “abundantes” que han sido dadas a los que lo aman, tal
como lo dice su palabra así:
1- Abundante Salvación en Cristo, “Por lo tanto ya no hay ninguna condenación para
los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él, la ley del Espíritu de vida,
me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte”, Romanos 8: 1-2.
2- Abundante libertad de la esclavitud del pecado: “Sin embargo, ustedes no viven
según la naturaleza pecaminosa, sino según el Espíritu……pero si Cristo está en
ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en
ustedes es vida” Romanos 8:9-10.
3- Abundancia del Espíritu de Dios, “En él también ustedes cuando oyeron el mensaje
de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación y lo creyeron, fueron marcados
con el sello del Espíritu Santo prometido” Efesios 1:13.
4- Abundancia más allá de nuestra visión terrenal e imaginación: “Sin embargo, como
está escrito: ningún ojo ha visto, ningún oído a escuchado, ninguna mente humana
ha concebido lo que Dios ha preparado para los que lo aman” 1ª Corintios 2:9.
Como vemos en el Evangelio, nuestro Dios se ha encargado de todo el bienestar que Él
en su soberanía sabe que necesitamos y que en su sabia providencia y perfecta
voluntad nos da.
Nuestro Padre conoce nuestra necesidad, nuestra debilidad y aún los deseos de
nuestro corazón; sabe si tu corazón está desierto, hambriento y sediento, mira tu
corazón de madre, esposa, hija y trabajadora maltratada, angustiada y
desesperanzada y ha visto tus lágrimas porque no hubo pan hoy en la mesa; y
mientras nos mira, obra en favor nuestro de una y mil maneras y mientras estamos en
necesidad, su Espíritu trabaja en nuestro corazón, nos sostiene, nos alienta y fortalece
nuestra fe.
Mi oración en tiempos de necesidad, es la del salmista: “Den gracias al Señor, porque
él es bueno, su gran amor perdura para siempre……vagaban perdidos por parajes
desiertos, sin dar con el camino a una ciudad habitable. Hambrientos y sedientos, la
vida se les iba consumiendo. En su angustia clamaron al Señor y él los libró de su
aflicción, los llevó por el camino recto hasta llegar a una ciudad habitable. ¡Que den
gracias al Señor por su gran amor, por sus maravillas en favor de los hombres! (Salmo
107: 1-8).