Generalmente tenemos el concepto de belleza que nos plantea la cultura y la sociedad a través de la publicidad, las redes sociales o la televisión y plasmamos en nuestra mente una idea de mujer que para muchas es inalcanzable.
Otras invierten su dinero y esfuerzo para poder lograrlo, haciendo de esa mujer ideal una meta y en muchas ocasiones un dios. Se vuelven esclavas de las dietas, los gimnasios, los quirófanos y demás.
Paradójicamente ese ideal de mujer por el que algunas luchan para ser amadas y aceptadas, para otras, que por naturaleza han sido dotadas de ciertos atributos físicos, esbeltas, con medidas muy similares a la publicidad y con cuerpos y rostros envidiables, luchan por ser valoradas y aceptadas por lo que son como mujeres, por sus conocimientos y dignidad y no ser usadas por una apariencia que solo les ha traído problemas y conflictos.
¿Qué es la belleza entonces? ¿Pura apariencia? ¿Cómo me siento con lo que soy? ¿Qué es lo que veo cuando estoy frente al espejo? ¿Estoy luchando con llegar a cumplir el estándar de belleza de la sociedad, de mi cultura? ¿Vivo esclava de mi cuerpo? ¿O estoy luchando por no ser la atracción de los demás solo por mi apariencia?
¿Qué dice la Biblia al respecto?
La identidad de una persona gira en torno a aspectos clave como la apariencia, las capacidades y el éxito o status y sus implicaciones en su vida íntima, y todas tenemos una historia de vida que nos ha afectado en uno u otro nivel.
Por otro lado, aunque fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios, nuestra identidad como mujeres ha sido afectada por la caída, por lo cual necesitamos ser restauradas en Cristo y tener la verdadera belleza que está en Él.
Al ser afectadas por la caída, no nos gusta lo que vemos en el espejo, nos avergonzamos, nos despreciamos, estamos insatisfechas.
Pero aún si no tenemos problemas con la apariencia, no nos sentimos valoradas, aceptadas ni amadas; muchas veces nos sentimos incapaces, insuficientes, inseguras y con miedos a fracasar, nos preocupa nuestra posición social, nuestros aciertos y desaciertos.
En ocasiones nos deprimimos al recordar a quiénes nos han humillado, maltratado o abusado por nuestra belleza.
¿Cuál es pues la verdadera belleza? Los salmistas nos lo dejan ver:
David en el salmo 27:4 dice que solo anhela una cosa, estar todos los días de su vida en la presencia del Señor para contemplar su hermosura. El Señor es bello, es hermoso, es digno de contemplación.
El salmo 45:2 dice “eres el más hermoso de los hijos de los hombres, la gracia se derrama en tus labios, por tanto, Dios te ha bendecido para siempre”.
La verdadera belleza está en Cristo y ésta es la belleza que debemos anhelar.
Por otra parte, la Palabra del Señor nos muestra que el Padre Celestial nos amó, nos aceptó en Cristo, no por ser bellas, sino por su gracia (Efesios 1:6).
Somos amadas y aceptadas por su gracia. La belleza siempre genera problemas, por ejemplo, Abraham temía por su vida porque su mujer era bella y mintió para salvarse (Génesis 12:10-20); también vemos a David cayendo en pecado por causa de la hermosura de Betsabé (2 Samuel 11).
En cambio, la gracia nos libera, nos permite estar en la presencia de Dios y de otros (Efesios 1:6, y 2:8; Hechos 7:10).
La belleza te lleva a competir, la gracia es un favor inmerecido. La gracia es Cristo mismo, es por Su gracia que él nos salvó. La belleza es vana y pasajera, la gracia no. La gracia nos da valor y dignidad para estar ante el Padre.
No tenemos que hacer nada para ganarnos la gracia, Cristo lo hizo por ti, te salvó por pura gracia. ¿Luchas con la belleza? ¿O has aceptado la gracia? En medio de nuestros problemas y aflicciones, luchando por ser aceptadas, valoradas y dignificadas el Señor nos dice: “bástate mi gracia” (2ª. Corintios 12:9).
Pero, ¿cómo tenemos la identidad y la belleza de Cristo? En Hebreos 1:1-9 encontramos la descripción de la persona de Jesús como el resplandor de la gloria de Dios.
Él es la imagen misma de Dios (apariencia). Es creador y sustentador del universo por la Palabra de su poder (capacidad). Es Hijo único de Dios y heredero de todas las cosas y está sentado a la diestra del Padre (posición, status).
En contraste con esto vemos en Isaías 52:14 y 53:1-9 a un Jesús maltratado y sufriente que se entregó a sí mismo por nosotras para que nosotras recibiéramos el amor y la aceptación del Padre.
Llevó allí a la cruz nuestras enfermedades, quebrantos y pecados para liberarnos, fue despreciado, muerto, crucificado por nosotras para darnos nueva vida y nueva identidad.
El entregó su belleza para que nosotras la recibiéramos en Él, nos dio una nueva apariencia, nuevo valor, nuevo status, una nueva identidad que por gracia nos hace dignas y aceptas del Padre, y resucitó para darnos vida eterna, teniendo una relación con El (Juan 17:3).
Este intercambio nos lleva a ser verdaderamente bellas, ¡Gloria al Señor!
¿Estás dispuesta a hacerlo? Disfruta de tu nueva identidad y belleza en Cristo teniendo una intimidad diaria con Él. Según la filosofía del mundo la belleza es externa y física. Desde la perspectiva de Dios la belleza es interna y espiritual.