¡Tú me haces enojar!

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No sé si has escuchado a otros, o te has escuchado a ti misma mencionando frases como estas: ¡Tú me haces enojar! ¡Grito por tu culpa! ¡Lo que dices me hace reaccionar de esa manera! ¡si actuaras diferente, yo respondería mejor!

Todas estas expresiones suelen ser bastante comunes en medio de los conflictos relacionales que experimentamos a diario. La pregunta no es si vamos a tener conflictos, pues de entrada la Palabra del Señor nos dice que discutimos y peleamos con otros como una expresión de nuestra naturaleza pecaminosa. La pregunta es ¿Cómo enfrentamos los conflictos relacionales?

La mayor tentación en medio de las luchas con otros es hacer responsables a los demás, porque queremos salir bien librados justificando  y argumentando que nosotros tenemos la razón, actuamos bien y son los demás los que ocasionan las tensiones relacionales.

¿Menciona la Biblia algunas pautas que nos ayudan a enfrentar esas peleas y enemistades? Por supuesto que sí.

Santiago, el escritor bíblico, menciona en su epístola lo siguiente:

“¿Qué es lo que causa las disputas y las peleas entre ustedes? ¿Acaso no surgen de los malos deseos que combaten en su interior? Desean lo que no tienen, entonces traman y hasta matan para conseguirlo. Envidian lo que otros tienen, pero no pueden obtenerlo, por eso luchan y les hacen la guerra para quitárselo. Sin embargo, no tienen lo que desean porque no se lo piden a Dios”.  (Santiago 4: 1-3)

Nada más y nada menos, Santiago le apunta al origen de las disputas entre los seres humanos y nos dice que todos los conflictos empiezan en el corazón. De entrada, el escritor sagrado nos ayuda a quitar nuestra mirada de los otros y nos hace fijarla en la realidad de nuestro corazón.

La arquitectura del conflicto es más o menos la siguiente:

Hay deseos profundos en nuestro ser y  esos deseos están combatiendo, es decir, están en una batalla continua adentro, lo que significa que antes de que aflore un conflicto, ya se está librando una guerra interna.

Esos deseos son malos, según Santiago, porque están anclados a la codicia, nosotras anhelamos eso que no tenemos, lo que significa que hay pasiones insatisfechas que están revolcando continuamente la mente y el corazón. 

Nuestra tendencia natural será complacer esos caprichos y satisfacer dichas pasiones, haremos hasta lo imposible para verlos cumplidos, pero entonces, cuando nos estrellamos con la dura verdad de no alcanzar eso que tanto deseamos, o, por el contrario, obtenemos eso que no queremos, estalla una guerra y una pelea con otros. 

¿Hasta dónde nos lleva nuestro engañoso corazón? Al punto de  dañar, sentir envidia, matar y lastimar a las personas por la frustración y el enojo, que en principio creemos, el otro nos ha causado.

De acuerdo con este texto, bien vale la pena un análisis del corazón en medio de cualquier conflicto. ¿Cuál es el deseo que no se está cumpliendo? Si nos vamos por los bordes, podremos pasar mucho tiempo patinando, pero Santiago nos da una clave muy importante para evaluar y buscar  así el corazón de un conflicto: una ambición insatisfecha que desencadena eventos desafortunados.

Piensa por un momento en el último conflicto que tuviste ¿Qué estaba en juego para ti? ¿Cuáles eran esos anhelos que no se estaban satisfaciendo? ¿Cuántas de tus  expectativas se estaban desinflando? 

Nuestra cultura nos ha enseñado a volar por encima de los conflictos y atravesamos rápidamente la acera de las discusiones para llegar a la calle que dice: “aquí no ha pasado nada”, eso es un asunto del pasado, para qué pensar en ello.

La Biblia nos anima a no pasar por alto nuestros conflictos relacionales, porque hay una gracia divina que se desborda en medio de ellos. Esas tensiones bien enfrentadas, nos ayudarán a descubrir lo que nuestro corazón dice que tanto necesita y que impone como una agenda pesada para que otro la satisfaga.

Santiago no nos deja en la angustia de nuestros deseos, sino que nos da otra pauta importante cuando dice: “Sin embargo, no tienen lo que desean porque no se lo piden a Dios”, asomando para nosotros la gran verdad de que este corazón necesita todos los días de la vida rendirse  humillado ante nuestro Señor para clamar y rogar por esas carencias tan profundas que tiene nuestra alma.  

Sólo cuando vamos con este corazón engañoso, necesitado y sediento ante Su Presencia y lo sometemos a su Palabra, el Espíritu viene sobre nosotras para convertir nuestros malos deseos en deseos para Su gloria y para saciar la sed tan intensa de nuestra alma. 

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