Sal de ahí Chivita Chivita

No sé cuántas de ustedes conocen el juego llamado: «Sal de ahí chivita-chivita ¡sal de ahí de ese lugar La verdad, no sé si se llama así, y hasta creo que le hice mi propia adaptación con fines pedagógicos, porque me encanta usar esta herramienta lúdica para trabajar la atención y la memoria de mis estudiantes de expresión corporal.

El juego consiste (aunque no lo describiré todo), en que a la consigna antes mencionada (sal de ahí chivita…), la cual se canta como una ronda infantil, se le van sumando algunos personajes que tendrán la difícil tarea de tratar de sacar a la chivita del lugar donde se encuentra por mete patitas.

Algunos de estos personajes pueden ser: el buey, el sol, un niño, el veterinario, la campesina, entre otros. La lista se vuelve laaaarguísima, para darnos cuenta de que al final, es el pastor el único que puede sacar a la chivita de su penosa situación.

Fue algo más o menos así lo que le pasó a Leví (Mateo) mientras estaba trabajando como de costumbre, un día aburrido, de esos que son más frecuentes de lo que quisiéramos: el mismo niño que pasa corriendo hacia la escuela a medio vestir, con la marca del chocolate aún sobre sus labios, la señora que viene de la panadería con el olor a pan recién sacadito del horno, el policía con cara de sospecha… ¡en fin!  Y es que, cuando me acerco a la Palabra de Dios me encanta imaginar las escenas que estoy leyendo. Pienso a lo que huelen, qué clima hace, imagino el tono de voz de los personajes, cómo se mueven, qué ropa llevan. ¡Todo un lujo para la imaginación!

Bajo esa premisa, miremos un poco la historia que se nos cuenta en Marcos 2:13-14. «Entonces Jesús salió de nuevo a la orilla del lago y enseñó a las multitudes que se acercaban a Él. Mientras caminaba, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en su cabina de cobrador de impuestos.

«Sígueme y sé mi discípulo», le dijo Jesús. Entonces Leví se levantó y lo siguió.

Vamos por partes, o acciones, como diríamos en teatro. ¿Quién era este sujeto?  Era un judío.

Como bien sabemos, el pueblo judío era un pueblo elegido por Dios para tener una relación íntima con Él. Un pueblo separado para ser santo y leal a su Dios y cuya identidad está en el Señor.  Llamado a ser sal y luz para los demás pueblos de la tierra. Un pueblo especial, escogido para traer la salvación (como bien se lo explicó Jesús a la mujer samaritana).

Vemos también que Mateo era llamado Leví, que significa «el que une a los suyos». Pero esto no era precisamente lo que él estaba haciendo, porque Leví era un publicano, y los publicanos eran vistos como traidores por cuanto se enriquecían a expensas de los demás.

Este cargo oficial le habría sido dado por los romanos. Leví cobraba impuestos a sus conciudadanos, pero no necesariamente con arreglo a la tarifa establecida, sino según las posibilidades de obtener dinero de cada cual. Él está ayudando a los opresores del pueblo de Dios. Qué interesante, ¿no les parece? Este hombre anda como envolatado en cuanto a su propósito de vida.

En la anterior escena, vimos cómo Jesús sanó a un paralítico. Y allí está Leví, ¡totalmente paralítico emocionalmente! Abandonó su propósito de vida, al punto de abandonar también a su gente.

Lo vemos en esta vida cómoda, sentado en su propia cabina de cobrador de impuestos, dando toda su vida, tiempo y esfuerzo a los romanos.

¡Pero gracias a Dios la trama tiene un giro trascendente! Sigamos observando de cerca: Jesús caminaba por allí (como quien no quiere la cosa).

Me encanta cuando aparecen estos encuentros divinos que Jesús hace por mandato del Padre, y las personas ni siquiera se imaginan el cambio que darán sus vidas. Y el detalle de la más fina coquetería, si te fijas bien, es saber que Jesús propicia la cita con Leví.

¡Pobre Leví! Lo imagino con esa cara que ponen algunos los lunes por la mañana, arrastrando sus pies rumbo a ese estresante compromiso, el cual, sabía muy bien, no era sitio para él.

Cuando leo estas líneas pienso: ¿Qué le habrá pasado a Leví? ¿Por qué se descorazonó de esa manera? ¿Por qué se desilusionó del Señor? ¿Por qué está tan desanimado, cansado y frustrado? ¿Por qué abandonó los planes  que el Señor tenía para él?

Retomemos la escena: «Jesús vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en su cabina de impuestos». ¡Qué poderosamente tierno y compasivo es su amor por nosotros! Nos encuentra cuando más equivocadas estamos, y en vez de regañarnos y decirnos la temible frase: ¡te lo dije!, nos mira dulcemente, haciéndonos de nuevo la invitación «Sígueme y sé mi discípula» y sentarnos junto a Él, a Sus pies, al calor de una deliciosa fogata para calentar nuestra alma agobiada.

Tal vez hoy te encuentres en la misma situación de Leví, y estés donde el Señor no quiere que estés.

Quizá en una equivocada relación amorosa, deudas adquiridas para tratar de ser valorada y aceptada, codiciando riquezas, gastando el tiempo en asuntos que te dejan cada vez más ansiosa y vacía, entre otras dolorosas situaciones.

Te quedaste atascada hace ya algún tiempo, con parálisis emocional.  Ahora estás ahí, sentada en tu cabina, tomando decisiones lejos de la voluntad del Señor.

Y como en el juego que te conté al principio, el de la chivita, has intentado por tus propios medios salir de ese lugar recurriendo a muchas personas, o a cosas, antes que al Señor.

Pero como le pasó a nuestra chivita, solo el pastor sabe cómo sacarte del abismo en el que te encuentras. ¿Quién más puede ponerte en la dirección correcta? Ya sabes qué sigue si continúas por ese equivocado camino, tomando el control.

No se nos dice cuánto tiempo estuvo Leví como cobrador de impuestos. Pienso que bastante, porque ¡ya tenía cabina propia y todo! Esto nos indica que sin importar cuánto tiempo haya pasado ¡hay esperanza!

Si «hoy escuchas su voz no endurezcas tu corazón» (Hebreos 3:15).  Eso fue lo que hizo exactamente Leví: se nos dice que se levantó y siguió a Jesús.  ¿Hoy te levantarás para seguirlo?

¿Cómo responderás a esta invitación de cercanía, reposo, amor puro y entrañable calorcito de hogar que también es para ti?

Así que lleva más allá tu imaginación, cierra tus ojos por unos momentos, toma la mano firme de Jesús, y canta este coro para ti:  ¡Sal de ahí chivita-chivita, sal de ahí de ese lugar! 

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