Poema: La tormenta y el ancla

(Marcos  4:35-41) 

Silencioso y obstinado el sol se acuesta cada día,

y el ocaso hace una venia a la ensombrecida noche,

me amenaza entre lo opaco con persistente osadía,

el miedo de dentro y fuera fustigando sin reproche.

¡No te importa que perezca! Me transmite Tu silencio,

y la aparente indolencia inunda más mi embarcación,

te duermes en la tormenta, ¡todo Tú eres un misterio!,

mas despiertas al llamarte y amansas mi turbación.

¡Que me admiren a estribor, que me aplaudan a babor!,

tanto a padres como a amigos y al marido,

exigencias asfixiantes que cuestionan mi valor,

se me olvidan todas juntas si en la barca estás conmigo.

Las olas superficiales lucen fuertes y suntuosas,

sus fieras crestas esconden lo tierno de lo profundo,

así mismo me revisto de hermosura vanidosa,

y en busca de Tu alabanza con falacias me confundo.

Contemplando el horizonte de los planes por cumplir,

las dudas que me sacuden truenan «tú no eres capaz»,

pese a toda presunción quizá es verdad debo admitir,

tu mirada aprobatoria a mi fracaso infunde paz.

Cuando azota la ventisca despreciando al frágil vaso,

y la sociedad margina esta flaqueza singular,

el Durmiente de la popa me protege entre Su brazo,

tornará en completa calma la premura de altamar.

Que el barco zarpó sin mí escucho de muchas voces,

y de las que lo abordaron que se está mejor en tierra,

aunque asalte la nostalgia de estar sola, me conoces,

aunque falle en ser idónea no cede Tu mano tierna.

Me atormenta verme encinta, ¡oh, qué ráfaga contraria!,

desafía lo impasible de mi orgullo personal,

la humillación de morir a mí misma es necesaria,

e invertirme en otra vida un privilegio sin igual.

Más dócil parece el mar que la voluntad de un hijo,

seguro el soplar del viento comparado con su andar,

que alcancen la otra orilla, ¡nuestro mayor regocijo!,

confiárselos al Maestro es más certero que remar.

Ancla para el corazón es temer al Dios temible,

y adorarlo en el asombro por lo absurdo de Su gracia,

el Hacedor de las olas, Omnipotente y Sublime,

eclipsa todos los miedos y excita la suspicacia:

¿Quién es Éste? ¿Quién es Éste, que a los mares silenció?,

los vientos embravecidos le obedecen con temblor,

la tempestad que rugía enmudeció al son de Su voz,

al Cristo temen los miedos, Él es su conquistador.

En mi lugar padeciste ardiente ira en santidad,

por culpa de mi pecado, por causa de mi maldad,

aunque no tarde en volver la temible tempestad,

sé que Tu soberanía la gobierna con bondad;

las olas bravas que azotan zarandeando sin piedad,

se rinden a Tu propósito, sirven a Tu majestad,

entonces descansaré en tu perfecta voluntad,

en ti mi vida está anclada Roca de la eternidad.

En la calma yo te alabo,

en las lluvias, ¡aleluya!

me salvaste, me has amado,

toda tuya, siempre tuya.

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