Vivimos en un mundo plagado de publicidad que hace bien su trabajo al llevarnos a desear muchas cosas. Deseamos tener una buena casa, un esposo perfecto, hijos obedientes, un buen empleo, el carro último modelo, viajes, ropa, joyas, una mejor situación económica.
Las mujeres solteras desean casarse, y las casadas con problemas en el matrimonio, desean separarse. Las de cabello oscuro desean ser rubias, y las rubias desean el cabello oscuro.
Deseos y más deseos, parece que nos pasamos la vida queriendo lo que no tenemos y que otros tienen, y nunca llegamos a estar satisfechas y por eso, siempre queremos más.
Una de las trampas de esos deseos es que nos hace caer en la trampa de la ingratitud, porque cuando deseamos estamos poniendo nuestra mirada en lo que no tenemos y no en todas las bendiciones que en su bondad y generosidad, el Señor sí nos ha dado.
Una de las mujeres de la Biblia que puede hablarnos con autoridad al respecto es Eva. Génesis 1 y 2 nos habla de la bondad y generosidad de Dios para ella y su esposo.
Ellos se hallaban en la situación ideal: un mundo perfecto bañado de belleza; una tierra fértil con árboles que daba gran cantidad de frutos deliciosos de los que podían disfrutar a libre demanda; un hombre íntegro que estaba profundamente admirado con su belleza; una relación perfecta con el Creador y Señor de todo cuanto existía.
¿Qué le hacía falta a Eva? Absolutamente nada. Pero su corazón, al parecer, no estaba satisfecho, y ante la mentira de la serpiente, Eva deseó ser como Dios, deseó conocer el bien y el mal, deseó una sabiduría proveniente de otra fuente diferente a Dios mismo y terminó tomando aquello que Dios les había prohibido.
Eva se dejó llevar por sus deseos, y sus impulsos acarrearon consecuencias para toda la humanidad.
¿Cómo te va a ti con tus deseos? Están alineados con la palabra del Señor, o quizás tu vista se halla puesta en la cerca de al lado pensando que hallarías mejores pastos si estuvieras allí.
Quiero animarte a que te sientes y hagas una lista de todas las bendiciones recibidas de la mano de tu Señor. Puedes incluir hasta los detalles imperceptibles que se vuelven paisaje con la rutina diaria.
Luego, dedícate a agradecer a tu generoso Dios por cada línea de tu lista y te animo a que disfrutes de cada uno de esos regalos que no son merecidos, sino que son la fiel expresión y manifestación de la gracia de un Dios que te ama y sabe qué es lo mejor para ti.
Por último, escribe esos deseos que surgen más por la codicia de tu corazón y que te tienen en la queja e insatisfacción y llévalos a la cruz para entregarlos a aquel que murió por ti y que puede hacer un milagro en tu corazón transformando esos deseos pecaminosos en deseos santos que honran su nombre.