Cuando estaba terminando el colegio, el ideal de muchas de mis compañeras era tener un hogar, y añadido a esta condición, adquirir un grado de libertad. Así sucedió con muchas de ellas; recuerdo que cuando terminamos el bachillerato una se casó con el novio que tenía desde los 15 años, otra se casó con el profe de química y así muchas entraron en ese ideal tan esperado.
En cuanto a mí, les confieso que también tenía anhelos por mi príncipe azul, pero no aparecía, entonces pensé: cuando entre a la universidad probablemente lo encuentre, ya que mi colegio era femenino y en la universidad había muchos hombres; pero allí tampoco se cumplió mi anhelo.
Fue en esa época cuando comencé a escuchar las buenas nuevas del Evangelio, y con ello vino una de las experiencias más lindas de mi vida cristiana: mi bautismo. Y para completar el gozo, tuve el privilegio de ser bautizada en el rio Jordán donde también lo hizo mi Jesús. En el peregrinaje de ese viaje a Israel, nos llevaron a la iglesia donde se realizaron las bodas de Caná de Galilea y pidieron que todas las mujeres solteras pasáramos adelante para orar por nosotras y dije: ¡bueno ahora sí es mi oportunidad, después de esta oración, el príncipe azul llegará!, pero pasó el tiempo y no llegó.
Con la frase: ¡se casaron y fueron felices! terminan muchos cuentos infantiles, novelas y películas románticas. Además, con historias así, casi en todas las culturas se presiona a las jóvenes para que se casen, llevándolas a pensar que ese es el único estado que les permitirá ser felices y estar completas.
Te preguntarás qué ha pasado conmigo. Pues aquí estoy soltera, sin frustraciones ni amarguras sino viviendo la soltería como un llamado de Dios. A lo largo de estos años he podido experimentar la verdad que afirma el apóstol Pablo en Colosenses 2:10: “y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.” Esta gloriosa verdad me ha ayudado y ha derribado la mentira de este mundo que nos grita a diario que no estarás satisfecha ni completa hasta que encuentres tu media naranja. Este es uno de los mitos modernos que llegan a ser tan sutiles, pero que no son la verdad de Cristo.
Es en la medida en que te relacionas con Jesús y sus palabras, que por la obra del Espíritu Santo logras darte cuenta que has sido llamada para estar con él. Ese es el primer llamado que recibimos y a partir de allí, puedes ser invitada al matrimonio o a la soltería. Los dos estados son llamados de Dios que nunca pueden desprenderse ni desconectarse del primero.
¿Estás casada? Vive como si no lo estuvieras, nos dice Pablo, porque este mundo, en su forma actual, está por desaparecer (1 Corintios 7:31). ¿Estás soltera? ¿Te hallas viviendo bajo el lema mentiroso: “si pudiera casarme sería feliz”, “si tan solo tuviera un esposo, o una familia, mi condición sería diferente?” Créeme, si no estamos satisfechas con Cristo en la soltería, tampoco estaremos satisfechas en un matrimonio.
Y si dices, pero ¿qué hago con mi soltería? En el mismo texto de 1 Corintios 7 Pablo te dice qué hacer durante tu soltería: sirve a Cristo, guárdate en pureza sexual, sirve a otros siendo generosa y hospitalaria, trabaja por dejar una herencia espiritual para las próximas generaciones en el lugar donde Dios te haya puesto, sé una ayuda para quienes están a tu alrededor y cultiva una relación íntima con el Señor, en quien estás completa, y disfruta de lo que disfrutaba el salmista: “Me concederás la alegría de tu presencia y el placer de vivir contigo para siempre “ (Salmo 16:11)
A partir de esas verdades, tomé una decisión: aceptar con alegría el llamado que Él me hizo a la soltería, ser una sierva suya con todo mi ser, y vivir cada día para complacerlo y rendirme como dice el himno:
“que mi tiempo todo esté consagrado a ti Señor,
que mis pies tan solo en pos de lo santo puedan ir y
que mis labios al hablar, hablen solo de tu amor.”