Maternidad para la gloria de Dios

Uno de los grandes regalos que el Señor me ha dado, y a través de los cuales me ha estado transformando a su imagen, es la maternidad. He recibido de su mano el gran privilegio de ser mamá de dos preciosas hijas que hoy se encuentran en la emocionante etapa de la adolescencia.

Este ha sido un tiempo en el que han aflorado muchos sentimientos en mí. Por un lado, me entusiasma el verlas convertirse en mujeres, desarrollar su pensamiento crítico y sus propias convicciones de fe; por otro lado, me da nostalgia cuando veo fotografías de cuando eran pequeñas y me doy cuenta de lo rápido que el tiempo ha pasado.

Recuerdo las largas jornadas en las que terminaba exhausta por estar atenta a todos los cuidados que ellas necesitaban: trasnochos para alimentarlas, cambiar sus pañales, darles medicina; correr de aquí para allá con pañalera, coche, teteros; tener en mi cama desde muy temprano rompecabezas, muñecas y otros juegos que me impedían dormir un poco más.

Ahora tengo a dos jovencitas que se hallan en la lucha por crecer  y querer menos de mamá; y en ese lucha he tenido que escuchar en varias ocasiones frases que me han dolido  y con las que me he sentido rechazada. Aunque en algunas de esas ocasiones Dios me ha permitido guardar silencio, no puedo negar que mi silencio ha sido acompañado de enojo y pensamientos que llegan a mi mente: ¡Cómo pueden hablarme así después de todo lo que yo he hecho por ellas! ¡Cómo es que no valoran mis sacrificios! ¡Lo mínimo que merezco es su respeto y gratitud después de tantos años de crianza!

Uno de esos días de tristeza, enojo y frustración me senté en un rincón que tengo en casa y empecé a hablar con el Señor sobre cómo me sentía al respecto. Él, por su Espíritu me guió al evangelio de Juan capítulo 17:4:  “Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste”; luego, en el mismo evangelio pude ver muchos textos donde Jesús habla que todo lo que hace y dice, lo hace no para su gloria, sino para la gloria de su Padre. Al igual que pude leer en Juan 5:44 que Jesús hablándoles a los judíos los exhorta fuertemente porque ellos viven rindiéndose gloria unos a otros y no buscan la gloria del Dios único. En la meditación de estos textos empezaron a levantarse unas preguntas  aplicadas a mi rol como mamá: ¿Para quién has ejercido la maternidad durante estos años? ¿Para sentirte bien contigo misma? ¿Para los demás? ¿Para que otros te alaben y digan que has sido una buena mamá? ¿Para jactarte en esta sociedad? Si somos honestas, muchas de nosotras vivimos la maternidad buscando la aprobación de algún público: nuestros hijos, nuestros esposos, nuestros amigos, nuestros padres, nosotras mismas. Los textos de Juan me exhortaron y desafiaron al ver a Jesús como aquel que vivió su vida y todo su servicio a otros para uno solo: su Padre celestial.  Creo que nos resulta fácil muchas veces desconectar la maternidad con esta verdad de la Escritura. Vivir la maternidad para nuestra propia gloria traerá mucho desánimo, decepción, descontento y hasta enojo, pero vivir la maternidad para la gloria de Dios transformará nuestra vida: podremos mantenernos de pie, ejerciendo nuestro papel con gozo, aunque los hijos no valoren ni aprecien, y aunque no recibamos de ellos ninguna recompensa.

¿Para quién vives tu maternidad? ¿Para tu propia satisfacción? ¿Para recibir la recompensa que crees merecer? ¿Para recibir el elogio de otros? ¿O para aquél que te convirtió en madre con el único propósito de que a través de esa tarea lo adores y le rindas toda la gloria que solo él se merece?

“¡Tengan cuidado! No hagan sus buenas acciones en público para que los demás los admiren, porque perderán la recompensa de su Padre… tu Padre que ve lo que se hace en secreto… te recompensará.” (Mateo 6:1-5)

 

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