En mi caminar de fe y en la hermosa tarea de acompañar mujeres, me he encontrado con esposas que han llegado a la fe luego de haber contraído matrimonio y atraviesan los difíciles desafíos de estar casadas con hombres necios. Algunas de ellas se ven tentadas a tomar el aparentemente fácil camino del divorcio, y a ellas el apóstol Pablo les aconseja en 1ª. Corintios 7 que si sus esposos consienten en vivir con ellas no se separen, y les da una razón de peso para permanecer con ellos: “porque el esposo no creyente ha sido santificado por la unión con su esposa… Si así no fuera, sus hijos serían impuros, mientras que, de hecho, son santos” (1ª. Corintios 7:13,14). Otras permanecen al lado de sus esposos y deambulan entre la queja, la amargura y hasta la desesperanza.
En días pasados, estudiando mi Biblia, me encontré con una mujer piadosa que estuvo casada con un hombre de mala conducta, y al ver su vida fui animada a escribir este artículo para alentar a mujeres que están atravesando por una circunstancia similar.
De quien les hablo es de Abigail (1 Samuel 25). ¿Cómo era Nabal, su esposo? Millonario, insolente, de mala conducta, áspero, tacaño, grosero y malo en sus tratos hacia los demás. Tenía tan mal genio que sus empleados ni siquiera podían hablarle, pues sus palabras eran insultantes. Su esposa lo describe como un hombre al que la necedad lo acompañaba a todas partes.
No alcanzo a imaginarme cómo sería un día en la vida de Abigail, viviendo con un hombre así. Sin embargo, se nos registra un episodio que saca a la luz no únicamente el carácter de Nabal sino también el de su bella e inteligente esposa. El futuro rey de Israel, David, durante su tiempo de huidas por el desierto, estuvo junto a los criados de Nabal y nunca les quitó nada, por el contrario, David y sus hombres los cuidaron y se portaron muy bien con los trabajadores de Nabal. Ahora llega el momento en que David se acerca a este millonario para pedirle ayuda, y, como era de esperarse de un hombre con este carácter, Nabal no repara en insultos y deja ver su egoísmo al no querer compartir ni su carne ni su pan ni su agua con los hombres de David.
El rey ungido por Dios, al ver que Nabal pagó mal por todo el bien que le hizo cuidándole sus propiedades para que no perdiera nada, se ciñó su espada y lo mismo hicieron sus hombres para ir y llevar la ruina sobre Nabal y toda su familia. Es aquí donde entra en escena el papel de una mujer piadosa y sabia que sabe vivir con un hombre difícil.
Abigail es una mujer diligente que tiene sus oídos prestos a escuchar y sus pies listos para actuar prontamente, todo con el fin de traer el bien para su familia. No tiene reparos ni argumentos, ni quejas por el obrar de su esposo, sino que corre a buscar a David y recoge para él una ofrenda generosa. Esta esposa no se va a buscar a Nabal para convencerlo o hacerlo entrar en razón, o discutir con él, no. Sale corriendo a buscar al único que podía ayudarle en medio de esta situación.
Tan pronto Abigail ve a David, se baja del asno, se postra ante él, se arroja a sus pies y toma el rol de una intercesora, una que se humilla para pedir misericordia frente al juicio inminente que vendría sobre su casa. Para ella era muy claro que el ungido del Señor estaba airado, debido a la necedad de su esposo al no responder a la bondad y misericordia otorgada. Pero si su esposo no era capaz de humillarse ante David, ni reconocer que él era el rey ungido de Israel, ella sí lo tenía claro y sabía que como mujer piadosa podía llegar postrada, humillada, pidiendo perdón y hasta haciendo suyos los actos pecaminosos de su marido. No llega con excusas, no llega justificando a su esposo, por el contrario, reconoce su mal carácter, pero ruega y apela con argumentos sabios y audaces a la bondad del ungido. El rey no la rechazó, al contrario, la recibió, la perdonó, la alabó como una mujer de buen juicio y luego de este encuentro, volvió a su casa en paz. Para el gozo de Abigail y su familia, la petición le fue concedida y el juicio fue quitado.
Mujer, no sé si estás enfrentando el desafío de estar casada con un hombre necio, pero es mi oración que las lecciones de esta historia te animen en tu rol y que el Señor te enseñe a ser una esposa piadosa. Que el Señor te convierta en una intercesora pronta, diligente, sabia, audaz, una que se humilla, se postra para rogar y pedir perdón por los actos necios de su esposo. Que seas un instrumento de confesión, capaz de admitir como tuyos sus pecados y una que llega humillada reconociendo la necesidad de la bondad y misericordia del Rey del universo. Nunca serás rechazada, tu Rey te escuchará y te dará la paz que tanto necesitas.