Seguramente muchas de nosotras luchamos con el tema de la oración. Nos cuesta hacerlo, no tenemos disciplina para ello, o no lo vemos tan importante para la vida. Lucas 11:1 nos dice que “un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”.
Es sorprendente que los discípulos habiendo escuchado las enseñanzas de Jesús y haberlo visto hacer milagros, le piden que les enseñe a orar. ¿Por qué les llama la atención esto de Jesús? ¿Qué fue lo que experimentaron cuando le vieron orar y le escucharon hacerlo? Quizás intriga, mucha emoción, asombro.
Frente a esta petición Jesús les dice que oren así: “Padre nuestro que estás en los cielos…” (Lc 11:2-4). El maestro les enseña lo que hemos llamado “El Padre nuestro” y que quizá por años repetimos sin comprenderlo; es decir, Jesús les da pautas específicas para orar. En primer lugar, les orienta respecto a quién dirigen su oración y la relación que Él tiene con nosotros. Él es nuestro Padre y está en los cielos. Esta es una posición de poder, de dominio; es soberano, digno de adoración y reconocimiento.
Les enseña también que deben santificar su nombre lo cual implica conocerlo, temerle, venerarlo y honrar todo lo que Él es. Luego les anima a orar por el crecimiento del reino de Dios en la tierra y a esperar su reino eterno, así como a orar que su voluntad sea hecha y que sus mandamientos sean guardados. Al final, Jesús invita a sus discípulos a hacer tres peticiones que son claves en la vida y que realmente me impactaron al reflexionar en ello en una Cumbre de Oración en donde estuve en días pasados y que quiero compartirlas con ustedes.
Jesús les invita a pedir al Padre:
- El pan diario (el sustento para el día);
- El perdón de sus pecados (implica arrepentimiento);
- La libertad del mal, de la potestad del maligno.
Es decir, Jesús les anima a pedir al Padre todo aquello que, de no tenerlo, se convierte en un obstáculo para nuestra relación con Él, como lo son nuestras preocupaciones por las cosas materiales o el sustento diario, nuestra carga de pecados no confesados y las manipulaciones y esclavitud del maligno. Todo esto nos atormenta, esclaviza, deprime y aleja del Padre.
Por eso la insistencia de Jesús es que tengamos una relación con el Padre celestial, quien nos ama tanto que por medio de Su Hijo nos rescató del pecado y de la muerte eterna, para que con libertad podamos conocer a ese Padre que es quien nos da el pan diario, el perdón de pecados y la libertad de la potestad del maligno y quien a través de su santo Espíritu nos guía y sostiene.
Querida hermana y amiga, ¿cuál es tu obstáculo para orar y relacionarte con el Padre celestial? ¿Falta de pan (preocupación por los bienes materiales) ?, ¿falta de perdón (pecado en tu vida) ?, ¿manipulación del maligno?
Jesús te invita a pedir al Padre que quite esos obstáculos; Él nos insiste: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá” (Lc 11:9). El Padre es quien nos da pan, perdón y libertad del mal pero más aún, su Santo Espíritu (Lc 11:13)
Amiga, te animo a hacer de tu vida de oración una constante búsqueda y acercamiento al Padre celestial, santificando su nombre, dejando que su reino venga a ti y puedas en el poder de su santo Espíritu hacer su voluntad y disfrutar de su pan, su perdón y su libertad del mal.