Cuando los amigos se convierten en familia

Yo nací y crecí en mi amada Bogotá. Viví toda mi vida allí, el Señor me encontró en esa ciudad, hice parte de una comunidad cristiana y ese fue el lugar donde conocí al que hoy en día es mi esposo. Dios me bendijo muchísimo mientras vivía en la casa de mis padres, pero me bendijo aún más cuando me casé y el Señor decidió que era hora de seguir otro camino con mi nuevo esposo.

Como Dios le dijo a Abraham en Génesis 12:1: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré”, así nosotros nos vinimos a Medellín, a una tierra extraña, sobre todo para mí. Sin embargo, lo hicimos con una mezcla de sentimientos, pues era una alegría seguir el mandato de Dios, pero también sentía mucha tristeza al dejar a nuestros padres y todos nuestros familiares.

Cuando llegamos a Medellín, al principio fue muy duro para mí, pues llegaba embarazada, sola y sin conocer a nadie. Estaba dispuesta a no trabajar, pues con mi esposo, acordamos que me quedaría en casa con el nuevo bebé. Durante ese tiempo, Dios siempre mostró su inmenso poder, y ya llevamos siete años en esta hermosa tierra donde nunca nos ha faltado nada, tenemos dos hermosos hijos y somos inmensamente felices.

No obstante, parte de esa felicidad han sido las amistades que el Señor nos regaló a lo largo de estos años. Siempre les hemos dicho que son como nuestra familia; sabemos que podemos contar con ellos en todo momento, y como dice proverbios 17:17: “el amigo ama en todo momento; en tiempo de angustia es como un hermano”. Estos amigos son nuestros hermanos en Cristo, la familia de la fe que vale más que cualquier cosa.

Los amigos de los que les escribo son esas personas que te aconsejan y oran por ti cuando tienes algún problema, cuando te sientes triste o también cuando quieres compartir alguna dicha; son los que te ayudan cuando te encuentras en dificultades económicas o de cualquier índole, son los que te llaman hermano, cuando no hay ninguna relación de sangre.

Creo que cuando uno llega a una tierra extraña, es muy importante, primero, buscar a la familia de Dios, congregarse en una iglesia y rodearte de personas que compartan la misma fe en Cristo Jesús. El Señor nos diseñó para vivir en comunidad, alabándolo y adorándolo a Él y no viviendo aislados y en soledad. Fue él mismo quien dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18).

Ante todo, Dios mismo se ofrece para ser nuestro amigo. En Jesús escuchamos esta verdad: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Juan 15:14). Hermana, Dios a través de Jesús te llama a una relación de amistad con él. También te llama a apreciar y cultivar esas amistades que te pone en el camino. Así seas de esta tierra o seas extranjera, la amistad es un don preciado que el Señor nos ha regalado. Si te sientes sola, ora a Dios, para que él ponga en tu camino a personas que te van a escuchar, que van a caminar contigo en la fe y te van a ayudar cuando lo necesites; y recuerda, nunca estás sola, Dios siempre estará contigo. Esa es su promesa para nosotras.

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