La dulce tentación del chisme

“¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al estómago y luego se elimina? Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre”. En Mateo 15:18, Jesús reprende a unos escribas y fariseos que le hacían preguntas tendenciosas y dejaban ver su hipocresía, ya que de labios para fuera honraban a Dios, pero en su corazón albergaban odios y rencores. Las palabras de Jesús nos recuerdan el proverbio que dice “de la abundancia del corazón habla la boca”.

En esta ocasión hablaremos de palabras: esas que usamos para edificar o dañar, esas que a veces llevamos y traemos sin confirmar y esas que nos tientan a que las repliquemos sin medir las consecuencias.

Hace poco en la oficina donde trabajo hubo un rumor sobre una chica joven, su jefe y un supuesto romance. Como imaginarán, el rumor pasó de pasillo en pasillo y se extendió como un reguero de pólvora, tan rápido que nadie pudo atajarlo. Algunos sumaban detalles, otros emitían juicios y otros simplemente se burlaban y hacían chistes o comentarios muy pasados de tono, pero nadie parecía interesado en detener ese murmullo. Pensé que hacía lo correcto con escuchar y no comentar, pero entonces sucedió algo que me reveló lo terrible de este pecado y comencé a reflexionar sobre lo mucho que lo cometo.

El primer día escuché la historia de boca de quien era un supuesto testigo. Un par de días más tarde, otras personas volvieron a comentarme el asunto, pero esta vez con detalles y escenas que no recordaba haber escuchado. Pregunté si estaban seguros, a lo que respondieron: “¿y qué te importa? Lo cierto es que pasó y entonces podemos imaginarnos lo que queramos”. Justo ahí comprendí la gravedad del asunto, lo fácil que mancillamos el nombre de otros, lo sutil de los comentarios que van carcomiendo la reputación de una persona y el daño que hacemos a terceros porque creemos tener la potestad de comentar, llevar y traer, opinar y cuestionar. “Las palabras del chismoso son como bocados deliciosos, y penetran hasta el fondo de las entrañas” (Proverbios 26:22).

Pero Dios, que nos conoce profundamente, nos llama numerosas veces en su Palabra a la prudencia y nos deja en claro que el chisme es un pecado que nos aparta de su misma presencia. En el Salmo 15 leemos: “Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu santo monte? El que anda en integridad y obra justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, no hace mal a su prójimo, ni toma reproche contra su amigo” (vv. 1-3).

Dios también nos llama a apartarnos del chismoso: El que anda murmurando revela secretos, por tanto, no te asocies con el chismoso” (Proverbios 20:19). Además, Dios nos pide hablar palabras que alienten y edifiquen a otros: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29).

Después de leer estas palabras, ¿dirías que hay alguna invitación que Dios te hace al arrepentimiento? Si es así, acude ahora mismo a Cristo, la Palabra encarnada, y pídele perdón. ¿Debes realizar alguna acción para apartarte hoy mismo de conversaciones que están lastimando a otros? ¿Tienes una súplica urgente sobre el uso de tu boca que debes traer hoy al trono de la gracia para que la palabra de Cristo habite en tu vida con toda su riqueza, y para que tus palabras instruyan, aconsejen y edifiquen a otros?

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