Si llevas poco tiempo de conocer a Dios y su palabra, o si por el contrario hace tiempo que eres su hija, caminas en amor, obediencia a Cristo y al evangelio, estoy segura de que te sentirás identificada con la pregunta: ¿Para qué estoy yo en esta tierra?. Esta es una pregunta universal, no tiene sexo, posición económica, formación académica ni nacionalidad. Todas en un momento determinado hemos recorrido ese camino de buscar el propósito de la vida. Pues bien, esa pregunta encuentra respuestas en la Biblia.
Desde el principio de la creación, cuando la tierra estaba “desordenada y vacía” (Génesis 1:2), en los planes eternos de Dios el hombre cumpliría un papel fundamental en la historia de la humanidad. Dice la escritura: “Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente” (Génesis 2:7) Hasta aquí todo es hecho con su voz, pero cuando se trata del hombre, Dios decide tomarse su tiempo para formarlo. Parece que en el acto de la creación, lo mejor fue reservado para el final, pues ninguna de sus anteriores obras portaba su imagen y semejanza ni se le dio el mandato de señorear, tal como él lo menciona: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra… y los bendijo Dios”.
El relato de la creación del ser humano es hermosamente descriptivo y revela el propósito santo de que el hombre reflejara a toda la creación la imagen de un Dios creador, un Dios poderoso que puede poner en orden todo el caos del mundo y direccionarlo de ser nada a ser un bello, colorido, resplandeciente y fructífero universo. Dios quiere a través del hombre y la mujer manifestar su amor creador que direcciona, empodera, suple todo lo necesario e instruye en todo lo que se requiere para cuidar y administrar lo creado. Para ello, Dios no escogió al sol, la luna o las estrellas y mucho menos a los animales: nos escogió a nosotras para revelarse al mundo. Qué maravilloso y santo es nuestro Dios pues a pesar de haberle dado la espalda a Dios, la muerte de Cristo trajo salvación y reconciliación y restauración de su propósito inicial.
Así que si te has preguntado ¿Cuál es el propósito de tu vida? La respuesta es: fuiste creada para reflejar a Cristo en tu vida cotidiana, en tus conversaciones, en la administración de tus finanzas, en el desarrollo de tu vocación y en la manera como te relacionas con otros.
Que nuestra vida crezca en santidad y refleje la santidad del Dios que nos escogió, llamó, salvó y santifica hasta el día de su venida. ¡Qué hermoso y bendito propósito de Dios!