Pequeñas Herodes – El problema de la ira

En Mateo 2:1-16 se encuentra una de las escenas más conocidas de la Biblia: la visita de los reyes magos o sabios a Jesús, el recién nacido. Sin embargo, en esta porción de la Palabra hay una situación que tal vez no hayas notado, y no es precisamente el hecho de que no se mencionen en realidad tres reyes magos.

Este texto nos deja ver con detalle la situación en la que estuvo inmersa el rey Herodes, rey del pueblo judío: “después de que Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, llegaron a Jerusalén unos sabios procedentes del Oriente”. Una situación que desató la emoción más aterradora y que causó mayor conmoción entre los judíos: la ira.

¿Y qué le causó tanto enojo a Herodes? Pues bien, fue una serie de eventos “desafortunados” para él, que lo llevó a reaccionar con tanta ira. Herodes supo con la llegada de estos sabios que había nacido el rey de los judíos “¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos? – preguntaron –. Vimos levantarse su estrella y hemos venido a adorarlo”.

El primer sentimiento que vino a Herodes luego de oír la noticia, fue temor. ¿El rey de los judíos? ¡Pero si yo soy el rey! – debió pensar Herodes. Con una sensación de amenaza frente a la presencia de otro rey, inició la labor de investigación de Herodes. Tanta fue su preocupación que convocó a todos los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley para preguntarles dónde iba a nacer el Cristo; y luego de indagar y saber que Jesús habría de nacer en Belén de Judea, quiso asegurarse del tiempo exacto en que había aparecido la estrella; esto le daría más pistas sobre la edad del recién nacido.

Lo anterior afectaba su propia posición: su condición de supremo y su facultad para ejercer el poder y control sobre cosas y personas. Además, Herodes no contemplaba la idea de someterse al Rey, al Cristo y perder su reinado. Por esto, debía hacer algo al respecto. Herodes decidió mentirles a los sabios, al enviarlos a informarse más sobre Jesús para luego ir a adorarlo. Su plan era deshacerse de su rival y para lograrlo debía mentir. Sin embargo, más adelante en el texto vemos cómo su plan manipulador es destruído: “Entonces, advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”.

Tal fue la frustración de Herodes que cuando “(…) se dio cuenta de que los sabios se habían burlado de él, se enfureció y mandó a matar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores” ¡Como no pude matar a Jesús, los mato a todos!” – Así puedo leer la reacción de Herodes: “¡si no se pudo por las buenas, entonces es por las malas!”

¿Nos suena familiar? La ira está estrechamente relacionada con el egoísmo. En el caso de Herodes, él cobró sus frustraciones, temores y rebeldía a cientos de personas inocentes, pero en nuestro caso ¿cuántas veces hemos reaccionado basadas en frases parecidas a “como yo me siento de esta manera, tengo derecho a actuar así”?

La Escritura trata la ira como un problema del pecado en nuestro corazón. Como consecuencia de nuestra naturaleza caída. La mayoría de las veces en las que reaccionamos con ira lo hacemos pecaminosamente y esto tiene un impacto en otros. Nuestro corazón se resiste a dejar el control sobre situaciones, personas, deseos, entre muchas cosas de nuestro diario vivir y al ver frustrado nuestro “dominio” explotamos en ira. Nos resistimos al gobierno, dominio y reinado de Cristo en nuestras vidas, matrimonio, hijos, trabajo, etc.

Cuando te veas como una pequeña Herodes, recuerda que Jesucristo nos invita al arrepentimiento, a ir postradas ante él y adorarlo rindiéndole nuestro corazón y cada aspecto de nuestra vida; pero también su palabra nos anima a perseverar y a confiar en su progresiva obra santificadora.

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