Donde te traten así, ¡ahí es!

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No me gustan las preguntas cliché y mucho menos que alguien abra una charla cuestionándome; prefiero cuando el rompehielos se trata de un chiste o una historia ajena que no me comprometa mucho.  Sin embargo, hoy sólo se me ocurre empezar este artículo con una pregunta:

¿Te has sentido sola? 

Sé que ya entornaste los ojos y que la primera respuesta que viene a tu mente es “obviamente sí” pero no me refiero a si has sentido que no vas a encontrar pareja y ya estás planeando adoptar un gato, o a si has experimentado la traición de una amiga que mínimo se quedó con tu novio o indispuso al resto de tus amigos en tu contra; tampoco me refiero a cuando tu familia no te comprende, o cuando nos quedamos sin trabajo y no hay quien nos ayude con las afugias financieras; ni aún te estoy hablando de cuando los hijos que tanto amas, te tratan como una minusválida intelectual que no entiende el mundo moderno; menos aún me refiero a los momentos cuando sientes que tu esposo valora más el celular que a ti  y ¡lamentas no haber adoptado un gato!. Todo eso es terrible, pero casi siempre se trata de sentimientos de angustia, decepción, traición o soledad circunstancial y pasajera.

Te quiero volver a preguntar muy detenidamente: ¿te has sentido S O L A? ¿De esas soledades estructurales cuando descubres que realmente no existe nadie que llene el vacío que tienes, porque comprendes que nadie podrá realmente conocerte ni entenderte? seamos sinceras: ¡eso es algo que ni nosotras hacemos!  ¿Has sentido que no perteneces al lugar que habitas y que, aunque muchos te rodeen, realmente no tienes esperanza ni futuro? ¿sientes que no hay quien se arriesgue por ti, te defienda o te brinde la seguridad y amor que necesitas? ¿Te has sentido perdida con tu propia vida? No desorientada: ¡perdida!, cómo si estuvieras metida en un lugar verdaderamente oscuro sin un mínimo de luz que deje ver el camino ¿así sea a tientas? ¿Te has sentido tan sola que has pensado que esta vida no tiene sentido y no vale la pena vivirla?

No sé cuál sea tu respuesta, pero quiero contarte de alguien que no deja de maravillarme. El libro de Rut es de esos libros estilo Quijote de la Mancha que la primera vez que se leen no se entienden, en la segunda se disfrutan y en la tercera se lloran. Algo así me pasó con Rut. Un libro cuyo propósito de estar en el canon bíblico se me hacía tan confuso.

Empecemos con los hechos: transcurre en la época de los jueces, la cual no nos digamos mentiras, fue de esos períodos vergonzosos del pueblo de Israel donde básicamente la mayoría del tiempo navegan a la deriva. En ese desgobierno, transcurre la historia de una familia que huye a Moab por la profunda escasez en Israel y estando allá mueren todos los varones de la misma, dejando a tres mujeres viudas: Noemí y sus dos nueras moabitas: Orfa y Rut.

Y acá ¡empezamos a conocer a Rut! Lo primero que se nos dice es que quedó viuda y desamparada, no será necesario repetir que una viuda de esa época en poco puede compararse con una viuda moderna: estas tres mujeres estaban prácticamente condenadas a muerte: sin verdaderas posibilidades de conseguir un buen trabajo, lo más seguro es que su vida tenía dos caminos: o morir de hambre o vivir dependientes de la misericordia ajena (indigencia).

Pero para mí, eso no es el punto más bajo o triste de la historia, permítanme un poco de humor y a la vez no, si lo piensas bien tengo razón: ¡la mejor opción que tenía Rut era quedarse con su suegra! … mastícalo por un segundo: no tenía ni gato… lo sé, pareciera jocoso, pero esto es algo que te confieso: a mí me hace pensar muchísimo en la condición de Rut. Ella no tenía a donde regresar: su casa paterna ¡no era un hogar para ella! ¿Puedes creerlo? Lo normal es que si fallas o fracasas en cualquier cosa que emprendas, sientas que por lo menos la casa de tus padres es un puerto seguro al que puedes regresar, pero ese ¡no es el caso de Rut! Ella estaba mejor con su suegra, condenada a vivir en la mendicidad. Perdóname, no quiero ser sarcástica: pero ya vas entendiendo a qué tipo de soledad estructural me refiero con la pregunta del inicio. Podrás decirme que lo que pasa es que la fe de Noemí la sedujo y las costumbres del pueblo de Israel impactaron su corazón con tal fuerza que ella decidió mejor apartarse de su pueblo pagano y aventurarse en pos del Dios de Noemí y ¡sí! Claro que ¡sí! ¡eso es! Lo que pasa es que le doy muchas vueltas a las historias, y aunque sé que eso es lo que siempre se nos ha enseñado desde los púlpitos, soy mujer y pienso: Mahlón y Quelión, hijos de Noemí, no eran tan estrictos en guardar la ley de Dios desde que se casaron con moabitas. Así que, además de que Noemí fue, sin lugar a duda, la mejor de todas las suegras que pudo existir jamás en la historia, creo que Rut también huía de una terrible situación en su hogar paterno… si acaso tenía.

Pero ella no es el personaje que no deja de maravillarme. Hoy vengo a escribirte de Booz, el pariente cercano redentor.

“En el caso de que uno de tus compatriotas se empobrezca y tenga que vender parte de su heredad familiar, su pariente más cercano rescatará lo que su hermano haya vendido” Lev 25:25

Booz aparece en el capítulo 2 del libro de Rut: un hombre próspero, con tierras, disciplinado, querido con sus trabajadores, temeroso de Dios y con buen ojo. Que ¿Cómo sé todo eso? Porque llega de Belén a revisar sus campos y no sólo saluda a todos sus segadores, sino que lo hace deseándoles que Dios los bendiga y recibe lo mismo de regreso… un detalle que perfila el carácter de Booz y que ciertamente no es casual en las Escrituras. Pero lo más interesante es que, después de las formalidades de rigor, Booz pregunta inmediatamente por Rut porque la ve, la nota, se interesa en ella y después de escuchar quién es, se dirige a ella y le dice: “Escucha, hija mía” (Rut 2:8) ¿Puedes creerlo? Cómo sonarían aquellas palabras en el corazón de quien no tiene un hogar a dónde regresar, de quien no tiene un hogar para construir, de quien no tiene ninguna seguridad para el mañana: “Escucha, HIJA mía”. Pero no solo la llama hija, sino que agrega: “no vayas a otro campo, no te alejes, quédate junto a mis criadas y síguelas, ya dije que no te molesten, si tienes sed, toma el agua que quieras” (paráfrasis de los versos 8b y 9). ¡Wow!, no sé si logras percibir la fuerza de esta declaración, pero cuando puedes ponerte en el lugar de profundo abandono y desesperanza de Rut, logras contemplar la profunda belleza en estas palabras: “hija, no te alejes, te voy a cuidar, no estás sola, vas a tener provisión en mis campos y nunca más tendrás sed”. ¡Ya estoy emocionada! ¿No te recuerda a alguien? Pero no me puedo adelantar, sigamos con el texto: en el verso 14 la invita a su mesa y le da a comer de su pan y granos tostados hasta quedar saciada y sobrarle, tanto que pudo empacar para Noemí… esto sigue sonando tan familiar…

No sé qué piensas, pero si yo fuera Rut, más allá de si Booz podría o no rescatarme, ya estaría perdidamente enamorada de él: de su carácter, su amabilidad, su claridad y masculinidad. Él la vio primero y extendió todo el afecto en acercarla, protegerla, bendecirla y garantizar su bienestar. Si por casualidad eres soltera y quieres un consejo sobre cómo decidir si un hombre te conviene o no, déjame decirte que quédate donde te traten como Booz trató a Rut.

Pero prosigamos, ya en el capítulo 3 Rut había hecho toda esta ceremonia extraña de acostarse a sus pies y pedirle que le extendiera su manto para redimirla. Es decir, por ley, el pariente más cercano debía rescatar a quien cayera en desgracia; no sólo comprando su propiedad para  no dejarlo en la pobreza, sino también, en el caso de una mujer viuda, casándose con ella para garantizarle hijos y así devolverle su honra. El caso es que Booz, en el capítulo 4, tramita todo sin demora, transparente y públicamente; no sólo toma la iniciativa de ir a la puerta de la ciudad a esperar al otro pariente que también podía redimir a Rut, sino que llamó a diez jefes de la ciudad, para que todo lo negociado quedara con testigos y no hubiera malentendidos ni reclamos a futuro. Habló con claridad y dejó todo plenamente pactado. No se tú, pero yo sigo enamorada: si tiene la iniciativa, claridad y transparencia de Booz: ¡ahí es!

Muy bien, todo es maravilloso, pero y eso ¿qué tiene que ver con nosotras? No sé que hayas contestado la segunda vez que te pedí meditar en si te has sentido verdaderamente sola. Tal vez tu respuesta haya sido no, tal vez sientas que no has caído a un hoyo tan profundo o, tal vez, simplemente has estado tan distraída que no te has dado cuenta de que esa es exactamente nuestra condición cuando estábamos sin Dios.

Recuerden que en ese tiempo ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa, sin tener esperanza y sin Dios en el mundo.” Efesios 2:12

¿Muy extremo? No realmente, de hecho, me quedo corta en la descripción. La palabra nos señala que sin Cristo estábamos muertas en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1) y eso solo puede significar la desesperanza más abrumadora que podamos comprender.

Sin Dios, toda oportunidad de alegría, propósito y disfrute se acaba con nuestra muerte; así que aún tus tesoros más preciados: familia, salud, trabajo, éxitos financieros o placeres de este mundo, se convierten en vanidad y aflicción de espíritu (Eclesiastés 1:14). Si no tenemos la esperanza eterna que Dios nos extiende, todo es un infinito discurrir de actividades y compromisos que, en lugar de darle sentido a los días, solo incrementa el hastío del sinsentido.

Pero ahí, en nuestro valle más oscuro y profundo llega Cristo, nuestro pariente más cercano: Dios mismo hecho carne y humillado hasta la condición de hombre a fin de que Su genealogía en algún punto se una a la nuestra como descendientes de Adán; ¡Cristo! nuestro pariente más cercano que sí tenía cómo rescatarnos. Él, quien nos vio primero en nuestra profunda soledad y preguntó por nosotras para acercarse a llamarnos “hijas” y decirnos que no necesitamos otros campos, que Él nos acoge y nos pide que no nos alejemos. ¡Cristo! quien vino a partir el pan con nosotras porque Él es el único pan de vida que descendió del cielo para darnos vida eterna (Juan 6:51) y nos ha dejado saciadas para que compartamos con otros. Aquel que nos dice como a la samaritana: “si tu supieras quien es el que habla contigo, le pedirías agua y las aguas que tengo para darte brotarán en tu interior como manantial de vida eterna” (Juan 4:11-13) ¡Cristo! Nuestro pariente más cercano que extendió su manto para hacernos parte de su iglesia, su esposa, sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante (Efesios 5:27), a Quien no le importó el costo ni las consecuencias de nuestro rescate, sino que pagó el precio que nadie más podía pagar, porque el precio de liberarnos de la condena de mendicidad y muerte era la sangre justa de un descendiente de Adán. ¡Cristo! El único Justo, Fiel y Verdadero, quien enfrentó la muerte pública y dejó multitud de testigos para ratificar el pacto de redención, la compra de nuestro campo para trabajar para siempre en el Suyo.

Jesús, hijo de David, descendiente de Rut, de Booz y en cierta forma, de Noemí; quien aún las bendijo a ellas después de muertas, escogiéndolas como parte de su genealogía para redimirlas en su historia, porque ¿quién podría ahora llamarlas desdichadas?

“Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, al único sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” 1ª. Timoteo 1:17

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