“¿Acaso es tiempo de que ustedes habiten en sus casas enmaderadas mientras que esta casa está en ruinas?”
Un fin de semana del verano, después de una semana de paseo, nos encontramos por la vía con una muy buena madera. Mi esposo preguntó si podíamos tomar las estibas, y las montamos en el auto. La discusión comenzó; uno de mis hijos quería la ampliación de la casa del árbol, otra quería una pared de escalada, y se les ocurría una nueva idea tras otra, cada una más complicada que la anterior. La ganadora, finalmente, fue la única que no opinó: construiríamos una casita en el jardín en la que todos pudieran jugar. Obviamente, sería del tamaño y el diseño que agradaran a una niña de 3 años. El proyecto nos emocionó y nos pusimos manos a la obra tan pronto llegamos.
La construcción de la casa nos involucró a todos y tomó un par de días de trabajo completo. Diseños, planos, martillos, sierras, pintura, decoración; hubo tareas para todos y mucha emoción. Pasamos mucho tiempo trabajando en familia. Fue un momento tipo postal, de esos que uno atesora para recordar en los momentos más difíciles. Pero cuando al final entramos a la casa y todos comieron y descansaron, fue evidente para mí que mis tareas, mis responsabilidades, las de mi casa de tamaño normal, se habían acumulado. Una nueva semana iba a empezar y yo tenía ropa por lavar que no lavé, ropa por doblar que no doblé, comida por organizar que no organicé, correos por responder que no respondí… Creo que entienden el punto.
Este hecho de la casita puede ser sencillamente anecdótico, pero sirvió para comprender en mi corazón lo fácil que es distraernos de lo importante. Ocuparnos con tareas menores cuando las mayores responsabilidades esperan adentro. Ocuparnos, por ejemplo, con cosas bonitas, buenas o divertidas que nos regala la maternidad, cuando nuestra casa, no la de cuatro paredes, sino nuestro corazón, está sediento y vacío, pero no buscamos saciarlo de Dios y su presencia.
De esto nos habla el profeta Hageo, quien escribió en un tiempo de letargo espiritual por parte del pueblo de Israel, en el que cada quien se ocupaba de lo suyo, pero no de adorar a Dios. Hageo hace un llamado urgente a revisar las prioridades, a sacudirnos de la pereza de adorar. Nos advierte de estar invirtiendo nuestro tiempo y dinero en tareas infructuosas cuando estas no tienen como fin último la adoración al SEÑOR.
Hageo parece describir el insaciable apetito del mundo de hoy con el verso: “Así ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos: ‘Reflexionen acerca de sus caminos. Han sembrado mucho, pero han recogido poco; comen pero no se sacian; beben pero no quedan satisfechos; se visten pero no se abrigan; y el jornalero recibe su jornal en bolsa rota’” Hageo 1:5.
¿Cómo sabes si estás viviendo tú también un letargo espiritual? ¿Cómo salir de allí? El llamado en el libro de Hageo es a la reconstrucción del templo de Dios. Como hijas del nuevo pacto, gracias a la obra de Jesús en la cruz, adoramos a Dios en espíritu y en verdad. Juan 4:24.
La primera reflexión sería: ¿Adoras a Dios? ¿Lo reconoces en tus caminos, ves su obra y su gracia sobre tu vida y exaltas su nombre? ¿Tienes una vida transformada por el Espíritu Santo? ¿Estás buscando acercarte a Dios a través de su palabra para conocer la Verdad que nos hace libres? ¿No sabes por dónde empezar? La invitación es a leer el libro del profeta Hageo, ora por un corazón dispuesto a escuchar y atesorar lo que Dios quiere para tu vida, y acércate a tus pastores locales, a amigas más edificadas en la fe y la Palabra para que te ayuden a amar a tu esposo y a tus hijos sin descuidar tu templo.
“Reflexionen acerca de sus caminos. Suban al monte, traigan madera y reedifiquen el templo. Yo tendré satisfacción en ello y seré honrado, ha dicho el SEÑOR”
Apasionada por compartir a Cristo.