Aunque tal vez ya no lo recuerdes, entre los 3 y los 5 años de edad debiste experimentar algún miedo a un monstruo imaginario: al que vivía debajo de la cama, al de detrás de la puerta del armario o al del final del pasillo oscuro. Yo recuerdo que de niña tenía un cuadro de payaso en mi cuarto que en el día era hermoso: con nariz y labios en alto relieve; pero de noche era la peor de mis pesadillas porque parecía salir de la pared hacia mi cama con una risa burlona; la solución era cerrar los ojos y repetir una y otra vez lo que mi mamá decía: “es mi imaginación, los monstruos no existen, es mi imaginación, es mi imaginación”.
Pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque él cuida de ustedes.
Hace unos años fue mi turno como mamá de ayudarle a mi hija a superar este tipo de miedo. Utilizamos diferentes métodos: buscarlos con una linterna, dibujarlos, darles nombre y descubrir que esos monstruos eran tan terribles o inofensivos como nuestra mente los imaginara. Sin embargo, en el fondo, mi corazón se arrugaba un poco porque no sabía cómo decirle a mi hija que hay monstruos que sí existen: esos que se instalan en rincones ocultos del corazón para asustar en momentos de fragilidad; que parecieran comprimir los pulmones y dificultar la respiración; monstruos que nos han hecho fallar las piernas y las manos, que nos han hecho temblar, sudar y marearnos; monstruos que a veces se alojan aleteando en el estómago, revolviéndolo todo mientras se alimentan de nuestras alegrías y succionan nuestra paz. Ya quisiéramos nosotras poder decir que siempre hemos tenido una vida libre de miedos, angustias, ansiedades o tristezas; ya desearíamos pensar que el monstruo bajo la cama desapareció en la niñez y fue reemplazado por completa paz y seguridad, ojalá pudiéramos decir que nada nos ha turbado ni nos ha quitado el sueño, que nada nos ha hecho llorar a escondidas o buscar ayuda en distractores que ahoguen, minimicen o escondan a los monstruos de la madurez.
A estas alturas tal vez estés pensando que todo suena un poco extremo, que tal vez conoces a una amiga que sí es ansiosa pero que este no es tu caso, ni esos son tus síntomas. Tal vez todo lo anterior te suene como algo digno de un centro de rehabilitación; pero déjame decirte que hay formas socialmente aceptadas de lidiar con las micro ansiedades, formas que solo las maquillan y no son de ayuda: compras compulsivas, exceso de trabajo, vida social desaforada, rituales metafísicos que no son más que brujería disfrazada de espiritualidad, ennoviarnos con la pareja equivocada o comportarnos compulsivamente con nuestras redes sociales para obtener “likes”.. en fin, tantas maneras de huir de la soledad, simular la perfección, buscarle sentido a la vida o escondernos del fracaso.
Tristemente, esos monstruos no son imaginarios; a veces solo pasan volando, otras veces nos visitan y, para algunas mujeres, son habitantes permanentes de su mente y su cuerpo. Pero… ¿tiene la Biblia algo para decir al respecto? ¿Podría la palabra de Dios entendernos?
Sara envejeció sin hijos. Con un gran matrimonio y una vida financiera garantizada; pero viendo cómo su vida se “secaba” sin llenar su anhelo de familia, sin cumplir plenamente su rol social como esposa y sin garantizar descendientes que salvaguardaran la herencia para las generaciones por venir.
“Entonces ellos le dijeron: «¿Dónde está Sara tu mujer?». «Allí en la tienda», les respondió. Y uno de ellos dijo: «Ciertamente volveré a ti por este tiempo el año próximo, y Sara tu mujer tendrá un hijo». Y Sara estaba escuchando a la puerta de la tienda que estaba detrás de él.”
Para Rebeca tampoco fue fácil concebir, con todo Isaac su esposo oró por ella y Dios le concedió hijos. Sin embargo, su embarazo fue tan difícil que llegó a exclamar: “Si esto es así ¿Para qué vivo yo?” Después de tanto anhelar ser mamá, el malestar que padecía era tal que llegó a cuestionarse si valía la pena vivir así.
“Y el Señor le dijo: «Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos se dividirán desde tus entrañas; un pueblo será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor».”
Lea debió vivir con la carga de saberse no amada, no valorada ni deseada por su esposo. Casada con Jacob por artimaña de su padre, sabía que su esposo realmente amaba a su hermana menor, lo cual no le debía ser extraño ya que había crecido a la sombra de su belleza.
“Cuando el SEÑOR vio que Lea no era amada, le concedió que tuviera hijos, pero Raquel no podía concebir.”
Raquel pasó de ser la elegida, a la segunda esposa; de ser la amada, a ser la estéril; pasó de la seguridad a la incertidumbre y a padecer una de las afrentas más graves de la época: no darle descendencia a su esposo.
“Después Dios se acordó de la dificultad de Raquel y contestó sus oraciones permitiéndole tener hijos.”
Podría continuar narrando la historia de Dina, Ruth, Ana, Ester o hasta de Agar; podría incluir los retos de María la madre de Jesús, de las mujeres que lo siguieron o incluso de Priscila en la iglesia primitiva. Una y otra vez la biblia nos presenta mujeres que, a pesar de haber vivido hace miles de años, enfrentaron las mismas crisis que nosotras: soledad, rechazo, duelo y maltrato. Angustia por el futuro, problemas de salud, rivalidades familiares y retos de crianza. Metas no cumplidas, malas decisiones, tiempos postergados y mente nublada. En fin, sin importar cuánto la teoría de la evolución se difunda, la realidad es que el ser humano no ha cambiado un ápice y nuestras luchas son las mismas, generación tras generación.
“Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo”
El apóstol Pedro, justo antes de escribir a los más jóvenes: “pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios”, les ordena un versículo antes: “humíllense bajo la poderosa mano de Dios”. Y esto no es otra cosa que aprender a esperar con la convicción de que los caminos de Dios y Sus pensamientos son más altos que los nuestros. La ansiedad suele llegar cuando las cosas no están saliendo como las planeamos: cuando Sara no pudo garantizar herederos, cuando el embarazo de Rebeca puso en jaque su salud, cuando Jacob no fue para Lea el esposo que ella soñó, cuando Raquel por primera vez fue opacada por su hermana y enfrentó la frustración. A la ansiedad le gusta visitarnos cuando perdemos el control y somos enceguecidas por las circunstancias o cuando una experiencia traumática marca nuestra relación con la realidad.
Hemos sido creados para darle gloria a Dios con toda nuestra vida, pero a veces pensamos que eso se traduce en trazar hermosos planes que nos agraden y también le agraden a Dios, pedir por su cumplimiento y entonces así darle gloria a nuestro Señor… pero no es de esa forma cómo funciona.
Nuestro proceso de humillación consiste en rendir nuestra voluntad, planes y circunstancias a la soberanía de Dios; entendiendo que nuestra vida le da gloria en todo lugar, tiempo y realidad; se asemeje o no a lo que habíamos planeado. Humillarnos significa aquietar nuestra alma en Su presencia, anhelando la revelación de Su palabra para nosotras, a fin de someternos y acatar Su voluntad y con ello, encontrar la paz.
Cada mujer que mencionamos, de alguna manera, recibe la revelación de la voluntad de Dios sea por promesa, profecía o cumplimiento; la palabra de Dios llega como bálsamo para su situación y la sosiega. Porque Su palabra tiene el poder para crear un mundo nuevo, un corazón nuevo y una calma nueva.
¿Qué te angustia hoy? ¿Cuál es la fuente de tu preocupación? Detente un momento y ora al Señor. Olvídate por un momento de pedir por todo lo que no está saliendo bien en tu vida, deja a un lado tus planes y proyectos ya sea literalmente o de corazón, póstrate y humíllate delante del Creador de los cielos y la tierra, del Rey de reyes y Señor de señores y dile: “heme aquí, señor, hágase en mí según Tu Palabra”.
Y si acaso llegaras a pensar que Dios no te ha hablado, no te ha entregado promesas, y no supieras en qué Palabra puedes descansar y poner tus ansiedades y preocupaciones, te invito a leer conmigo el comienzo de la primera carta de Pedro, donde encontrarás el gran amor de Dios que nos llena de promesas eternas, más valiosas que cualquier circunstancia actual:
“Que toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es por su gran misericordia que hemos nacido de nuevo, porque Dios levantó a Jesucristo de los muertos. Ahora vivimos con gran expectación y tenemos una herencia que no tiene precio, una herencia que está reservada en el cielo para ustedes, pura y sin mancha, que no puede cambiar ni deteriorarse. Por la fe que tienen, Dios los protege con su poder hasta que reciban esta salvación, la cual está lista para ser revelada en el día final, a fin de que todos la vean. Así que alégrense de verdad. Les espera una alegría inmensa, aunque tienen que soportar muchas pruebas por un tiempo breve. Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y purifica el oro, aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo oro. Entonces su fe, al permanecer firme en tantas pruebas, les traerá mucha alabanza, gloria y honra en el día que Jesucristo sea revelado a todo el mundo.”