El fin de la culpa: un llamado a aferrarse a la verdad

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La culpa nos aplasta. Nos susurra sucesos dignos de temor y vergüenza. Nos recuerda el pasado. Revive lo que hicimos. Nos impide andar. Nos abruma. Inquieta los pensamientos y el corazón, y hasta podría quitarnos el aire. ¿Cómo ser libres de ella?

Respuestas aparentemente efectivas hay muchas. ¿Realmente liberadoras? Sólo una.

Pero la pregunta quizás más apremiante es ¿cómo lidiamos con la culpa que es coherente con nuestra transgresión sin sepultarla, excusarla o ignorarla? ¿Cómo ser libres de ella y vivir plenamente si en realidad ignoramos lo que es evidente a los ojos de cualquier persona cuerda, pero que las filosofías de este mundo y cultura nos niegan constantemente?

La psicología actual nos pregona a toda voz que sólo cometemos “errores” y que eso no nos hace malas personas per se. Lo que connota que nuestra transgresión no es tan grave y que en realidad somos buenos. No somos taaan malos. Todos cometemos errores. Sin embargo, con el paso de los años la psicología ha buscado nuevas maneras de ayudar a las personas porque la culpa los carcome. Es usual que no encuentren formas de lidiar con los “errores” cometidos y no logren vidas plenas ni libres, lo cual generalmente conduce hacia algunos tipos de terapia psicológica para hallar algo de solución. ¿La solución? El auto perdón. Una de las filosofías más atractivas actualmente y que postula que si una persona sufre mucho con la culpa de lo que ha hecho en el pasado y no logra ser libre de él, es porque no se ha perdonado a sí mismo.

Este llamado autoperdón es un tema de estudio que en los últimos años ha incrementado el interés e investigación de muchos psicólogos. ¡Y por supuesto que lo ha hecho! ¿Cómo no? Todos anhelamos ser libres y vivir vidas plenas, por lo que buscamos alternativas. Y es justo valorar este esfuerzo de los psicólogos por ayudar. El problema es la concepción que tienen acerca del ser humano y el origen de las soluciones que plantean.

Filosofías similares circundaban la vida de las personas en la ciudad de Colosas años después de que Jesús había muerto. No eran precisamente filosofías de auto perdón, pero sí enseñanzas que, al igual que el perdón a sí mismo, iban conforme a la opiniones y sabiduría de los hombres y no conforme a Dios y su palabra. Epafras, un cristiano de la época, le había contado al apóstol Pablo que la iglesia que había nacido allí estaba siendo amenazada por una extraña doctrina. Esta se enfocaba en una experiencia espiritual que requería de visiones y un tipo de auto negación ascética. Estos cristianos estaban siendo engañados acerca de cómo vivir la vida cristiana y llegaron a pensar que para ser aceptados delante de Dios, y libres de la culpa que sentían, debían, no solo tener fe en Jesucristo, sino también hacer otras cosas. Buscaban un estilo de vida asceta en el que se abstenían de comida y bebida, y además, creían que eran vulnerables a ciertas fuerzas espirituales que debían ser aplacadas o veneradas.

Es posible imaginar que lejos del evangelio de Jesucristo, y con una carga inmensa sobre sus hombros, recibieron la refrescante carta de Pablo que combatía semejantes herejías. A lo largo de toda la carta el apóstol lleva a los Colosenses a entender que es Cristo y solamente Cristo quien puede permitirles el privilegio de ser aceptados por Dios. Y que es solo Jesús mismo, Dios encarnado, quien puede liberarlos de la culpa y el dominio del pecado. La carta tiene incluso un poema precioso acerca de la supremacía de Cristo y, por tanto, su suficiencia para nuestra salvación y vida.

Lo precioso de esta carta es que no fue escrita solamente para los Colosenses. Si bien ellos eran su auditorio original, esta carta, y toda la Biblia, fue inspirada por el Espíritu Santo para nuestro bien. Esta carta nos habla también a nosotros. Y la advertencia de Pablo acerca de las filosofías que nos circundan es esta:

“Miren que nadie los haga cautivos por medio de su filosofía y vanas sutilezas, según la tradición de los hombres, conforme a los principios elementales del mundo y no según Cristo. Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él, y ustedes han sido hechos completos en Él, que es la cabeza sobre todo poder y autoridad.

También en Él ustedes fueron circuncidados con una circuncisión no hecha por manos, al quitar el cuerpo de la carne mediante la circuncisión de Cristo; habiendo sido sepultados con Él en el bautismo, en el cual también han resucitado con Él por la fe en la acción del poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos.

Y cuando ustedes estaban muertos en sus delitos y en la incircuncisión de su carne, Dios les dio vida juntamente con Cristo, habiéndonos perdonado todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz. Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él”. Colosenses 2:8-15

Muchos tendríamos que decir: Wow. Qué precisión y sabiduría. Qué pertinente y actual es esta advertencia de Pablo. Miren, no permitan, tengan cuidado. ¿De qué? De que nadie los engañe, haga cautivos o presos. ¿De qué? De su filosofía y vanas sutilezas o, dicho de manera más sencilla, de filosofías huecas y disparates elocuentes. De enseñanzas vacías, sin base ni sustento pero dichas de manera muy atractiva. De filosofías que van conforme a la tradición de los hombres, es decir, conforme a las opiniones humanas y no conforme a lo que Dios nos ha revelado en su palabra. ¿Y por qué debemos cuidarnos de esto? Esta es la parte más preciosa.

“Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él, y ustedes han sido hechos completos en Él, que es la cabeza sobre todo poder y autoridad”. Colosenses 2:9

Los cristianos están completos en Cristo. ¿Sí? Sí. El problema es que poco escuchamos a Dios y mucho a los demás. Escuchamos lo que otros piensan de nosotros, lo que nos aconseja la compañera del trabajo, lo que dicen los libros de autoayuda de las librerías, lo que publican en redes las marcas con tendencias “espirituales” de esta época, y lo que con tanta autoridad, casi irrefutable, dicen los psicólogos y expertos del área de la salud acerca del ser humano. Sin mencionar los postulados del yoga y tradiciones del mundo oriental.

Pero poco nos hemos detenido a escuchar acerca de lo que Dios quiere decirnos en Su Palabra. En este caso, acerca de nuestra libertad de la culpa. Todo empieza con quién es Jesús. Pablo nos enseña que él es Dios. Que todo Dios habita en Jesús en un cuerpo humano. Y que es por nuestra unión a él que nosotros ya tenemos acceso a la plenitud.

Pero solo con oir esto no es suficiente. Necesitamos leer nuestra Biblia y meditar en estas verdades. Digerirlas y procesarlas porque son robustas, profundas. No son vacías ni huecas ni absurdas. Son coherentes, lógicas, preciosas y sobrenaturales. Son lo único que puede salvarnos del hueco de la culpa. Y no son filosofías basadas en hipótesis. Son hechos históricos reales y verificables.

Según el equipo de psicología clínica de la experta Marina Mammoliti el auto perdón se define como el deseo de abandonar el auto resentimiento por un error pasado para así fomentar la auto compasión con uno mismo. ¡¿Cómo?! Sí… hasta los blogs de algunos psicólogos dicen que suena absurdo. Y lo es. ¿Cómo puede una misma persona hacer las veces de ofendido y ofensor? ¿Cómo pueden de uno mismo salir los recursos de los cuales se admite carecer? ¿Cómo puede ser uno mismo el dador y a la vez el objeto de perdón y compasión?

Más aún ¿quién nos nombró jueces sobre nuestras vidas? ¿Acaso somos justos y soberanos como para emitir un juicio o liberarnos de la culpa y la consecuencia de nuestros actos?

Imagínate en un tribunal. Tú acabas de ser condenado por un delito. Pero, te levantas con firmeza y dices: señor juez, déjeme aclararle. Esta sentencia ya no es válida. Lo que pasa es que yo ya me perdoné a mi mismo, por lo tanto, puedo ser libre.

¿Ah?

Con algo de atención es fácil ver que esta es una filosofía sin fundamentos pero que con facilidad podría atraparnos si no conocemos tan profundo perdón, esperanza y libertad que tenemos en Jesús.

Pablo continúa explicando que no solo estamos completos, sino que hemos sido hechos nuevos. El llamado del evangelio no es un llamado, como dice Tedd Tripp, a hacer cosas nuevas, sino a ser nuevas criaturas. Por lo tanto, el apóstol explica que Cristo nos quitó el cuerpo de carne en la circuncisión espiritual que realizó en nosotros. Es decir, al salvarnos, él nos quitó la naturaleza pecaminosa. Nos sepultó junto con Cristo en nuestro bautismo y también con él, nos resucitó a una vida nueva al confiar en el poder de Dios.

Nosotros estábamos muertos espiritualmente, pero Dios nos dio vida con Cristo ¿al hacer qué? Mira el versículo 13: Perdonarnos todos los pecados, no solo algunos. Pero Dios no es simplemente un bonachón que dijo superficialmente ¡sí, te perdono! Él mismo tomó nuestro lugar, nuestra condena y juicio. Le costó su sangre y su vida. Canceló el documento legal de nuestra deuda muriendo por nosotros como si él mismo hubiera cometido cada delito, pecado y transgresión. Y al hacerlo no solo nos salvó de nuestra culpa, sino también de la ira eterna de Dios y del poder que tenían los poderes y autoridades espirituales sobre nosotros.

Más aún, no nos perdonó la deuda y nos libró de la culpa y el mal venidero para luego dejarnos solos. Nos amó. Nos ama y nos amará. Tal cual somos. Pero no nos dejará así. Eso sería licencioso, al igual que el auto perdón, que pretende que aceptemos lo que hicimos y nos comprometamos a cambiar. Pero por más que muchos crean que podemos auto perdonarnos y cambiar, nosotros no podemos transformar nuestros propios corazones y sus motivaciones más profundas. Sin embargo, Jesús sí puede hacer eso. De hecho lo hizo ya con todo aquel que ha creído en su nombre. Él nos hizo nuevos y nos transformará hasta la perfección a través de su Espíritu.

¡Qué perdón y justificación tan profundas tenemos los cristianos! Por el contrario, la autora María García Martínez admite que en el panorama del auto perdón no todo se encuentra tan claro. Primero, no se sabe con certeza qué es exactamente el perdón, sólo se sabe que lo necesitamos. “El perdón puede llegar a ser bastante confuso ya que ni hay un consenso respecto a su definición ni sobre lo que es o no es realmente el perdón. Por lo que, hay gran variabilidad en la definición de este término” acota la misma autora. En segundo lugar, concluye en su tesis de grado el perdón a sí mismo: una revisión sistemática que la relación entre el
perdón a sí mismo y la ausencia de culpa no se encuentra bien establecida. Sólo saben, como lo enuncia Martínez citando a Griffin, Macaskill y Tuck y Anderson, que el perdón, en general, produce un bienestar significativo, incluso al nivel de la salud física.

La falta de claridad se debe a la ausencia de una persona: el Dador de todo buen regalo. El origen de la gracia y el perdón extendido a pecadores necesitados y anhelantes de libertad y plenitud.

Tenemos acceso a perdón pleno y completo. A un corazón y vida nuevos. A una restauración total. A un juez que se hizo maldito para liberarnos de los cargos judiciales por los cuales éramos culpables. A la libertad de toda culpa y deuda en nuestra contra por la obra del Salvador Jesucristo.

¿En dónde te refugiarás? ¿Buscarás tu plenitud, libertad y gozo en aquel que murió por ti o te harás cautivo de las opiniones y filosofías de este siglo? Hay razones de sobra para elegir la primera. Y para escuchar de los labios del precioso Jesús las mismas preguntas que le hizo a la mujer sorprendida en adulterio:

Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?

Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.
Juan 8:10

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