Todo  estaba muy bien y luego, todo se puso mejor

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“Y cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas cómodas y las habites, cuando se hayan multiplicado tus ganados y tus rebaños, y hayan aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso ni olvides al Señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como esclavo”. (Deuteronomio 8:12-14)

“Todo estaba muy bien y luego todo se puso mejor” no es la sinopsis de ninguna historia de superación, de redención o de éxito.  Pero si puede ser la de un fracaso espiritual si no tenemos cuidado con el orgullo. Tanto en el mundo laboral como personal,  hemos sido todas testigos de cómo situaciones difíciles e incluso trágicas se tornan asombrosamente maravillosas y tienen un desenlace que merece la pena ser contado una y otra vez.

Hemos visto películas, series, hemos leído libros y por supuesto, conocemos el obrar de Dios a través de situaciones difíciles a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamento. Para mi gusto, la historia de José tiene todo los elementos de una historia que demuestra que en la adversidad, la mano poderosa de Dios sigue a cargo. Pero pasa de forma similar en la tragedia que vive Job,
o en la manera que Pablo es llamado al ministerio y cómo este se desarrolla en medio de viajes, cárceles, naufragios… y tantas situaciones más.

Pero y ¿Qué tal en la comodidad?  ¿Qué pasa cuando parece que todo, al menos lo material, está resuelto? ¿Es igual de fácil entonces mirar al cielo? O como se advierte en Deuteronomio ¿es posible así olvidar a Dios?

Vivimos en medio de un mundo hiperconectado y con desigualdades abismales, pero al mismo tiempo nunca habíamos tenido tantos recursos disponibles. Tenemos empresas que pueden generar alimento en cantidades antes no vistas, tenemos todo tipo de baratijas traídas de China que inundan las calles con juguetes plásticos y accesorios para el hogar, hay libros y material deportivo a precios asequibles.

Solo piensa en los juguetes que tenías cuando pequeña y los que tienen los niños de hoy. Mira a tu alrededor y verás un mundo que ofrece diferentes opciones gastronómicas, emociones sensoriales y horas y horas de entretenimiento a un clic de distancia. Un mundo que idolatra el bienestar y la comodidad. Un mundo de gente frágil que se siente poderosa.

Voy a tratar de llegar a mi punto con una ilustración de mi hija menor que tiene un año y medio. Frecuentemente vamos al parque; ahora que es más hábil, trata de subirse sola al lisadero. Cuando veo sus ojitos chispeantes de la emoción y embarcada en subir las escaleras por su propia cuenta, yo doy dos pasos para atrás, estoy ahí por si me necesita, pero la miro avanzar. De hecho, en solo un par de días pasó de subir agarrada de mi mando hasta hacerlo hasta el final por ella misma. Ese día, cuando pudo hacerlo sola, en este aturdimiento de gozo, iba a tirarse solita desde una altura que la superaba por mucho.

Y… obviamente  los brazos de mamá estuvieron ahí para evitar aquella caída. Me atrevería a decir que se sentía poderosa. Tan frágil y tan poderosa. Ella no duda en mirarme y estirarme los brazos cuando tiene sueño, hambre, cansancio… Pero sintiéndose poderosa como se sintió en el parque, mi pequeña iba a lanzarse sola.

De la misma manera se nos puede hacer fácil, incluso necesario buscar a Dios en la incomodidad y la angustia. Clamar en la dificultad y regresar como hijas prodigas luego de pasar necesidad y sentir que nos revolcamos en el lodo con los cerdos. Pero, cuando nos sentimos saciadas, cuando no hay angustia económica, o quebrantos de salud, cuando vivimos en la abundancia, también creemos como mi pequeña que vamos solas y por nuestra cuenta. Y no creas que hay que esperar a ser millonarias para envanecernos. Tenemos un corazón que fácilmente se envanece y olvida de dónde viene.

Deteronomio unos versículos más adelante nos sigue advirtiendo: No se te ocurra pensar: “Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos”.  Recuerda al Señor tu Dios, porque es él quien te da el poder para producir esa riqueza; así ha confirmado hoy el pacto que bajo juramento hizo con tus antepasados. (Deuteronomio 8: 17-18)

Así que, te invito como nos invita la Palabra a venir a Dios en la dificultad y en los éxitos. En la escasez y en la abundancia, para que combatamos el orgullo, que puede fácilmente echar raíces en un corazón que olvida de dónde ha salido y a qué precio ha sido comprado.

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