Nuestro cuerpo, tan complejo como es, por el precioso diseño del Altísimo, resulta en
ocasiones difícil de comprender aún para la ciencia. No es raro que cuando algo no
funciona como es debido, se ataquen los síntomas, pero no necesariamente se llegue a la
raíz del problema.
Tal vez te resulte familiar, por ejemplo, haber luchado por años con sobrepeso; haciendo
dietas y ejercicio para descubrir que el problema estaba en tu metabolismo y lo que
necesitabas no era aguantar más hambre, sino por el contrario, comer más pero mejor;
ejercitar menos pero más intencionalmente. O quizás has ensayado todas las soluciones
tópicas para rejuvenecer tu piel o acabar con el acné, disminuir arrugas o erradicar
manchas; pero por más que hayas hecho y gastado, pareciera que ninguna crema
soluciona definitivamente tus problemas, y si la interrumpes, todos ellos regresan en
gavilla para mostrarte que hay algo de fondo que no funciona y que tienes pendiente por
descubrir, enfrentar y solucionar.
“Tampoco deberíamos poner a prueba a Cristo como hicieron algunos de ellos, y luego
murieron mordidos por serpientes. Y no murmuren como lo hicieron algunos de ellos, y
luego el ángel de la muerte los destruyó.” 1ª. Corintios 10:9-10
Hoy quiero hablarte de un síntoma que Dios aborrece: la murmuración. Presente a lo largo de toda la Escritura, señalada y penalizada, no cuenta con un mandamiento para ella sola; no hay tal cosa como: “No murmurarás” en la ley de Dios dada a Moisés. Pero la historia del pueblo de Israel al igual que la nuestra, no parece desligarse de la murmuración y una y otra vez Dios trata con ella.
Pero vamos por partes, ¿de qué se trata? La murmuración consiste principalmente en hablar de alguien emitiendo un juicio o crítica contra él, a sus espaldas. Se acerca a la calumnia, pero no son iguales; es hermana del chisme, comparten esencia, pero no son exactamente lo mismo. Mientras la calumnia se refiere a levantar falso testimonio y cuenta con su propio mandamiento; la murmuración puede partir de un hecho cierto, pero está cargada de rechazo. Mientras el chisme revela secretos que nos fueron confiados y los esparce con celeridad, la murmuración también riega como plaga, no un secreto, sino una inconformidad.
Con solo describirla, la murmuración no queda bien parada, no parece que necesitáramos muchos argumentos para entender que Dios la aborrece. Con todo, está cercana a nuestros labios y resulta agradable a nuestro corazón. Pero ¿Por qué? ¿Cómo es esto posible?
“Mientras estaban en Hazerot, Miriam y Aarón criticaron a Moisés porque se había casado
con una Cusita. Dijeron: «¿Ha hablado el SEÑOR solamente por medio de Moisés? ¿Acaso no ha hablado también a través de nosotros?». Y el SEÑOR los oyó.” Números 12:1-2
Miriam y Aarón son los dos hermanos de Moisés, quienes empezaron a criticarlo por sus
decisiones de pareja. Ahora bien, la esposa que conocemos de Moisés es Séfora, de Madián, pero acá se nos dice que él tomó por esposa a una mujer Cusita; que literalmente traduce etíope, pero que también puede referirse a un término despectivo sobre el tono oscuro de su piel. Podría, o bien tratarse de una segunda esposa de Moisés, o del origen del padre de Séfora, así ella haya nacido en Madián, o del color de piel de ella.
En todo caso, Miriam y Aarón hablaron mal de su hermano acusándolo entre líneas de ser
orgulloso: “¿Ha hablado Dios solamente por medio de Moisés? ¿acaso no ha hablado también a través de nosotros?”, en palabras de hoy sonaría como “ni que fuera el único ungido, Dios también nos usa, nosotros también merecemos liderar”.
Como plataforma para su crítica utilizaron una verdad: La esposa de Moisés no era judía; pero
agregaron un juicio de valor despreciándola por ser de piel oscura o por su origen africano; usaron un argumento de desprestigio, sobre el cual nadie podía hacer nada.
Hay una pequeña frase al final del verso 2 que nos recuerda contundentemente: “y el Señor los yó”: ¡pero claro que Dios oyó! Él siempre nos escucha, nos conoce y ve la verdadera condición de nuestros corazones, más allá de nuestros síntomas.
Por eso la palabra de Dios no se tarda en agregar en el verso 3:
“Ahora bien, Moisés era muy humilde, más que cualquier otra persona en la tierra”
¡Gloria a Dios! Porque Él mismo es escudo y refugio a los que esperan en Su palabra.
Miriam y Aarón emitieron un juicio contra Moisés y desataron un juicio contra ellos. Los versículos
siguientes nos cuentan cómo Dios mismo les ordenó presentarse a los tres en el tabernáculo,
descendió en una nube y llamó al frente a los dos atacantes y les dijo: si hubiera profetas entre
ustedes les hablaría por sueños o visiones; pero a Moisés le hablo directamente, cara a cara y con
claridad, porque confío en él.
Dios estaba enojado y se marchó, no sin antes dejar a Miriam con su piel blanca como la nieve,
cubierta de lepra. El hecho de que ella sea mencionada primero que Aarón cuando se describen
las críticas que ambos hicieron, parece indicar que ella fue quien inició las acusaciones y quien
atacó más duramente a Moisés. Recibir el castigo corrobora su responsabilidad en el asunto.
Esta escena, similar a la de un juicio, pareciera susurrar en el fondo: “mene, mene, tekel, uparsin”:
has sido numerado, pesado, hallado falto y roto. Miriam y Aarón con su murmuración contra
Moisés llamaron la atención del Juez Eterno para verificar sus acusaciones. Porque ninguno de
nosotros puede usurpar el lugar de Dios en discernir y juzgar los corazones y valor de otros delante
de Él. Así que Dios mismo sale a corroborar el juicio y los pone a los tres en una balanza: Miriam y
Aarón a un lado, Moisés al otro; pero los acusadores fueron hallados faltos, no había un hombre
en el mundo más manso y humilde que Moisés: él pesaba más.
Moisés era el único en quien Dios confiaba y la falsa acusación que hicieron sus hermanos sobre su
orgullo, solo reveló la soberbia de sus corazones. Se consideraron mejores, más santos, más
dignos y puros para ser los mensajeros de Dios para el pueblo. Creyeron que ellos podían escoger
a Dios, autonombrarse líderes y ser los mediadores; pero sólo Dios es quien llama, escoge, bendice
¡y nos defiende! Aleluya.
“Jesús les dijo entonces: —Dejen de murmurar. Nadie puede venir a mí, si no lo trae el
Padre, que me ha enviado; y yo lo resucitaré en el día último.” Juan 6:43-44
¿El síntoma de murmuración a qué apunta entonces? La murmuración menosprecia al prójimo y
esconde nuestro sentimiento de superioridad, nos creemos jueces y con nuestras palabras que
nunca son ocultas para Dios, proferimos acusaciones cargadas de soberbia. La murmuración
expresa queja, desánimo e inconformidad contra autoridades o circunstancias que finalmente
siempre serán una queja contra Dios. La murmuración verbaliza nuestra desconfianza hacia el
futuro y deja ver nuestra falta de fe presente, poniendo de manifiesto el olvido del mover de Dios
en nuestro pasado.
La murmuración es un síntoma de un corazón que no se ha rendido completamente a Cristo y es
por esto, que Dios siempre responde a ella señalándolo, veamos:
En Éxodo 16 el pueblo murmuró contra Moisés y Aarón por falta de comida y Dios, pacientemente
les respondió enviándoles Maná. En Juan 6:51 encontramos a Jesús diciendo: “Yo soy el pan vivo
que descendió del cielo. Todo el que coma de este pan vivirá para siempre; y este pan, que
ofreceré para que el mundo viva, es mi carne”.
En éxodo 17 se quejan por falta de agua y reciben agua de la peña de Horeb y en 1ª.Corintios 10:4
Pablo nos revela que la peña es símbolo de Cristo “y tomaron la misma bebida espiritual. Porque
bebían agua de la roca espiritual que los acompañaba en su viaje, la cual era Cristo.” Este patrón
se repite más adelante en Números 20 cuando en Meribá, nuevamente Dios les dio agua de la roca
después de que ellos se quejaron.
En Números 13 y 14 murmuran contra Dios al regreso de los espías, quejándose por los gigantes
que los devorarían y dudando que Dios les entregaría la tierra. Esta vez, la consecuencia fue
divagar por el desierto durante 40 años hasta que pereciera toda la generación que murmuró. Su
castigo fue no entrar a la tierra prometida o como diría el autor de Hebreos: no entrar en Su
reposo, porque desobedecieron. Cristo es nuestro reposo, por Su obra en la cruz cesan las
nuestras, por su triunfo sobre la muerte, tenemos vida eterna.
En Números 21 vuelve el desánimo por comida y agua, esta vez llegan serpientes venenosas, pero
Dios provee salvación ordenándole a Moisés levantar la serpiente de bronce para que todo quien
la mire reciba sanidad. Esta vez es el mismo Jesús quien hablando con Nicodemo nos explica esta
señal: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea levantado el
Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en Él vida eterna” Juan 3:14 ¡ALELUYA!
Ahora volvamos a nuestro pasaje. Miriam recibió lepra y fue expulsada del campamento por 7 días después de que Aarón y Moisés intercedieran por ella. Ella recibió una lección sobre cómo el aspecto de su piel solo apuntaba a una infección mayor; su murmuración era una lepra que señalaba la podredumbre de su corazón, su falta de Dios y su necesidad de relación con Él. La lepra de la murmuración se cura con la rendición total a Cristo.
En Éxodo 15, cuando el pueblo murmura por primera vez en el desierto contra Moisés por las
aguas amargas de Mara, Dios responde sanando las aguas con un arbusto que Moisés arroja y las
vuelve dulces y aptas para tomar. Ante esta primera murmuración Dios no solo responde
supliendo su necesidad, sino que les da una norma de conducta: “Si ustedes escuchan atentamente la voz del Señor su Dios y hacen lo que es correcto ante sus ojos, obedeciendo sus mandatos y cumpliendo todos sus decretos, entonces no les enviaré ninguna de las enfermedades que envié a los egipcios; porque yo soy el Señor, quien los sana.” Éxodo 15:26
¿Te has hallado murmurando contra tu situación? ¿Quejándote por tus circunstancias? ¿No toleras
a tu esposo, a tus hijos, tus líderes y autoridades de la iglesia? ¿Te has quejado incluso de Dios?
¿Has dudado de sus promesas? ¿Tienes la necesidad de criticar a tus vecinos y amigos porque te
sientes mejor que ellos?
Dios tiene la provisión de sanidad completa para nosotras: ¡Cristo nuestro Señor! No se trata de
reprimir la murmuración, eso es un paño de agua tibia para una enfermedad terminal. ¡Clama!
porque la vida de Cristo se forme en ti, abandónate en los brazos de tu redentor, contempla Su
grandeza y poder y verás como Él es salud completa para tu alma y erradicación completa de la
lepra de la murmuración.