En el cuento de Pinocho hay un lugar al que Pinocho quiere ir, quiere estar allí en ese lugar
donde no hay normas, y los niños juegan todo el día, no hay lecciones que aprender, ni tareas para hacer, ni vegetales que comer, ni ninguna norma que regule su comportamiento; todo estaba permitido.
Allí los niños se van convirtiendo en animales, pierden sus rasgos humanos y se convierten en asnos de largas orejas y patas saltarinas. La tradición popular se valió de esta historia para explicar a los niños que las normas que nos ponen límites nos dan al mismo tiempo la libertad de disfrutar el fruto del esfuerzo.
Obedezcan, no sean como animales”, parece ser en parte la moraleja de esta historia. Pinocho quería ser un niño de verdad y para eso debía aprender a obedecer.
En la Biblia hay un libro lleno de normas que el pueblo de Israel debía obedecer, algunas que, hoy por hoy no comprendemos, ya que la realidad de ese pueblo dista mucho de la nuestra.
Levítico fue escrito por Moisés para su pueblo. Dios inspira a Moisés a mostrarnos su Santidad, a través de la figura de los sacrificios, las leyes de pureza y de las tareas del sacerdocio como mediadores entre un Dios Santo y un pueblo que no lo es.
En los 27 capítulos de Levítico quedan plasmados, con detalles, los diferentes tipos de
sacrificios, según el propósito de cada uno, nos ilustra la forma y la frecuencia de las ofrendas, nos explican cómo debían disponerse los holocaustos y nos enumera cientos de normas que se debían cumplir para poder estar en comunión con Dios. Y lo que es muy claro rápidamente, es que resulta humanamente imposible cumplirlas esas leyes en todo momento.
Este es un libro lleno de normas que paradójicamente nos apuntan al evangelio de la Gracia, pero ¿cómo?
Recordemos que Israel era un pueblo pecador, ya ellos habían evidenciado su incapacidad de cumplir el pacto , su clara violación a las normas de Dios; Éxodo atestiguó en su contra al
señalarnos sus continuas quejas, su desconfianza en el Dios que los salvó y como si fuera poco, con la adoración al becerro de oro.
Todo lo anterior evidencia que Israel es un pueblo impuro, pero su Dios Santo. Aun así, Dios
quiere seguirse relacionando con su pueblo, pero su Santidad es tan grande, Él es tan poderoso y tan fuerte que los israelitas no pueden estar ante su presencia, así que, para habitar entre ellos, Dios provee una serie de rituales a través de los cuales el pueblo era continuamente perdonado y purificado.
Dios permitió que los israelitas ofrecieran la sangre de un animal perfecto, en lugar de la suya propia, para redimirse. Pero ¡atención! que nuevamente es Dios quien provee todo para la salvación, pues así como lo leemos en Levítico 17:11 “Porque la vida de toda criatura está en la sangre. Yo mismo se la he dado a ustedes sobre el altar, para que obtengan el perdón de sus pecados, ya que el perdón se obtiene por medio de la sangre”.
Entonces, nuevamente vemos cómo el Antiguo Testamento apunta a Cristo, el cordero que fue sacrificado para pagar nuestros pecados.
Los pecados de María, quien se propuso ser amable con su esposo teniendo aquella difícil
conversación, pero tan pronto el tema subió de tono, sus palabras ásperas brotaron
fácilmente.
Juana, quien se lamentaba sobre cómo tenía que hacerlo todo ella mientras lavaba los platos, su enojo y queja evitó que notara las bendiciones de tener una mesa llena de comida, niños sanos comida en la mesa… Su auto lástima se hacía cada segundo mas grande y la auto conmiseración inundaba su corazón remplazando el espacio de la gratitud con la queja.
Sara, que escuchaba la conversación de sus compañeras de trabajo, mientras pensaba en lo
pecadoras que eran, pasando por alto la viga en su ojo llena de orgullo.
Sandra, quien luchaba con celebrar las alegrías de sus hermanas; Viviana, que notaba, con
vergüenza, cómo su egoísmo no le permitía involucrarse en la iglesia o servir a su comunidad, pues le costaba salir de su cómoda soledad.
Mariela, quien se sorprende con los alcances de su ira; Lina, que sabe que tomó algo ajeno y Tatiana, que mira con ojos altivos a su marido, asegurando en su corazón que ella es mucho mejor que él y siempre tiene ideas de cómo él debería hacer las cosas….
Y la lista puede seguir aquí con tu nombre y tus pecados…
Así que, podríamos decir que el libro de Levítico nos habla de una Santidad de Dios que está vigente en nuestros días, de nuestra naturaleza pecadora que nos separa de su presencia y de la promesa de un perdón y un reencuentro luego de la muerte de un cordero perfecto.
Como lo dice Romanos7:7 es gracias a la ley que sabemos que somos pecadores “porque yo no hubiera sabido lo que es la codicia, si la ley no hubiera dicho: No codiciaras.”
Y término con Gálatas 3: 21-24 “Es entonces la ley contraria a las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Porque si se hubiera dado una ley capaz de impartir vida, entonces la justicia ciertamente hubiera dependido de la ley. Pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuera dada a todos los que creen.
Antes de venir la fe, estábamos encerrados bajo la ley, confinados para la fe que había de ser revelada. De manera que la ley ha venido a ser nuestro guía para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe.”
Así que, llenas de fe, gracias a la obra del Espíritu Santo, esforcémonos en vivir en santidad.
“Sean ustedes santos porque yo, el SEÑOR, soy santo y los he distinguido entre las demás
naciones, para que sean míos.” Levítico 20:26
Apasionada por compartir a Cristo.