PQR

P.Q.R. No sé si estés familiarizada con esta sigla, es muy común entre las empresas que
prestan algún servicio al público; significa: peticiones, quejas y reclamos, y hace referencia
a un medio que se crea para que las personas puedan manifestar su descontento,
inconformidad y molestia por un servicio mal prestado.

Tal vez en algún momento tú hayas expresado una PQR a alguna empresa. Pues bien,
leyendo el libro de Éxodo, encontramos que este sistema (Peticiones, Quejas y Reclamos)
es tan antiguo como este libro y tan usado por el pueblo de Dios como por cualquier
cliente insatisfecho.

Echemos un vistazo a la historia: El Señor, creador de los cielos y la tierra y el sustentador
del universo, se llama a Sí mismo, El Dios de Israel; eligió un pueblo para sí, para cuidarlo y
amarlo, para mostrarle su misericordia por toda la eternidad.
Dios eligió al pueblo de Israel, de pura gracia, no porque fueran mejores que otros, no
porque tuvieran nada de especial, sino por puro amor. Dios cuidó siempre a ese pueblo, lo
defendió de feroces enemigos, lo libró de una esclavitud de 400 años de un pueblo tirano
y lo llevó a una tierra buena.

De camino a Canaán, cruzaron un desierto donde no había agua ni comida y Dios
amorosamente proveyó un alimento que no tenían que cultivar ni cuidar.
Pero este pueblo que había sido rescatado de la esclavitud y había visto el cuidado del
Señor, decidió poner una PQR ante sus líderes e indirectamente, contra Dios: ¡Cómo
quisiéramos que el SEÑOR nos hubiera quitado la vida en Egipto! —les decían los
israelitas—. Allá nos sentábamos en torno a las ollas de carne y comíamos pan hasta
saciarnos. ¡Ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda la
comunidad! (Éxodo 16:3).

¿Te parece terrible la actitud de este pueblo? ¿Te parece que son desagradecidos e
inconformes? Pues bien, ese pueblo somos tú y yo, lo hemos sido muchas veces y si somos
muy honestas, tal vez lo estemos siendo en este momento.

El libro de Éxodo nos narra la manera tan espectacular y asombrosa como Dios liberó a su
pueblo de una nación despiadada, podemos pensar que cualquiera estaría agradecido por
eso, que deberían estar felices y llenos de adoración hacia Dios que literalmente abrió el
mar para que ellos pasaran, pero… ocurrió lo que generalmente ocurre a los seres
humanos: olvidaron, perdieron la memoria de los milagros que el Señor había hecho y
pusieron sus ojos en lo que anhelaban desesperadamente.

¿No somos nosotras así? ¿No nos ocurre que olvidamos los favores y beneficios del Señor
y venimos ante Él, con cierta arrogancia y actitud de “cliente insatisfecho” e interponemos
nuestras peticiones, quejas y reclamos como si Dios nos debiera algo?

Piensa en esto:
¿Cómo son tus oraciones?, ¿Llenas de alabanza y gratitud, o de Quejas y reclamos?
Tal vez tú y yo no increpemos a Dios como lo hizo el pueblo en el desierto, pero tal vez en
nuestro corazón tenemos queja, porque creemos que merecemos más de lo que nuestro
sabio Dios nos ha dado fielmente.

Quiero terminar diciendo que Dios no es un restaurante, un almacén por departamentos o
un cajero automático; ni nosotras somos clientes con derechos a quejarnos, quejarnos y
quejarnos ante Él.

No, ´Él es nuestro buen, fiel, misericordioso y justo Dios; nos ama y nos conoce como
nadie más lo hace; nos ha cuidado de maneras que no alcanzamos a comprender
racionalmente, y NO NOS DEBE NADA, lo entregó todo a través de Cristo Jesús.

En Él, en Cristo, Dios nos entregó todo lo que necesitamos: amor, perdón, redención,
provisión y justicia inmerecida. Si tienes a Cristo, lo tienes todo. Dios suplió en Él todas tus
necesidades.

Así que, la próxima vez que te sientas tentada a quejarte por lo que Dios no te ha dado,
recuerda que ya de dio todo, que Cristo es suficiente y que nuestra mayor necesidad no es
quejarnos, reclamar a un Dios bueno, sino agradecer, adorar y bendecir a un Dios
maravillosamente fiel.

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