Esta historia comienza con el relato de una familia: doce hermanos, papá y mamá. Un hijo más
amado que los demás y once hermanos que lo odiaban por ello. Esta es la tan conocida historia
de José, un joven que a sus diecisiete años fue vendido por sus hermanos a causa del odio que
le tenían, para ser esclavo en Egipto (Génesis 37).
Esta es una historia de perdón y reconciliación que la Biblia nos presenta y con la cual podemos
dar respuesta a algunas de nuestras preguntas sobre el tema. ¿De qué deberíamos de valernos
para perdonar? Es decir, ¿en qué nos basamos para poder hacerlo? ¿Hay acaso un kit de
herramientas o alguna fórmula mágica? ¿Hay realmente algo que puede habilitarnos para
asumir el daño de una ofensa cometida contra nosotros y así liberar al ofensor de cobro
alguno?
El inicio de la adultez de José parecía ser solo una tragedia oscura y sin esperanza que dañaría
su vida para siempre, pero leemos que empezó a revelarse como la historia de un hombre a
quien Dios cuidaba y a quien estaba usando para cumplir sus propósitos. No sabemos qué pudo
sentir José al ser despreciado por sus hermanos, vendido y esclavizado después de ser un hijo
amado y consentido, pero la Biblia nos dice que Dios estaba con él y que no dejó de mostrarle
su amor y su gracia . Por lo tanto, José rápidamente se ganó la confianza de Potifar, quien lo
había comprado, y quien reconocía que Dios estaba con él. Así, José fue puesto a cargo de
todas las cosas de este importante funcionario egipcio y aprendió a administrar bienes (Génesis
39).
Luego, fue echado a la cárcel por su amo a raíz de un engaño de su esposa, pero allí también,
dice la historia, que Dios estaba con él y se ganó la confianza del guardia, fue puesto a cargo de
los carceleros y pudo ayudar a un hombre que, años después, lo llevó ante el Faraón para que
le interpretara un sueño. ¿Interpretar sueños, administrar bienes, vivir en la prisión y ser
vendido como esclavo estaba dentro de los planes de Dios para uno de los descendientes de la
promesa? ¿Tenía Dios algo que ver con todo esto? Sí y sí. Dios estaba preparando a José para
que pudiera ayudar a salvar a muchísimas personas de una hambruna terrible, entre ellas, a la
familia que lo había desechado.
Trece años después de ser vendido, sus hermanos se postraron a sus pies, tal como él había
soñado, para comprar alimento en medio del hambre que amenazaba a Egipto y sus
alrededores. El pasado fue removido y las heridas recordadas. José no pudo controlarse al ver a
sus hermanos postrados ante él y en muchas ocasiones corrió a llorar su dolor y tristeza. ¿Qué
iba a hacer con estos ofensores que intentaron dañar su vida y ahora regresaban? El tiempo
había pasado y José ya era un hombre de 30 años que vestía ropas egipcias, lo cual les impidió
reconocerlo. Por lo tanto, y valiéndose del desconocimiento de sus hermanos, usó su autoridad
y un engaño para probar sus corazones y finalmente traer reconciliación a estas relaciones
rotas.
En medio del engaño planeado por José al decirles que ellos no venían a comprar comida sino
que eran espías, sus hermanos empezaron a recordar y surgió la culpa y humillación de saberse
merecedores de un castigo por lo que le habían hecho a su hermano. Y aunque el corazón de
José se vio en principio enredado en anhelos de venganza y prueba con sus hermanos, los
bendijo con comida, les devolvió el dinero que pagaron por ella y los sentó a la mesa con él en
su casa. Este relato tiene su cúspide en la reconciliación de estos hermanos cuando José se
revela a ellos.
José dijo a sus hermanos: «Yo soy José. ¿Vive todavía mi padre?». Pero sus hermanos no podían
contestarle porque estaban atónitos delante de él. Y José dijo a sus hermanos: «Acérquense
ahora a mí». Y ellos se acercaron, y les dijo: «Yo soy su hermano José, a quien ustedes vendieron
a Egipto. Ahora pues, no se entristezcan ni les pese el haberme vendido aquí. Pues para
preservar vidas me envió Dios delante de ustedes. Porque en estos dos años ha habido hambre
en la tierra y todavía quedan otros cinco años en los cuales no habrá ni siembra ni siega. Dios
me envió delante de ustedes para preservarles un remanente en la tierra, y para guardarlos
con vida mediante una gran liberación.
»Ahora pues, no fueron ustedes los que me enviaron aquí, sino Dios. Él me ha puesto por
padre de Faraón y señor de toda su casa y gobernador sobre toda la tierra de Egipto. Dense
prisa y suban adonde mi padre, y díganle: “Así dice tu hijo José: ‘Dios me ha hecho señor de todo
Egipto. Ven a mí, no te demores.” (Génesis 45:3-10).
Solo después de que José abrió su corazón y les contó acerca de cómo Dios había orquestado
todo esto fue que ellos se atrevieron a hablarle. José no los eximió de su culpa, pero podía ver
el daño y la ofensa a la luz de la soberanía de Dios y eso le habilitó para perdonarlos. La historia
termina con abrazos entre llantos, relaciones restauradas y una familia reunida de nuevo.
La ofensa que en aquel momento pareció dañar la vida de José y acabarla para siempre, Dios la
usó para preservar la familia del pacto, de la cual luego vendría un hombre, un hijo, el Hijo de
Dios, quien como José fue entregado a manos de hombres malvados, no por error ni descuido
de Dios, sino por su plan predeterminado y previo conocimiento (Hechos 2:23) a fin de traer
una salvación aun mayor que la que trajo José.
Esta historia de perdón, por lo tanto, nos lleva a otra, aun mejor. El Dios Soberano que permitió
este mal en la vida de José, y quien lo habilitó para luego perdonar a sus hermanos, es el mismo
que preservó su linaje para luego entregar a su Hijo amado, Jesucristo, para perdonarte las
ofensas que te hacen merecedora de la peor tragedia de tu vida: el infierno.
A la luz de esta historia y de lo que la Biblia nos enseña de Jesucristo podemos ver que Dios nos
ha dado bases para perdonar a otros y que sí podemos ser habilitados para ello sin importar la
ofensa. Aquí quiero compartirte dos verdades que pueden ayudarte a perdonar: