Muchas son las preguntas que nos rondan alrededor de nuestros trabajos.
No sé si te ha pasado que te levantas un lunes, luego de un fin de semana de recreación y descanso, abrumada con la idea de que debes ir a trabajar; te desanima el saber que debes cumplir con horarios muchas veces extenuantes, te atemoriza el tener que enfrentar a un jefe injusto y autoritario que no valora tus esfuerzos diarios; y allí, en la pelea de si levantarte o no de la cama, te ataca la pregunta ¿Por qué trabajo? ¿Cuál es el propósito de mi trabajo? ¿Para qué lo hago?
Entonces, inmediatamente y queriendo motivarte para saltar de la cama a la ducha, sostienes con un diálogo con tu alma y te das un sin número de respuestas:
– Trabajo porque debo producir para sobrevivir.
– Trabajo porque me tocó, no hay de otra, no nací en familia de noble cuna y mi desgracia es tener que levantarme a trabajar.
– Trabajo para darme gustos y todos los lujos que se me antojen.
– Trabajo porque tengo obligaciones que cumplir, bocas que alimentar, facturas que pagar, unos padres para sostener, cuerpos para vestir.
– Trabajo porque de todo lo que he experimentado en esta vida, sólo el trabajar me hace sentir valiosa e importante, es en la oficina donde he logrado obtener un status; es luego de terminar importantes proyectos cuando otros me aplauden y se dan cuenta de lo inteligente, organizada y capaz que soy.
O quizás dices: yo trabajo para alcanzar el éxito.
¿Con cuál de las anteriores respuestas te identificas al pensar en tu trabajo?
Pues bien, déjame decirte que, si pudiéramos resumir en una sola frase todas las respuestas anteriores, aun con todas las diferencias que aparentemente tienen, todas y cada una de esas respuestas están apuntando a ti, es decir, detrás de cada frase se encuentra la tan conocida frase: trabajo para mí, o sea, el trabajo se trata de mí.
Hasta ese punto llega nuestra ingenuidad, o mejor, nuestro egocentrismo, pero como todo lo que el Señor nos ha estado hablando en este mes, debo recordarte que el trabajo no se trata de ti. Para confirmar lo que acabo de decirte, quiero animarte a leer lo que la Biblia dice:
“Hagan lo que hagan, háganlo bien, como si en vez de estar trabajando para amos terrenales estuvieran trabajando para el Señor. Recuerden que el Señor Jesucristo les dará la parte que les corresponde, pues él es el Señor a quien en realidad sirven ustedes.” (Colosense 3:23-24).
¿Escuchaste bien lo que está enseñando el apóstol Pablo a los creyentes? Les está diciendo que al trabajar, ellos no lo están haciendo para sus amos terrenales, es decir, para sus jefes, para sus empresas, o incluso para ellos mismos; al pensar en el trabajo, es necesario entender que el trabajo debe hacerse para el Señor.
El apóstol Pablo nos está animando y motivando en nuestros trabajos desde la centralidad de para quién es nuestro trabajo: es únicamente para el Señor, a quien servimos y adoramos a través de nuestras vocaciones.
Parte de nuestro diseño divino es que fuimos creados para reflejar el carácter de un Dios que trabaja (Génesis 1 y 2).
Trabajamos en obediencia a nuestro Dios, ya que es un mandato; trabajamos porque, luego de crear todo, nuestro Dios dejó espacio para que el hombre trabajara y desarrollara la creación (Génesis 1:26-28); trabajamos porque a través de nuestro trabajo adoramos al Dios que nos creó; trabajamos para servir y amar a otros a través de nuestro trabajo (Mateo 20:27-28); trabajamos porque administramos la creación de Dios para que Él sea exaltado.
¿Te das cuenta? Ni siquiera el trabajo se trata de ti. Así que, levántate y ruega al Señor que te permita ver tus jornadas de trabajo como actos de adoración, aún cuando te encuentres con cardos y espinos, que suben como olor grato ante la presencia de Dios y para Su gloria.