El Egocentrismo

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Es impresionante como desde el principio, y a través de la historia de la humanidad, el ser humano ha tenido la tendencia a figurar, a ser el centro, a buscar lo que a él le place y le satisface y a que todo gire alrededor de si mismo en todos lo ámbitos de su existir, en la familia, en los negocios, en la política, en todo. 

Esto es el egocentrismo, como el mismo diccionario lo define: “es la tendencia del hombre a considerarse como centro del universo”. Y esto es algo que podemos notar a diario, no solo en nuestros semejantes sino en nosotras mismas. 

Y nosotras como mujeres no nos escapamos a ello, esa tendencia que cada una de nosotras tenemos a reinar, a ser el centro de cada reunión, de la familia, de la empresa, de todo y en todo. 

Nos gusta que nos atiendan, que se lleven a cabo nuestros planes, nuestros proyectos, que se haga lo que yo quiero y como yo quiero. 

Queremos imponer nuestras ideas y nuestros deseos y no pensamos en los que están al lado, sino que esperamos que todos “me satisfagan a mí”. Eso es el egocentrismo que no me deja ver ni a Dios, ni al prójimo. 

El autor Richard Shelley en su libro La vida disciplinada dice: “Las naturalezas de los niños no son plácidamente neutrales; nacen con una inclinación, ya hay una deformación hacia el egocentrismo y el desenfreno que no se enderezará por sí sola bajo los rayos benignos del ambiente cristiano, sino que, alimentada por la bondad, convertirá la libertad en libertinaje y crecerá alarmantemente con el paso de los años si no es rigurosamente frenada mediante normas a partir de la cuna. Tal freno, aunque no pueda extirpar la deformación, la sacará a luz”.

Esto nos muestra que, desde que nacemos arrastramos este asunto del egocentrismo. Y como más adelante dice el mismo autor, los niños mimados por sus padres que no son disciplinados ni encaminados a buscar al Señor y estar bajo su disciplina, se convierten en personas egocéntricas y violentas que se resisten a honrar a Dios y a sus padres que tanto se sacrificaron por ellos. 

Pero aun en la Escritura notamos que el egocentrismo es inherente al ser humano. Vemos por ejemplo que la reacción egocéntrica de Caín contra su hermano se dio porque Dios no vio con agrado su ofrenda, pero sí la de Abel y por eso lo mató (Génesis 4:1-8). 

Vemos así también a Abram que al llegar a Egipto pone en riesgo egocéntricamente la vida y reputación de su esposa Sarai, y aun le pide que mienta, para salvar su propia vida y tener bienestar (Génesis 12:10-13). 

Ocurre lo mismo con los hermanos de José, quienes lo dañan y apartan de su familia, porque ellos no fueron los elegidos por su padre (Génesis 37:18-28). 

Vemos también a David en su egocentrismo buscando satisfacer sus deseos, sin pensar en el daño que estaba haciendo a Urías, a Betsabé y aun a sí mismo (2 Samuel 11).

También los discípulos de Jesús dejan ver su egocentrismo discutiendo y buscando un lugar preferencial al lado de Jesús en el reino de los cielos (Marcos  10:35-41). 

Y así podríamos ver muchos otros ejemplos de siervos del Señor que se dejaron dominar por su egocentrismo y pecaron delante del Señor con consecuencias lamentables, de las cuales nosotras no estamos exentas. 

De ahí el énfasis que el Señor nos hace en Su Palabra de “amarle a Él con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas” y en segundo lugar “amar al prójimo como a sí mismo” (Deuteronomio 6:5; Marcos 12:30-31; Lucas 10:27). 

El énfasis del Señor es pues, que nos centremos no en nosotros mismos, sino en amarle a Él y al prójimo. 

Por otro lado, vemos a Jesús contrarrestando nuestro egocentrismo insistiéndonos en amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado (Juan 13:34), lo mismo que encontramos en 1ª. de Juan 4:8-12 sobre la importancia de permanecer en el amor de Dios y amar al otro, al hermano. 

Pero el mayor ejemplo en contra del egocentrismo lo tenemos en Jesús mismo, con su obra redentora por nosotros en la cruz, como nos lo plantea Pablo en Filipenses 2:1-11, donde el apóstol nos invita a no hacer nada por contienda o por vanagloria (egocentrismo), sino con humildad, cada uno considerando a los demás como superiores a sí mismo, que no miremos cada uno por lo suyo propio sino por lo de los otros (vs 3-4) y nos invita también a tener el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, quien siendo Dios, no tomó ello como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y “tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (vs.5-8) y por ello Dios lo exalto hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre para ser adorado por siempre (vs 9-11). 

Jesús  es el único hombre que no se dejó arrastrar por el egocentrismo, sino que por el contrario vino a librarnos de él, pagando la culpa por nuestro pecado de egocentrismo, entre otros, para que libres de ello, podamos amar verdaderamente a Dios y al prójimo. 

Que por el poder de su Santo Espíritu nos ayude a hacerlo cada día. 

1 comentario en “El Egocentrismo”

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