Si me miras de lejos, convenientemente, no puedes ver las canas que empiezan a asomarse; si me ves a distancia no se notan las líneas de expresión que se marcan cada vez con mas certeza al rededor de mis ojos y mi boca. Cuando estás a cierta distancia no sabes cómo huelo, ni como se sienten mis abrazos o un apretón de manos.
De hecho, si continuamos alejados, no tenemos que escucharnos hablar de cosas sin mayor importancia, ni chistes tontos, ni mucho menos tendrás que perdonarme algún día por un comentario desafortunado.
Si limitamos nuestro dialogo a dar me gusta en las publicaciones en redes, a enviar un sticker o un gift como respuesta, nadie notará que llevamos por dentro.
Si nos acostumbramos a escuchar los mensajes de whatsapp a la mayor velocidad, un día ya no veremos, ni oiremos, ni notaremos nada ni a nadie. Y entonces, habremos reducido el escenario de acción e impacto del evangelio, las relaciones humanas.
Llevamos ya dos años rasgándonos las vestiduras por las medidas tomadas por los gobiernos para contener un virus, hemos estado totalmente aislados, parcialmente aislados, asustados, luego mas relajados, pero igual distanciados.
Aunque lo cierto es que lo de estar alejados nada tiene que ver con las medidas de pandemia, pues podemos tener el corazón a kilómetros, aunque compartamos la misma iglesia, la misma oficina, la misma aula de clases o aún la misma casa.
Así que, dejaremos de lado la pertinencia o no de las medidas sanitarias y vamos a hablar de lo enfermizo que es vivir aislados, de como nos corroe por dentro no involucrarnos, no dejarnos afectar, no encontrarnos con el otro y de como justamente incomodarnos es el plan de Dios para nuestras relaciones, “porque hierro con hierro se forja” ( Proverbios 17:27).
Para comenzar, aquí partimos con que la palabra de Dios tiene algo para decirnos en cada aspecto de nuestra vida. Y el tema de las relaciones interpersonales evidentemente no sólo no se ha dejado por fuera, sino que es ampliamente abordado.
Así que, te aliento a que tomes la Biblia con esa pregunta: Dios ¿qué quieres decirme sobre mis relaciones y cómo puedes moldear el carácter de Cristo en mi a través de éstas?
En la palabra tenemos como ejemplo la mas bella y completa muestra de implicación en una relación. Filipenses 2: 5-8 dice: “La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!
Jesús siendo Dios se despojó de cualquier privilegio para igualarse a nosotros y morir por mi y por ti. Se entregó completamente y nos dejó este ejemplo como estatura a la que anhelar.
Podemos decir que se acercó más de dos metros, su acto perfecto de amor ha calado en nuestros huesos salvando nuestra alma y dando sentido a todo. Y no lo hizo por un puñado de personas perfectas, maravillosas, chistosas y agradecidas con las que es muy agradable pasar el rato, que nunca tienen queja en su boca y que son asertivos en cada oportunidad ¡no!. Yo no soy así y no he conocido al primer humano que lo sea… al menos cuando me acerco a menos de dos metros por un tiempo razonable.
Jesús fue un sacrificio vivo por mi y por ti, aunque somos torpes, inestables, remilgosas, mal agradecidas, injustas y llenas de pecado, egoísmo y orgullo.
Esto habla de las relaciones y a lo que estamos invitadas a vivir. Justamente en la misma porción de la palabra, la carta de Pablo a los cristianos en Filipos los dos versículos anteriores nos señalan: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás.”
La palabra entonces nos invita a tener a los demás como superiores a nosotros mismas, nos dice que no nos concentremos en nuestras necesidades y anhelos sino que antepongamos el de los demás.
Que asumamos una actitud de siervas prestas a dar y darnos. Vamos a ser heridas, vamos a ver sacrificios infructuosos y de cerca veremos las canas, las arrugas y sentiremos ese mal hedor del pecado en el otro, pero como ejemplo tenemos un amor sacrificial que estuvo dispuesto a morir para dar vida en abundancia.
Las relaciones en el amor de Cristo implican contacto, acercamiento y una lupa en el corazón, hacer preguntas para de verdad escuchar la respuesta y tiempo para pasarlo juntos.
Eso es ser iglesia: ser iglesia en nuestra familia, ser iglesia en nuestra casa y ser iglesia aunque suene redundante, en nuestra iglesia.
¿Qué tal si hoy llamas a una hermana en la fe y te acercas a su corazón?
Apasionada por compartir a Cristo.