La mejor esperanza

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“Hemos sido llamadas con un propósito,

hemos sido creadas para adorar,

hemos sido perdonadas incomprensiblemente,

hemos sido amadas sin merecerlo.

Tenemos una esperanza que no termina,

una esperanza que es eterna,

hemos sido elegidas por amor”

Estamos viviendo una época del año que es muy esperada, un tiempo en que queremos que las relaciones sanen, las amistades perduren, las personas se queden; pero también es un tiempo en donde recordamos a quienes no están, a quienes se han ido de esta tierra o de nuestra vida por alguna circunstancia. 

Este es un tiempo que a muchos los llena de emoción, felicidad y regocijo, pero también es un tiempo que para otros es desconsolador y en el que no encuentran esperanza ni alivio. 

¿Qué situaciones de la vida te generan alegría o dolor en esta época?, ¿Cuáles situaciones alimentan tu esperanza o tu desesperanza? A lo mejor, un logro, culminar tus estudios, casarte, el nacimiento de un hijo, la sanidad de la enfermedad de un ser querido, o a lo mejor pagar una deuda o encontrarte con tu familia en esta navidad te llenan de gozo, pero puedes tener todo un listado de razones que te hace entrar en la incertidumbre de la desesperanza.

El apóstol Pedro le habla a hermanos que están viviendo situaciones muy difíciles, muchos de ellos están atravesando por un período de persecución y es para ellos que el apóstol Pedro escribe su primera carta. 

En sus líneas, la palabra sufrimiento aparece varias veces, pero lo llamativo es que el apóstol relaciona en todo momento el sufrimiento con la esperanza. 

Será muy importante para estos tiempos, que para algunas es de sufrimiento, recordar en esta navidad que todo sufrimiento para el creyente está ligado a la esperanza. 

1 Pedro 1: 3 dice: ¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva”

Este pasaje nos recuerda que es gracias a la misericordia del Señor y mediante Su resurrección, que podemos tener una esperanza viva, es decir, una esperanza que no muere, no cambia y no tiene fin. 

Gracias a esa esperanza es que día a día podemos respirar seguras, que, aunque tengamos situaciones dolorosas, desconsoladoras, pérdidas de seres amados, decepciones y muchas otras emociones, tendremos un final inimaginable, un final que sabemos que no merecemos, pero un final que nos alcanzó.

Esa esperanza, dice Pedro, fue posible por la resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, pero además, está viva; es decir, que pese a las diversas pruebas que vivamos, aunque no siempre tengamos lo que queremos y  no todo sea como “soñamos”, podemos estar seguras de que su Presencia está con nosotras y de que Él volverá por segunda vez y reinará para siempre y en su gobierno el dolor se irá, la enfermedad ya no reinará, el llanto huirá y los gemidos de dolor se desvanecerán. 

Nuestra esperanza está arraigada a la persona de Cristo, un Dios confiable, bondadoso y es por ello que esa esperanza debe generar en nosotras felicidad, una felicidad que tampoco es pasajera, una felicidad que es duradera y real.

El sufrimiento será parte de nuestra experiencia humana, después de la caída, y la prueba es parte de la vida cristiana, habremos de ser probadas en medio de las pérdidas, las carencias, los tiempos difíciles, pero en esos tiempos el Señor promete su presencia, y esos tiempos no serán el fin de nuestros días ni de nuestra historia.

Así que, si estás pasando por tiempos de prueba, permíteme recordarte: Si estas en Cristo Jesús, la esperanza va ligada al sufrimiento. Jesús es nuestra mayor esperanza. 

Toma tiempo en esta navidad para recordar al Salvador, así como lo dice Isaías 9: 6: “Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”.

Él es nuestra paz, Él es nuestro Señor y Salvador, quien nació en nuestros corazones y nos prometió esperanza con su muerte y resurrección para que tengamos vida.

Aquél que padeció, sufrió y lo dio todo por nosotros sin medida, es a quien debemos mirar, quien cuando le maldecían, no respondía con maldición, sino que encomendaba sus almas al que juzga justamente. Él, siendo nuestro mejor modelo a seguir, sufrió y a pesar de todo, nunca perdió la esperanza, siempre con su mirada en el Padre, pues sabía que algo mejor le esperaba.

Esperemos pues con paciencia, esa hermosa herencia que, aunque la veamos lejana y tardía, llegará cuando el Señor lo defina con tal que estemos listas para recibir la gran recompensa, Su salvación y vida eterna.

Que, en esta navidad, el mejor regalo sea recordar al Salvador y Señor, su obra redentora. 

¡En esta navidad nuestra mejor y mayor esperanza es Jesús!

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