Hace tres años exactamente, mi esposo, mis hijos y yo metimos todo lo que nos cupo en 8 maletas y dejamos lo que conocíamos hasta ese momento.
Decidido a dar un vuelco a su carrera, mi esposo se matriculó en un país extranjero para cursar estudios y pasar allí al menos 2 años, y como ya dije, han pasado 3.
Nuestra historia de migración es igual a la de muchos otros que han migrado, con aciertos, desaciertos, muchos duelos, nuevos amigos, algunas metidas de pata y momentos buenos y malos.
En los días malos, uno trata de poner todo en la balanza para darse un poco de consuelo, equiparando las cargas y redondeando a cero cuando se comparan las columnas de pérdidas y ganancias, pero la paz en el corazón solo la encontramos cuando recordamos lo esencial, lo que no cambia, lo que permanece, lo que es igual ayer, hoy y siempre, es decir, el carácter de nuestro Dios, la obra completa de Cristo en la cruz y su gracia soberana.
Aclaro, no hay que ir lejos para concluir que, ante cualquier angustia esto es lo único que da paz. Finalmente muchos poetas han descrito la vida entera como un viaje y la Palabra de Dios nos invita a que vivamos dónde vivamos, lo hagamos como extranjeros en esta tierra, aún si vivimos en el mismo barrio toda la vida. (1 Crónicas 29:15).
Reflexionar en este tiempo de caminar con tantas incertidumbres, me trae de inmediato a la mente el libro del Éxodo, un texto escrito por Moisés para recordarle a su pueblo la maravillas del Señor, sus promesas, su consuelo y la naturaleza de pecado del pueblo de Israel con su “cerviz dura” como Dios mismo los llama y su constante queja y lamento a pesar de su amor y sus cuidados.
La Biblia no intenta ocultar la naturaleza exacta del corazón de Israel y cómo un pueblo quejumbroso, olvidadizo e idólatra, queda retratado a los largo de los 40 capítulos.
Aún así y solo por la gracia inmerecida de Dios, Él es fiel a su pacto y acompaña a su pueblo con sus cuidados: los protege del sol durante el día, los guía en la noche con con fuego, les da de comer no solo lo que necesitan para estar saciados y bien nutridos, sino que cuando se cansan del sabor del maná envía codornices, les da normas para la vida en comunidad y les instruye sobre cómo acercarse a él; pero cada tropiezo, incluso una pequeña piedra en el camino es suficiente para que este pueblo levante las manos al cielo y haga un reclamo indolente, injustificado y malagradecido: “¿para que nos trajiste hasta aquí? Estábamos mejor en Egipto, vamos a morir en el desierto” gritan y se lamentan olvidando que la naturaleza de Dios no cambia y que por amor a su nombre cuida a los suyos y cumple sus promesas.
¿Te ha pasado? A mí sí. He visto la mano de Dios sobre mi vida, he visto su amor y sus cuidados, he reconocido su obra y sus milagros y solo unos segundos más tarde el temor me ha invadido, me he quejado, he sentido miedo por el futuro y me he lamentado de decisiones. He perdido tiempo imaginando “hubieras” que es un tiempo gramatical que nunca existirá “y si yo hubiera “y si no hubiéramos..” “y si mejor hubiera…”
También me ha pasado como mamá. Mis hijos han hecho fiesta y bailado de alegría por algún permiso especial o un plan divertido, asegurándome que soy la mejor mamá del mundo y me han abrazado y besado para que, después de minutos, ese mismo día feliz se convierta en lo que ellos mismos denominan el “peor día de su vida” y yo quedo convertida en la villana del cuento. Del placer al lamento en un abrir y cerrar de ojos por cualquier pequeñez.
Lo que es cierto, es que a mis hijos, por más amor y ganas de estar ahí para ellos, les voy a fallar, pero Dios no, Él nos ha dicho que su presencia está con nosotros y que su presencia nos hace descansar. No importa por cual destino te lleve en tu caminar, Él es suficiente para que confíes, su gracia generosa nos acompañará por las sendas de este viaje y su cuidado permanecerá hasta que lleguemos a la tierra prometida, al lugar del eterno reposo en su presencia.
¡No te quejes, confía, ya que en su presencia hay descanso!
Apasionada por compartir a Cristo.