Bueno, pero no te enojes….

A mi me gusta pensar que no, pero yo soy muy peleona, y cada vez que comienzo o me engancho en una discusión, retumban en mi cabeza dos versículos que están en Proverbios, y que, como señales luminosas me gritan que me calle, que guarde mis palabras, que sea sumisa, tierna, delicada y sabia; pero me cuesta.

¡Vaya que me cuesta!  Mi mente, rápida para la ira y lenta para la misericordia, tiene comentarios ásperos, ácidos y faltos de amor.

Los versos de Proverbios dicen: “Es mejor vivir solo en un rincón de la azotea que en una casa preciosa con una esposa que busca pleitos” (Proverbios 21:9), y “Una esposa que busca pleitos es tan molesta como una gotera continua en un día de lluvia” (Proverbios 27:15).

Estos textos  ilustran perfectamente lo fastidioso que es convivir con alguien que se enoja y discute, pero es necesario ir al origen, al corazón para reconocer la naturaleza exacta de nuestro pecado, y entonces, rendidas a Cristo, encontrar una solución no en nuestras fuerzas sino totalmente aferradas a Dios.

Así que, piensa en tu ultima discusión con cualquier persona, ¿Cuándo fue la última vez que sentiste frustración y manifestaste tu enojo porque alguien no te dio lo que esperabas?, ¿No hizo lo que querías? o ¿señaló algo en ti o en una situación que para ti no es justo?, ¿Qué pasó por tu cabeza?, ¿Cómo lidiaste con esos sentimientos y pensamientos llenos de rabia, injusticia y opresión?

No vengo a buscar culpables; no me corresponde y no es el fin de este artículo.

Tú seguramente tendrás muchas justas razones para enfadarte, o tal vez no… Déjame explicarme. Para comenzar, leamos juntas la porción de Filipenses 2:3-11:

“No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes.  No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás.

Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales. Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre.”

¿Todavía crees que tienes razones para discutir? Vamos a desglosar esta porción de la Escritura pensando en nuestra ultima discusión con nuestro esposo, nuestros padres, nuestros hijos o un amigo.

Cuando haces algo por los demás, ¿lo haces por egoísmo, como si esa persona te debiera agradecer por tu servicio, tratando de ganarte aplausos o reconocimientos?

Muchas veces aquí está el origen de tantas discusiones sin sentido: cuando reclamamos un reconocimiento que nace en el egoísmo y el afán de ser reconocidas.

¿Consideras a los demás como superiores a ti misma? ¿Te despojas de todo prejuicio, o señalas rápidamente la paja en el ojo ajeno sintiéndote muy santa, muy espiritual, muy madura?

¿Consideras los intereses de los demás? ¿Eres capaz de despojarte de tus intereses para poner por encima el de los demás sin sentirte víctima, resignada o llenarte de pensamientos del tipo “pobrecita yo”?

Ante todos estos pensamientos egoístas y altivos, Jesús nos muestra el camino con su propio ejemplo. Jesús, siendo igual a Dios, no consideró eso como algo a qué aferrarse, y ni una sola vez musitó: “No merezco esto”, por el contrario, sirvió hasta el final, hasta su muerte y muerte de cruz.

Obviamente no te digo que soportes una relación que pone en riesgo tu vida, tu integridad o tu salud, en ese caso, busca ayuda y mantente a salvo, ora por esa persona y por sabiduría para ti.

Pero, en la mayoría de relaciones saludables hay discusiones que no son necesarias, o que al final dejan heridas que no queríamos dejar, discusiones que con mayor madurez espiritual son  posibles de evitar; es de esas a las que me refiero en este texto.

Mira tu corazón, pídele a Dios que te muestre si estás siendo egoísta, si estas buscando tu parte y si estás reclamando porque no estás sirviendo desinteresadamente.

No puedes cambiar a nadie, solo puedes entregarle tu corazón a Cristo para que su encuentro con El te vaya santificando día a día.

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