¡No soy la primera!

La cultura occidental es muy competitiva. En muchos escenarios como la educación y los deportes, por mencionar sólo algunos, nos forman para la competencia y no para la cooperación.

Desde niños aprendimos que ocupar los primeros lugares es algo que envía un mensaje claro y contundente a los demás: “Soy mejor que tú”.

Durante toda nuestra vida recibimos mensajes que nos animan a sobresalir por encima del otro, aunque el otro sea mi hermano, mi amigo del colegio o mi compañero de equipo.

Parece que querer ser el primero y sobresalir por encima del otro es una actitud pegada al corazón humano y hace parte de nuestra naturaleza caída.

La Biblia nos relata una escena  donde quedó al descubierto este profundo anhelo ilegítimo de estar de  primeros en la lista de privilegios: Marcos 9: 33-36 nos relata una escena donde el mismo Señor Jesús lidió con esa actitud, y fueron sus discípulos más cercanos los protagonistas.

El relato bíblico nos cuenta que yendo de camino a Capernaúm, sus discípulos discutían sobre quién era el más importante entre ellos, ante lo cual su líder y maestro les dio (y de paso nos dio a nosotras) una lección totalmente contracultural -en ese entonces y ahora también- que rompe con cualquier paradigma de competencia y egoísmo: “El que de ustedes quiera ser el primero, deberá ser el último de todos y el servidor de todos” (Marcos 9:35).

¿Alcanzas a imaginar la cara de los discípulos? ¿Qué dijo el Maestro? ¿Que si yo quiero ser el primero ( ¡y por supuesto que quiero serlo!) debo ser el último y que además debo ser el servidor de todos?

Sí, ¡absolutamente sí! eso dijo Jesús con tal vehemencia que no deja lugar a dudas ni a interpretaciones humanas. Y esas palabras, dichas a estos hombres hace más de 2.000 años te las dice a ti y me las dice a mí hoy.

Mujer: ¿Quieres sobresalir? ¿Quieres estar en los primeros lugares? Pues debes procurar ser la última de todas, es decir, debes considerar que hay otros antes que tú en la fila de la vida y que no eres el centro de la ecuación, ni la protagonista de la historia.

En términos prácticos, la invitación es a poner a otros antes que a ti, orar por otros, amar a otros, perdonar a otros y servir a otros. La contundente declaración de Jesús no sólo nos invita a ponernos al final de la lista, sino además a servir a los demás como muestra de verdadera grandeza.

Este mensaje resulta contradictorio y hasta chocante para una cultura que todo el tiempo invita al egocentrismo, pero la cosmovisión bíblica nos invita a vivir en contravía a esta corriente donde yo soy el primero y mis necesidades están por encima de las de otros.

Aquí se levanta una vez más la voz del Señor para recordarnos que en el reino de Dios las cosas funcionan diferente:

¿Quieres tener? ¡Da!

¿Quieres ganar la pelea? ¡Pon la otra mejilla!

¿Quieres ser el primero? ¡Procura ser el último!

¿Quieres ser el más importante? ¡Sirve a otros!

¿Te suena contradictorio? No lo es, es simplemente la lógica del amor, la lógica de la humildad y la lógica del Evangelio.

Como mujeres cristianas estamos llamadas a vivir bajo los principios del Reino y una vez más, el Señor nos invita a ser diferentes y a no amoldarnos a este mundo.

¿Quieres saber cómo? Mira a Cristo, él nos mostró cómo. Es asombrosa la manera como Jesús nos modeló con su vida lo que enseñó con sus palabras:

  • Amó a otros
  • Salvó a otros
  • Sirvió a otros
  • Vivió por otros
  • Murió por otros

Nunca se puso primero, siempre mostró que su propósito supremo era entregarse a otros; el Dios hijo, el gran Rey, el Señor de señores se arrodilló, se humilló  y entregó hasta el último aliento de su vida por amor a ti y a mí, dándonos así el mejor ejemplo de amor, grandeza y propósito.

¿Quieres ser la primera? Piensa en el otro, ama al otro, sirve al otro.

Mira a tu alrededor; seguramente en los próximos minutos tendrás una oportunidad de mostrar que tu meta suprema es sobresalir, pero por amar, por servir y por ser fiel a los principios del Reino de Dios.

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