“Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró hacia el cielo y los bendijo. Luego, a medida que partía los panes en trozos, se los daba a sus discípulos para que los distribuyeran entre la gente. También dividió los pescados para que cada persona tuviera su porción. Todos comieron cuanto quisieron” (Marcos 6:41-42)
El milagro de los cinco panes y los dos peces está narrado en los cuatro evangelios. Es una de las historias más conocidas de la Biblia y hasta quisiera decir que tal vez es de las porciones de la Palabra que más recordamos, pero no es así.
Si de verdad la recordáramos, no temeríamos en los tiempos de escasez, porque tendríamos presente que Dios hace mucho con poco, que además es un Dios lleno de compasión y misericordia, que es consciente de nuestras necesidades, nos sacia y nos da siempre abundantemente.
Piensa solo por un momento cómo sería tu día si te levantaras sin ningún temor.
Sin temor a la enfermedad, sin temor a una necesidad material, sin temor a perder a alguien o algo, no porque esas cosas no pudieran ocurrir como si vivieras en una esfera de cristal en la que nada malo te pasa, sino porque sabes que pase lo que pase hay alguien más a cargo.
Bueno, pues los discípulos, doce hombres comunes y corrientes, llenos de las mismas debilidades que experimentamos nosotras a diario, vieron de primera mano estos milagros, no una, ni dos sino muchas veces.
Vieron cómo 4000 hombres fueron saciados con apenas 7 panes, como se narra más adelante en Marcos 8: 1-9.
Vieron cómo para pagar los impuestos Jesús manda a Pedro a sacar una moneda de la boca de un pez (Mateo 7:17).
Vieron cómo se llenaron las redes hasta reventarse después de una improductiva noche de pesca (Lucas 5:4-7).
Vieron convertir el agua en vino (Juan 2:1-5).
Vieron que nada era imposible para Cristo. Pero tenían demasiado endurecido el corazón para comprenderlo.
Solo unos versículos más adelante en el mismo capítulo de Marcos se nos narra que apenas unas horas después de recoger 12 cestas con las sobras luego de que todos comieran y bebieran, estos hombres se subieron a la barca, y al ver a Jesús caminando sobre las aguas se llenaron de temor.
Pero Jesús les habló de inmediato: “No tengan miedo—dijo—. ¡Tengan ánimo! ¡Yo estoy aquí!” Entonces subió a la barca, y el viento se detuvo. Ellos estaban totalmente asombrados porque todavía no entendían el significado del milagro de los panes. Tenían el corazón demasiado endurecido para comprenderlo. (Marcos 6: 51-52)
Somos tan parecidas a los discípulos, y no necesariamente porque dejemos nuestra vida de lado para caminar con Cristo, ni porque lo reconozcamos como el hijo de Dios y lo sigamos.
Somos iguales, porque aún después de reconocer los milagros que Dios ha hecho en nuestra vida y en la vida de otros, después de hablar de las grandezas del Dios que creó el universo de la nada y extendió las estrellas en el firmamento, seguimos teniendo el corazón endurecido y nos cuesta entender la grandeza y misericordia de nuestro Dios.
No hay de qué preocuparnos, pero sí ocuparnos. Y digo que no hay de qué preocuparnos porque a Dios no le sorprende nuestro débil corazón; de hecho para fortalecernos nos dejó su Espíritu Santo, su Consolador.
Y para animarnos los unos a otros nos dejó en medio de una comunidad de creyentes al fundar la iglesia, justamente para ocuparnos de ese corazón que a veces no entiende, olvida rápido y cae en la angustia de la tribulación a pesar de ser testigos de sus milagros una y otra vez.
“¿Por qué discuten por no tener pan? ¿Todavía no saben ni entienden? ¿Tienen el corazón demasiado endurecido para comprenderlo? Tienen ojos, ¿y no pueden ver? Tienen oídos, ¿y no pueden oír? ¿No recuerdan nada en absoluto? Cuando alimenté a los cinco mil con cinco panes, ¿cuántas canastas con sobras recogieron después? —Doce—contestaron ellos. —Y cuando alimenté a los cuatro mil con siete panes, ¿cuántas canastas grandes con sobras recogieron? —Siete—dijeron. —¿Todavía no entienden? —les preguntó.” (Marcos 8:17-21)
Solo por hoy, recuérdale a tu corazón las maravillas que ha hecho Dios en tu vida y vence el temor con certezas. Fija tu mirada en Cristo y en su maravilloso poder.
Si es necesario, haz una lista de los milagros de tu vida y no solo da gracias, sino confía en que Éll está a cargo. Trabaja diligentemente para llevar tus cinco panes y tus dos peces que nuestro Dios sabe hacer mucho con poco.
Apasionada por compartir a Cristo.