“Como ciudad invadida y sin murallas es el hombre que no domina su espíritu.” (Proverbios 25:28)
Algo que me gusta mucho de ser mamá y poder pasar buena parte del día con mis hijos es que sus preguntas traen a mi vida grandes respuestas.
Lo que comenzó como una conversación sobre si era fácil o difícil manejar un auto, terminó siendo para mí el principio de una reflexión que me ha permitido encontrar un punto importante para orar y crecer en mi vida.
Al momento de empezar la explicación, y sin pretender llegar a nada realmente profundo o filosófico, mucho menos teológico, les dije que conducir era muy fácil, solo se trataba de una serie de movimientos coordinados.
Pero les advertí que lo realmente difícil era conducir con otros en la vía, ser capaz de anticiparnos a lo que otros conductores van a hacer para evitar un accidente.
En ese momento también les aclaré que teníamos una herramienta útil: las señales de tránsito, grandes y visibles, cuya finalidad era mostrarnos qué estaba permitido y qué no, cuáles eran los límites necesarios y a tener en cuenta para que el tráfico vehicular no fuera un caos completo donde cada quien hace lo que quiere y como puede.
Mi hijo entonces concluyó: “Nos limitan lo que podemos hacer para que finalmente sí lo podamos hacer. Sin límites no podríamos manejar.”
En el libro de Proverbios nos topamos con una serie de consejos para buscar y hallar la sabiduría, entendiendo que el principio de ésta es el temor de Dios.
En esta colección de dichos se nos habla del hombre que no domina su espíritu, y que, aunque ve las señales, las pasa de largo y no respeta los límites. A este hombre se le compara con una ciudad sitiada y sin murallas.
Podemos imaginar vivamente que, en una ciudad sitiada, atacada por su enemigo, todos sus habitantes corren de un lado para otro sin saber muy bien qué hacer; algunos se esconden, otros lloran, otros se defienden y todos ven cómo se queman y se vienen abajo sus casas y se roban sus tesoros.
Esta es una imagen fuerte y devastadora, y la Biblia nos dice que una persona sin límites termina justamente arrasada, desolada y sin tesoros.
Los límites son necesarios en la vida. Sin límites no hay seguridad y se pierde la responsabilidad.
Encontramos límites en todas las áreas de nuestra vida. De hecho, el solo mencionar algo por un nombre, ya lo limita, establece un perímetro y nos permite entender qué es mío y qué no lo es.
Cuando los bebés comienzan a gatear están extendiendo sus límites, quieren tocarlo todo, probarlo todo y no conocen las consecuencias de sus actos.
Por ello, los padres estamos siempre vigilantes para ayudarles a establecer los límites que les permitirán crecer y disfrutar su entorno sin exponerse al peligro.
A medida que crecemos es necesario establecer otros límites, determinar qué cosas haremos y qué no, qué pueden hacer otras personas a mi alrededor y qué tanto permito o no que esto me afecte.
Pero ¿Cuánto respeto los límites de los demás?, ¿dónde puedo meter mis narices y dónde no?, ¿cómo se doma el espíritu?
Entonces, una vez comprendido esto de los límites, la preguntas que instaladas en mi corazón en la oración fueron: ¿Por qué a veces no domino mi espíritu y hay situaciones que me hacen correr, llorar, y sentirme confundida como los habitantes de una ciudad sin murallas? ¿reconozco siempre los límites?, ¿cuáles son?, ¿estoy atenta a las señales?
Dos verdades de la palabra me llenaron de paz: Jesús es mi camino y su palabra es mi guía y mis señales de tránsito. Y entonces ¿Qué hago con el dominio propio?, ¿cómo se doma el espíritu?
Dice Pablo en su carta a los Gálatas 5:22-23 que el fruto del Espíritu es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”, es decir, dominio propio, auto control.
Eso significa que todas estas características son el resultado de una vida piadosa y depositada en Cristo.
Podemos confiar que es cierto, que entre más nos sumerjamos en Cristo, entre más amemos la sabiduría como es la invitación de todo el libro de Proverbios, estaremos más llenas de su Espíritu santo y seremos capaces de ver claramente los límites que nos permitirán soportar los ataques del enemigo con unas murallas fuertes y resistentes, y no en un caos de emociones descontroladas y sin propósito.
Mi oración para ti y para mí es que podamos ver a Cristo en sus palabras y nos aferremos a su obra redentora para crecer en la fe y dar buenos frutos.
Apasionada por compartir a Cristo.