Uno de los libros de la Biblia que relata de manera minuciosa la realidad del corazón y del pensamiento del ser humano en medio del sufrimiento es el libro de Job.
El capítulo 1 nos cuenta que, en un solo día, este hombre recto e intachable, que honraba a Dios y vivía apartado del mal, perdió bueyes, asnos, ovejas, camellos, criados e hijos.
Todas estas pérdidas fueron producidas por malhechores y salteadores, pero también como resultado de eventos de la naturaleza bastante inesperados.
No siendo poco lo que había vivido, a este hombre le llega su segundo día terrible de prueba: su cuerpo fue afligido por dolorosas llagas desde la planta del pie hasta la coronilla.
Para colmo de males, la compañía de su esposa no fue la más consoladora para este siervo y, lamentablemente, el ministerio de consejería de sus tres amigos dejó mucho que decir sobre lo que es un intento fallido de aconsejar a los que atraviesan por tiempos de sufrimiento.
Si lees el libro de principio a fin en un sola sentada, podrás darte cuenta de los muchos cuestionamientos que el ser humano se hace en los tiempos de pérdidas, pero, además, podrás evidenciar las pobres teologías que salen a flote e intentan dar explicaciones cuando se experimenta el sufrimiento.
Sin embargo, detrás de todo este panorama terrenal, el libro comienza mostrándonos una realidad que no era evidente ni para Job ni para su esposa ni para sus amigos.
La primera escena del libro nos traslada a un desfile de ángeles que hacían acto de presencia ante el Señor y, en medio de esos ángeles, apareció Satanás.
En ese mundo que nosotros no logramos ver se encontraba el acusador queriendo desacreditar a Dios. No le bastaron todas sus patrañas desde Génesis, con las que quería hacer lucir a Dios como tacaño, cruel y falto de bondad hacia el ser humano.
Ahora quiere hacer una apuesta para demostrar que los seres humanos en la tierra honran a Dios y lo adoran únicamente porque les da regalos a cambio (Job 1:10-11).
Visto desde la perspectiva contraria, lo que quería demostrar es que no existe ningún hombre en la tierra que adore a Dios cuando vive momentos de pérdidas.
El tiro le salió a Satanás por la culata, porque pese a ese primer día de prueba, encontramos a Job rasurándose la cabeza, cayendo al suelo en actitud de adoración y reconociendo que no poseía nada, que todo cuanto tenía le pertenecía a su Dios, y acto seguido bendijo su nombre.
Satanás no se detiene en su campaña de desprestigio hacia Dios, y por eso va más allá empujando su apuesta. Ahora dice: el hombre puede aceptar que le quites todo alrededor de él, pero cuando se trata de su propia vida va a querer salvarse a costa de lo que sea. Y le pide a Dios que toque la vida de Job para ver si, en vez de adoración, éste más bien le daría maldición (Job 2:3).
Si bien en la esfera celestial se gestaba esta acusación, algo no muy diferente sucedía en la terrenal.
Job y sus amigos estaban disertando ampliamente, levantando con sus afirmaciones y preguntas un juicio a Dios, que tenía que ver con lo siguiente: Ningún inocente debería sufrir. Al hombre inocente Dios no debería permitirle que algo malo le sucediese.
Entonces Dios no es justo, si permite que el recto e íntegro sufra calamidades.
Después de Dios darles un espacio de aproximadamente 34 capítulos para que estos hombres sacaran todo lo que su mente y corazón pensaban, Él mismo, quién había escuchado tanta justificación y alegato, decidió dejar oír su voz, y pregunta tras pregunta, dejó a Job sin argumentos, sin justificación y reconociendo que no era tan justo como alegaba; además Job tuvo que reconocer su ignorancia y escaso conocimiento sobre ese Dios tan poderoso.
Y así, lo que empezó siendo una historia demoledora, terminó, por la intervención de Dios, siendo una expresión poderosa de la gracia de nuestro buen Señor.
Pero los alegatos vividos en cielo y tierra en esa ocasión son los mismos que se siguen levantando durante periodos de sufrimiento.
Cuando las aflicciones se asoman por nuestra ventana e irrumpen violentamente en nuestras circunstancias, desde los cielos se nos observa queriendo comprobar si aquí en la tierra amaremos y adoraremos al Señor, aun cuando vivamos las pérdidas de lo que más amamos, y si Dios es amado por lo que Él es y no tanto por lo que nos da.
En medio de las aflicciones ¿dirías que puedes rendir adoración a tu Señor por el gran valor que él tiene al ser Dios mismo, o tu adoración está siendo mediada por sus dones?
La segunda pregunta se sigue levantando al otro lado, en la tierra: ¿Es Dios justo, aun cuando hace sufrir al inocente?
La cruz del Calvario tiene la respuesta a esta última pregunta. Dios llevó a cabo su justicia al pasar por el sufrimiento al único que podía alegar inocencia sobre esta tierra: Su santo y perfecto hijo Jesús, el Siervo justo.
Es decir que, por amor a su nombre y a mujeres como nosotras, el Justo permitió que el inocente sufriera, y por su sufrimiento recibimos vida nueva, consolación, firmeza y adoración a Dios en esas épocas de nuestras vidas cuando atravesamos los valles de lágrimas.
¿Sientes que hay injusticia en medio de tu sufrimiento? Derrama entonces tu corazón delante del inocente que vivió la mayor injusticia y que hoy intercede por ti delante del Padre.