Todas las miradas giraban hacia ellos: miradas despectivas, miradas de horror, pero ninguna de compasión. Amy y sus dos hermanos agachaban la cabeza, y el sonrojo subía por sus rostros.
¿Por qué sentían vergüenza? ¿Desde cuándo ayudar a una anciana era motivo de escándalo para las personas que a su lado pasaban y se hacían llamar cristianas? Sin embargo, Amy sostuvo a la mujer en sus brazos mientras le ayudaba a avanzar despacio.
De repente, Amy escuchó una voz que decía: “Oro, plata, piedras preciosas, madera, heno… el fuego pondrá de manifiesto qué clase de obra hizo cada uno. Si la obra que un hombre puso sobre un fundamento se sostiene, recibirá su recompensa.”
Desde ese día, con 1 de Corintios 3 en su cabeza, Amy entendió lo que tenía que hacer: de ahora en adelante, quería que todo lo que hiciera en su vida fuera digno cuando Dios la juzgara, y nunca más se preocuparía por lo que la gente pensara de ella.
Esta verdad que introdujo el Espíritu de Dios en su corazón la llevó a ser una mujer que confiaba en el Señor, y prepararía el camino para convertirse en madre de muchos.
Amy era una joven irlandesa, que pronto abriría su corazón a Inglaterra, Japón, Colombo, y mucho más profundamente a la India.
Desde cuando el Señor le habló, nunca perdió ni un solo segundo para transmitir el mensaje de Cristo a los demás.
Tuvo muchos grupos que creó durante sus viajes por el mundo, integrados por niños pequeños, mujeres, prostitutas, y fugitivos; personas que en un momento estaban perdidas, pero que encontraron la luz con las enseñanzas de Amy sobre el Dios poderoso y soberano.
Además, era una mujer completamente decidida frente a lo que creía. Uno de estos pensamientos era la necesidad de vestirse y vivir como las personas que necesitaban su ayuda.
Cuando estuvo en Inglaterra, prefirió vivir en un barrio pobre donde residían las personas a las que deseaba alcanzar.
Tuvo que resistir no poder dormir por las cucarachas y ratas que infestaban su nuevo hogar, y soportar escuchar a parejas discutir, o a borrachos pegarles a sus mujeres; pero valió la pena, pues necesitaba conocer por sí misma si era posible vivir una vida cristiana en medio de tantas dificultades y carencias.
En otra ocasión, estando en Japón, tuvo un incidente con una mujer que no prestó atención al evangelio por admirar su forma de vestir diferente, así que Amy decidió vestir como estas personas, pues no quería que nada fuera un impedimento para la obra de Cristo.
Estando en la India también decidió vestir como las mujeres del país: con un sari, aun sabiendo que esto no era bien visto por los misioneros ingleses, quienes consideraban que debían mostrar siempre su cultura como superior a la local.
La salud de Amy siempre fue un factor que la afectó a lo largo de su vida, pero no le impidió cumplir con el llamado que el Señor le había hecho desde su juventud.
Aunque Dios siempre la sostuvo, Amy también tuvo miedos: se sintió sola. Al principio no pensó en ello, pero en un momento le llegó el temor de ir envejeciendo y encontrarse sola.
Después de pasar varias horas en una cueva orando al Señor frente a este asunto, oyó que Él le decía: “Ninguno de los que confían en mí estarán solos”.
Ese día Amy supo que nunca se casaría y que nunca tendría hijos propios, pero estaba segura de que una promesa le fue hecha: nunca estaría sola.
Es así como Dios, con su plan para esta mujer aventurera, la condujo a la India, en donde viviría el resto de su vida y cuidaría a más de cuatrocientas niñas que la llamarían Amma, lo que significa madre en la lengua tamil.
Amy quiso conformar un grupo de mujeres con las nuevas creyentes para trabajar con ellas en la predicación del evangelio, pero en la India, los hombres ejercían un control absoluto sobre las mujeres, y no les permitían a sus esposas participar.
Esto, sumado a todas las demás restricciones que imponían las religiones hindú y musulmana de aquel lugar, que inclusive no les permitían viajar, así que ¿dónde encontraría Amy a personas que desafiaran esas costumbres?
Amy oró fervientemente, y el Señor fue mandando mujeres para que conformaran un grupo, al que llamó Grupo Estelar, con quienes empezó a recibir niñas que desde pequeñas eran llevadas a los templos para ser prostitutas y consagradas a los dioses.
Con ellas y con ayuda de otros misioneros, logró abrir una casa para recibir a estas niñas que se convirtieron al cristianismo y fueron salvadas de sus destinos.
Muchas situaciones vivió esta mujer valiente, quien nunca dejó de confiar en el Señor: aunque la amenazaran con quitarle alguna niña, o la criticaran los mismos cristianos por querer mezclarse con los indios, o no tuviera dinero para construir un lugar más grande, siempre confió en el Señor.
La vida de Amy Carmichael nos desafía a no gastar nuestra vida en lo superficial que este mundo nos presenta, sino al contrario, a invertirla en lo que quedará y dará fruto por la eternidad.
Esta misionera nos enseña a desgastarnos para la salvación de otros, más que a pensar únicamente en nuestras comodidades y deseos personales.
Amy nos recuerda que en medio de cualquier temor podemos buscar al Señor en oración y su presencia siempre nos acompañará.
¿Sobre cuál fundamento estás construyendo tu vida? ¿sobre heno y paja? ¿sobre oro, plata y piedras preciosas? Recuerda: un día el fuego pondrá a prueba ese fundamento.