Luto por la muerte de seres queridos, desesperanza por pérdidas de empleo, dolor por la distancia y por no podernos ver y abrazar como antes, aflicciones al tener que vivir en soledad el encierro; impotencia de los padres al ver a sus hijos confinados, sin poder salira jugar con sus amigos ni disfrutar con libertad del sol, la brisa, o un parque; incertidumbre por la falta de una vacuna que acabe con esta pandemia. Podría seguir enumerando una larga lista de situaciones que nos están causando aflicción en este tiempo. Si bien es cierto que en muchos momentos hemos sido sencillamente privilegiados espectadores del sufrimiento, nos correspondió a todos los habitantes del planeta en el 2020 ser protagonistas y compañeros en esta cátedra.
Como el sufrimiento nos desconcierta y nos sobrecoge nos hacemos muchas preguntas en nuestra mente inquieta frente al tema, porque de alguna manera necesitamos con urgencia elaborar una interpretación para hallarle algo de sentido. Y en ese ejercicio podemos perdernos erróneamente.
A continuación quisiera presentar la cosmovisión errada de algunos personajes que aparecen en la Biblia, con los que probablemente podríamos identificarnos:
El primero de ellos es Gedeón. En su tiempo, según Jueces 6: 13, los israelitas, por ofender al Señor, fueron entregados en mano de los madianitas y tuvieron que vivir una época de sufrimiento por la tiranía con la que los trataban. En ese entonces los israelitas vivían escondidos en las montañas y cuevas; cuando sembraban, los pueblos venían a atacarlos, arruinaban las cosechas y devastaban el país, así que, vivían en la miseria. Cuando el ángel del Señor se aparece a Gedeón, le dice: “¡El Señor está contigo, guerrero valiente!” Y en su respuesta Gedeón deja ver su interpretación de esa época de aflicción: “si el Señor está con nosotros, ¿cómo es que nos sucede todo esto?”
¿Has pensado de la misma manera? Si sufro es porque Dios se ha alejado de mí. Pero, si eso es cierto, entonces ¿dónde quedan las promesas de un Dios veraz que dice: “Nunca te dejaré; jamás te abandonaré!”? (Hebreos 13:5).
En el libro de Job se nos presenta una triada de personajes: Bildad, Zofar y Elifaz. Estos tres amigos y consejeros de Job tenían otra interpretación frente al sufrimiento. Para ellos la ecuación era bastante sencilla: si todo va bien en la vida es porque eres una persona buena; pero si las cosas van mal se debe a que has cometido algún pecado en contra de Dios, y por esa razón el Todopoderoso responde dictando sentencia a través de una aflicción.
Esta justicia implacable fue la que le impusieron los tres amigos a Job, y en sus diálogos le pedían una y otra vez confesar el pecado que originó ese trato de Dios. ¡Qué terrible debió ser para Job ser enjuiciado por sus amigos! Suficiente dolor llevaba a cuestas por haber enterrado a sus diez hijos, perder el aprecio de su esposa, enfrentar la ruina económica y vivir con llagas abiertas que supuraban en su cuerpo, como para lidiar con una cosmovisión de correlación entre maldad y sufrimiento. Los discípulos de Jesús no se hallaban lejos de ese pensamiento; cuando lees Juan 9:1-3 te darás cuenta que, al ver a un hombre ciego de nacimiento, la pregunta levantada a Jesús es: “Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres?”
Quizás puedas identificarte con una de estas dos maneras de pensar sobre el sufrimiento, pero ¿es esa la cosmovisión bíblica? Por lo menos desde el libro de Job, podemos establecer que todo lo que sucede en la vida no necesariamente es justo, y la Biblia amplía más este tema al señalar que las aflicciones hacen parte de este mundo caído, corrompido por el pecado. El mensaje de Jesús fue muy claro, él nunca dijo “No sufrirás”, al contrario, dijo: “En este mundo afrontarán aflicciones” (Juan 16:33).
La gloria del evangelio la hallamos en las promesas de Dios. Aun a pesar de lo inexplicables, aterradoras y dolorosas que sean nuestras aflicciones, él promete estar con nosotros y consolarnos en medio del sufrimiento. Así lo proclamaron sus siervos: “Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta” (Salmos 23:4); “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas” (Isaías 43:2).
Además de la presencia de Emanuel caminando con nosotras en las temporadas oscuras, nuestro Dios promete un día eliminar todo sufrimiento: cuando Cristo regrese por segunda vez, y enfrente a todos sus enemigos, “ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor” (Apocalipsis 21: 4).
Mi oración está contigo en este tiempo, y ruego al Dios del cielo que nos permita ver su poder, rendirnos ante su soberanía, experimentar su consolación y afecto entrañable y anhelar el regreso de aquél que terminará con todo sufrimiento: Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.