Estudios han determinado que la ciudad más contaminada de Colombia es Medellín. De hecho, durante este mes nos encontramos en un estado de prevención y desde la Secretaría de Movilidad se nos pide guardar el pico y placa ambiental. Además, se hacen otras campañas para mejorar el medio ambiente, ya que este flagelo ha ocasionado mucho daño, trayendo como consecuencia enfermedades y muertes.
El aire no es lo único contaminado, hay contaminación en los ríos por causa de la minería; contaminación de personas enfermas por las bacterias que se hospedan en hospitales y clínicas; contaminación en los restaurantes, en fin, un sin número de escenarios donde la contaminación es una amenaza latente y por ello se nos alerta del cumplimiento de normas de higiene y otros cuidados muy estrictos para evitar catástrofes en la vida de los seres humanos. Sin embargo, el tema de la contaminación ya había sido detectado y mencionado por Dios desde el Antiguo Testamento, y si bien el libro de Levítico nos advierte sobre una cantidad de temas contaminantes, se nos llama en la Escritura a estar alertas a una contaminación mucho más peligrosa que ha traído como consecuencia dolor, enfermedad y muerte en los seres humanos.
Marcos en su evangelio en el capítulo 7:14-23 presenta a Jesús enfrentando a quienes en su época estaban muy preocupados por la contaminación: los escribas y fariseos quienes criticaban a los discípulos de Jesús y hasta lo acusaron a él por permitir que sus seguidores comieran sin lavarse las manos antes de comer. Era muy claro que estos escribas y fariseos se preocupaban más por la contaminación externa que por la interna.
Jesús deseaba que ellos en su tiempo, y nosotras hoy entendamos que, aunque hay muchas cosas que pueden contaminar nuestro cuerpo, no hay nada externo que pueda hacer tanto daño como el pecado que sale de nuestro corazón. Por eso llama a la multitud y les dice: “Escúchenme todos, dijo, y entiendan esto: Nada de lo que viene de afuera puede contaminar a una persona. Más bien, lo que sale de la persona es lo que la contamina.” Seguidamente, ya en casa con los discípulos les aclara que el órgano más contaminante para cualquier ser humano lo lleva todos los días dentro: es su corazón. Acto seguido, Jesús enlista lo que sale de un corazón contaminante: malos pensamientos, inmoralidad sexual, robos, homicidios, adulterios, avaricia, maldad, engaño, libertinaje, envidia, calumnia, arrogancia y necedad. Cada uno de ellos ha causado demasiado daño a los seres humanos, ha destruido hogares, ha traído muerte y dolor.
La contaminación ambiental, de ríos, hospitales y alimentos es un tema preocupante, pero más preocupante aun es el estado del corazón. ¿Qué campaña estás haciendo para proteger a las personas que están a tu lado de la contaminación que sale de tu corazón? ¿Qué estás haciendo tú misma para protegerte de la contaminación que se gesta en tu interior? Porque bien podrías cubrir tu rostro con una máscara para cuidarte de lo externo, pero ya Jesús nos ha dicho que adentro se guarda lo que más contamina. Reflexiona en esto: ¿Cuáles son esos pecados que hay dentro de tu corazón que te contaminan a ti y a otros?
La buena noticia es que, si hoy vienes a Jesús, y te acoges al sacrificio hecho por él en la cruz, serás libre y serás limpia. Es más, recibirás un nuevo corazón como dice su palabra:
“Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo” (Ezequiel 36:25,26)