No se trata de ti

La porción de la Palabra  de la que me gustaría escribir el día de hoy es tan clara y contundente que, créanme, cualquier palabra que pueda escribir aquí, por mucho que me esfuerce y ponga todo mi empeño en ello, está de más. Pero como este es un blog para animarnos a buscar a Dios, alentarnos a leer la palabra y ser comunidad, aquí va humildemente un poco de lo que el Espíritu Santo me ha permitido comprender y atesorar por estos días y con lo cual me ha alentado en momentos de debilidad, cuando todo se me vuelve un mundo, y una situación difícil puede parecerme el más hondo abismo.

Hace poco leía sobre homicidios, guerras, ataques violentos, odios, violaciones, maltrato a la mujer, injusticias, pobreza, hambre y más; y no estaba viendo las noticias, o leyendo el periódico. Estaba leyendo la Biblia, un libro que no maquilla ni trata de ocultar la verdadera naturaleza de pecado que hay en nuestros corazones. La Biblia está llena de historias de hombres y mujeres pecadores, que buscaron hacer lo malo una y otra vez, según la propia palabra, como un perro vuelve a su vómito.

Pablo dice, incluso luego de años dedicado al ministerio y de toda una vida como un celoso guardián de la palabra, que: No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. (Romanos 3:11) Entonces, es claro que no hay quien busque a Dios, pero sí hay un Dios que nos busca. Tenemos un Dios que quiere relacionarse con nosotros, nos llama, nos invita, nos perdona y así lo hizo con Israel y quedó registrado en todo el antiguo testamento como un testimonio del carácter noble de nuestro Dios, lento para la ira y grande en misericordia. Hay muchas referencias de la gracia de Dios a lo largo de la Palabra, pero aquí aparece en  Deuteronomio 4: 32-40:

“Porque pregunta ahora si en los tiempos pasados que han sido antes de ti, desde el día en que creó Dios al hombre sobre la tierra, si desde un extremo del cielo al otro se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa, o se haya oído otra como ella. ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Dios hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, sin perecer?  ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales, con milagros y con guerra, y mano poderosa y brazo extendido, y hechos aterradores, como todo lo que hizo con vosotros Jehová, vuestro Dios, en Egipto ante tus ojos? A ti te fue mostrado, para que supieras que Jehová es Dios y que no hay otro fuera de él.  Desde los cielos te hizo oír su voz para enseñarte, y sobre la tierra te mostró su gran fuego, y has oído sus palabras de en medio del fuego. Por cuanto él amó a tus padres, escogió a su descendencia después de ellos y te sacó de Egipto con su presencia y con su gran poder, para echar de tu presencia naciones grandes y más fuertes que tú, y para introducirte y darte su tierra por heredad, como sucede hoy. Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra; no hay otro.  Guarda sus estatutos y sus mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová, tu Dios, te da para siempre.»

Fíjate que el texto no habla del esfuerzo de un pueblo por encontrar placer en la oración, no es sobre los muchos esfuerzos de un pueblo por agradar a su Dios, exaltarlo y darle gloria, o de un pueblo que hizo tantos sacrificios que logró que Dios lo sacara de Egipto, sino todo lo contrario: una muestra de poderío, de fuerza y grandeza del Señor para enseñarle a su pueblo que Él es su Dios y que pueden confiar en Él. Y más adelante en la palabra nos deja claro que Israel no merecía tanto amor. El Señor se encariñó contigo y te eligió, aunque no eras el pueblo más numeroso, sino el más insignificante de todos. (Deuteronomio 7:7)

¿No te parece extraordinario poder gozarse en todas estas verdades? Como Israel somos elegidos, llamados, instruidos, animados, perdonados, abrazados, hechos hijos y restituidos por el sacrificio de Cristo en la cruz, aunque no lo merecemos y nada, nada, nada, ningún esfuerzo humano derivaría en una manera digna de celebrar la grandeza de Dios.

Entonces ya que sabemos que todo lo que tenemos es por pura gracia, no nos queda más que actuar como hijos agradecidos, reconociendo la grandeza de nuestro Señor. Hermana, abraza hoy estas certezas de la palabra y que el poder de esas palabras quite el peso que traes sobre tus hombros y te permita entender la grandeza del plan de Dios, y tal vez así, puedas detenerte en algunos momentos del día y meditar en  que no se trata de ti ni de mi ni de  nuestros deseos ni de lo que creemos que son nuestros problemas. Cuando contemplamos la grandeza de su gracia y su gran poder, dejaremos de mirarnos a nosotras mismas para concentrarnos en la grandeza de un universo creado, que da testimonio de quien es Dios. Él ha hecho, hace y hará todo para Su gloria, así que no se trata de ti.

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