Quería contarte que todo comenzó con una invitación a la casa de mis vecinos musulmanes quienes son muy amables y practicantes de su fe. El padre de familia quería hablarnos de su dios y lo hizo por un buen rato; nosotros ese día escuchamos y salimos de allí muy confrontados. El escuchar las convicciones de esta familia nos desafió a estudiar mucho más nuestra Biblia. Días después nos encontramos haciendo una fila en un mercado y yo le estaba leyendo a mis hijos la historia de David. Cuando el hombre vio el libro me dijo: ¿estudias al profeta David? y yo le respondí: estudio la vida de David, uno de los reyes de Israel. Él se molestó y me dijo que estaba dispuesto a enseñarme, ya que Moisés, David y otros hombres eran parte de su historia.
A partir de estos dos encuentros, mi esposo y yo decidimos empezar a leer de nuevo todo el Antiguo Testamento, lo que ha representado una gran bendición y un desafío del Señor muy hermoso. Aquí les hablo un poquito de esto: “Alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios.” (Salmo 103)
Hasta hace poco siempre había vivido en entornos cristianos: crecí en una familia católica, en medio de personas que si bien no profesaban mi misma fe y no abrazaban a Jesús como hijo de Dios y único y verdadero camino, por lo menos asumían que en algún lado había un único Dios, así que si alguien decía en una reunión familiar: “oremos por la salud de…” o frases que se vuelven paisaje y del argot popular como “si Dios quiere o pidamos a Dios tal cosa”; de alguna manera inferíamos que hablábamos del mismo Dios, quizás para unos más cercano, más presente y más real, quizás para otros no tanto, pero en últimas, el mismo Dios.
Ese escenario familiar me desafiaba al desear presentar a Cristo a personas que creen que ya lo conocen, pero no quieren escuchar ni ajustar sus vidas a su palabra. Pero ahora me encuentro ante algo nuevo que ha sacudido mi fe. Estar fuera de ese entorno, de alguna manera confortable, ha sido desafiante en muchos aspectos.
Canadá, donde vivimos ahora, es un país con 36 millones de habitantes aproximadamente, y según cifras de Statcan, solo el 8% de su población ve como algo positivo la evangelización. Apenas alrededor de 850.000 se reconocen como bautistas; y la religión de mayor crecimiento es el islam con un gran flujo de inmigrantes. También hay hinduistas, judíos, Sikh, practicantes de espiritualidad aborigen y muchas más.
Esta es una sociedad pos cristiana, así que las personas con las que comparto en la escuela, en el parque y en mi día a día, vienen de contextos culturales y religiosos muy diferentes. Al comienzo tenía un poco de temor de hablar de mi Dios en esos espacios, por la muy buena excusa del respeto, pero descubrí que puedo respetar aun expresando mis creencias y que esta es la mejor oportunidad para evangelizar, pues es natural que comiencen a hacer preguntas. Prepararme para las respuestas me ha obligado a estudiar, a volver a la Palabra y a buscar recursos para afinar algunos conceptos. En este ejercicio de pensar en la defensa de mi fe, me hallé predicándome a mí misma el evangelio de Jesucristo. Ante las preguntas ¿quién es mi Dios? ¿cómo es su carácter? ¿cuáles son los fundamentos del evangelio en el cual he creído? ¿cómo describir el misterio de mi Dios que es uno solo en tres personas? Estas preguntas, entre muchas otras, han revitalizado mi fe y me recuerdan que muchas de sus respuestas me hacen libre y llenan de sentido mi vida.
Querida hermana, ¿podrías presentar defensa de tu fe? ¿podrías esbozar los fundamentos del evangelio del cual eres participante y que te hará gozar de la vida eterna con Cristo Jesús?, ¿darías razones por las cuales puedes compartirles a otros que tu Dios es el verdadero Dios y es real para ti? Si no puedes hacerlo, quiero animarte a que hagas parte de un estudio bíblico o de un discipulado personal en tu iglesia para que puedas crecer en la fe y cimentar las bases de tus convicciones sobre la palabra del Señor. Además, te aliento para que como el salmista te recuerdes a ti misma quién es tu Dios, cuán grande es y cómo somos de dichosos todos aquellos quienes por su gracia nos acercamos a él.
“Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias; él rescata tu vida del sepulcro, te cubre de amor y compasión; él colma de bienes tu vida y te rejuvenece como a las águilas. El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos. Dio a conocer sus caminos a Moisés; reveló sus obras al pueblo de Israel. El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor. No sostiene para siempre su querella ni guarda rencor eternamente. No nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades. Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra. Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente. Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro.” (Salmo 103)
Apasionada por compartir a Cristo.